Iluminados para iluminarHemos comenzado  la santa Cuaresma, tiempo litúrgico fuerte, cuarenta días caminando espiritualmente hacia la gran fiesta del Amor entregado hasta la muerte y resucitado. Cuaresma cristiana quiere decir días para hacernos más semejantes a Cristo y vivirlo.

En este año paulino nos puede servir de modelo el apóstol San Pablo: «Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo… Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta» (Flp 3, 12-14).

Olvido lo que dejé atrás:

En nuestra andar como personas y como hijos de Dios, hay que ir dejando muchas cosas, si uno quiere caminar hacia adelante. La vida nos va llenando de cansancios, de desilusiones nacidas   de cosas que no valían la pena, de tiempo perdido, de prisas a veces absurdas y que sólo producen cansancio, de fallos personales que afean nuestra vida personal y enturbian el ambiente, etc. Cada uno conoce la historia de caminos que debe desandar.

Me lanzo a lo que está por delante:

¿Hacía dónde? ¿Cual es la meta de mi vida? –Jesucristo.

¿Qué hay que hacer para caminar hasta Cristo?  ¿Cómo podemos configurarnos con él? ¿Cómo llegar a tener una experiencia de Cristo, una vivencia del misterio pascual? Los grandes testigos nos lo enseñan.

Para un cristiano, que quiera serlo y vivirlo de verdad; la meta no puede ser otra que la que dice San Pablo: “Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos” (Flp 3, 10).

Si  queremos caminar hacia Cristo, lo primero que tenemos que hacer  es no perderlo de vista, como dice la carta a la Hebreos: «los ojos fijos en Jesús» (Heb 12, 2).

Ver a Cristo es una suerte: No se trata de “visiones” externas, sino de miradas tranquilas y hondas, internas: las que nacen de la oración-contemplación serena y profunda de la persona viva de Jesús en el fondo de nuestro ser, en la Sagrada Escritura-leída, gustada, y contemplada-, en los sacramentos, en la Eucaristía diaria saboreada interiormente.

Cuaresma es tiempo de oración. Pero hacer  algo más que recitar fórmulas y rutinas. Algo más que lecturas rápidas y superficiales. Algo más que ritos y celebraciones sin alma. Orar es entrar con todas las fuerzas en lo más íntimo de nosotros, en el silencio y soledad “sonoro”, para encontrarnos con Dios y con nuestro yo más verdadero y original. Orar, es contemplación, diálogo, súplica y alabanza en intimidad con nuestra Fuente-Dios. “Orar es palabra y amor, luz y fuego, medicina y alimento” (Juan Crisóstomo). “Orar  es  fundirse con Dios, como dos trozos de cera, fundidos en uno solo, que ya no se pueden separar”  (Santo Cura de Ars)

Pablo andaba por caminos de persecución a los cristianos, hasta que salió Cristo a su encuentro y se dejó iluminar por él. Agustín no tenía fuerzas para dejar sus andanzas, hasta que escuchó lo de “Toma y lee” y encontró el camino acertado. Como tantos santos, hombres y mujeres que buscaron a Dios en serio.

Estas y otras historias de encuentro vivo con Cristo no son casos de hombres excepcionales. Y ¿no hemos quedado en que todos estamos llamados a la santidad?

Iluminados para iluminarCada persona ha nacido de las manos de Dios para convertirse diariamente hacia el encuentro Con Dios

Quien ve a Jesús,  tiene que cambiar, no se puede ver a Jesús y seguir igual, como quien tiene una emoción pasajera.

Ver a Jesús  con los sentidos interiores de nuestra persona humana y divinizada (somos hijos de Dios),  es sentir una atracción especial,  es sentirse  iluminado en los entresijos del alma.

Como dice el salmo “Contempladlo y quedaréis radiantes” ( Salm. 33)

Reflejos de la Luz:

La Cuaresma es un acercarse más a Jesús, un  bañarse en la luz de Jesús, y, como consecuencia,  irradiar a Jesús, que es “la Luz del mundo”.

El modo específico cristiano de alumbrar en este mundo es el amor.  “Amar es hacer presente a los demás el amor que recibo de Dios. Es acercarse a los demás con entrañas de misericordia. Es ver al otro como hermano, como algo tuyo y dejarte interpelar por él. Es hacer tuyos sus problemas y sus esperanzas. Es servirlo y cargar con él. Es no vivir para ti. Es compartir tu tiempo, tus talentos y tus bienes”.

¡Ah!, también compartir los bienes. Y estar cerca del enfermo, del anciano, del que está solo. Es dar vida, ir dando la vida.
Y todo este amor es algo que propiamente no es tuyo, sino que brota en ti, se te da, es el aliento interior del Espíritu, o su fuego.

Conversión:

Es consecuencia lógica de todo lo dicho anteriormente. Si nos dejamos cautivar por la presencia y la luz de Cristo, si oramos, si amamos, iremos muriendo a tantas cosas inútiles, vacías- que no llenan nuestro espíritu-  para hacernos vitalmente  semejantes a Cristo .Y ya no vivirás tú, como dice San Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mi. Mi vida en este mundo consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí” ( Gal. 2,20)
Convertirse es cristificarse. Podemos, en esta Cuaresma examinar, qué aspectos de nuestra vida no están aún cristificados.

Fallos más frecuentes que debemos revisar:

¿Sabemos orar? – Vivimos superficialmente, volcados hacia fuera, haciendo nuestra voluntad; podemos llegar a la lejanía de Dios.

¿Sabemos amar? – Nos amamos excesivamente a nosotros mismos,  somos egoístas, no nos amamos como Jesús nos enseñó, podemos caer en una muerte espiritual.

¿Somos pobres? – Posiblemente ni siquiera austeros, sino muy consumistas, muy instalados; podemos caer en la codicia.

¿Somos humildes? –  Nos gusta prevalecer, destacar, rivalizar; por eso podemos caer en la envidia y en el fan comparativo.

¿Somos misericordiosos? -, Más bien, quizás, insensibles, intolerantes; podemos  caer en la dureza del corazón.

¿Somos pacíficos ni pacificadores? –  Llegamos fácilmente a la violencia en palabras y actitudes, ni sabemos pacificar, nos resulta arriesgado; podemos llegar a la crueldad.