“De aquí es que el humilde hace de Dios todo lo que quiere y parece lo tiene a su mandado. Porque, como lo entiende y conoce, sabe cómo lo ha de tratar y llevar o cómo se ha de haber con su divina Majestad.
Acá solemos decir cuando una persona discreta alcanza de otra lo que quiere: «Señor, tomóle el pulso, conocióle su condición». Entiéndense el uno con el otro, así no hay que espantar que el uno sea señor de todo cuanto en el otro hay.
¡Oh, poderoso Dios!, y ¿en qué consiste que el humilde sea señor de tu cielo, de tus riquezas y de tus bienes, y aun del mismo Dios? En que se entienden y se conocen. Sólo Dios sabe cuál es el corazón verdaderamente humilde, y el verdaderamente humilde sabe quién sea Dios, y como quien tan bien le sabe a Dios su condición tratándole según ella, de todo Dios se apodera. De suerte que diciendo san Francisco que Dios es todas las cosas, juntamente lo llama suyo, porque anda todo junto para el verdadero humilde: conocimiento de Dios, rendimiento de corazón y tener a Dios a su mandado…
Los ojos de Dios están de cerca mirando a los humildes. En esto nos quiso dar a entender que, así como el buen siervo tiene puestos los ojos y la atención de las orejas sobre su amo a ver qué le manda para hacerlo, de esa misma suerte parece que se hace Dios siervo y criado del humilde para hacer todo lo que quisiere, para mirar con los ojos si con los suyos el humilde le hace señas; porque más tardará en pedir o mandar que Dios en hacer. Sus orejas están sobre la voz del hombre humilde para atender a lo que manda…
Nunca acá suele decir el inferior del superior: «es mío»; antes al revés, el superior dice del inferior que es suyo…Y con todo eso, siendo Díos Dios, que es todas las cosas como Francisco dice, y él siendo en sus ojos nada, ¿qué dice? : que Dios es suyo. Porque Dios por su bondad quiso en alguna manera hacer su superior al humilde y sujetársele, de suerte que a boca llena pueda deir que Dios es suyo.
Esto nos significaron aquellas palabras que dice san Lucas de Cristo: que estuvo Cristo sujeto a la Virgen y a Joseph; porque, aunque Cristo era niño, era Dios grande, poderoso, y como Dios y hombre, se sujeta al hombre humilde…
¡Oh, soberana Virgen Maria!, que temía tomar en mi lengua vuestra profundísima humildad: que siendo vos tan humilde y desechada en vuestros ojos, volaste tan alto que hiciste punta y cogiste al mismo Dios, el cual, asido y enlazado con vuestros santos y humildes pensamientos, lo bajaste a la tierra, lo hiciste vuestro y tan vuestro que fue vuestro propio hijo, y nos lo distes a nosotros de suerte que fuese nuestro hermano.
Esto significan aquellas misteriosas palabras que esta celestial señora dice en su cántico: “Porque ha puesto sus ojos en mí, que soy su humilde esclava. De ahora en adelante todos me llamarán feliz” (Luc.1,48). Dos cosas entre otras dice la Virgen que le vinieron de que Dios mirase y pusiese los ojos en su humildad: la una, que todas las naciones la llamen bienaventurada; la segunda, que la hizo grande y poderosa el que era grande. Creyéralo yo. Porque, si Dios puso los ojos en la humildad de la Virgen y de ella fue cautivo y prisionero, llano es que había de ser bienaventurada humildad, que tal esclavo tenía sujeto y por suyo. Y si este Dios es grande y la Virgen lo pesca y, niño chiquito como pajarillo, lo envuelve en pobres pañales, grande es la que al grande sujeta y lo tiene por hijo a su mandado.
Todo esto alcanza el humilde, porque se entiende con Dios, porque lo conoce y sabe llevarle la condición sujetando y rindiendo su corazón a su mandado y querer.
¡Oh, soberanos del mundo, y qué lejos andáis de Dios y de que Dios sea vuestro, de que Dios haga algo de lo que queréis o habéis menester! Estáis llenos de ignorancia y poco saber de lo que quiere Dios, de su trato y condición; no sabéis sufrir y llevar a Dios; así siempre andáis encontrados, pobres y menesterosos de lo que deseáis y pretendéis, sin dar un alcance a la cosa más mínima de lo que pide vuestra soberbia y ambición. De lo que dice san Francisco se entiende, porque si Dios es todas las cosas y ninguna sin Dios tiene ser y perfección y vosotros por ser soberbios no tenéis a Dios, bien se sigue que estáis pobres y carecéis de todo bien, sin esperanzas de dar un alcance por ese camino a algo que de entidad sea…
¡Oh, Señor mío, y si tú me dieses gracia para que supiese yo por qué camino tengo de alcanzar esta disposición, qué dichoso sería! Bien veo que la disposición para esa sabiduría es la humildad, pero enséñame tú, Dios eterno, cómo tengo de ser humilde. Que me temo estamos muchos ciegos y engañados no conociendo esta virtud y por nuestra ignorancia haciéndonos mil trampantojos el demonio, vistiéndonos la soberbia con traje de humildad y haciéndonos en creyentes, en la oscuridad de la noche de nuestra ignorancia…
Así es el verdadero humilde: pobre de bienes temporales, de majestad, grandeza y honra, contentándose con un solo Dios en este mundo…”
San Juan Bautista de la Concepción
Tratado sobre la humildad. Cap.9