Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma. Es un acontecimiento para toda la Iglesia, para cada uno de los que formamos ese Cuerpo de quien es Cabeza y Esposo el Señor.
Nos preparamos para celebrar la muerte y resurrección de Cristo- Amor de Dios entregado-: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó así mismo por ella, para santificarla… y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida” (Efes. 5,25).
La Iglesia es “la ciudad santa…, engalanada como una novia ataviada para su Esposo” (Apoc. 21,2).Quien ha descubierto, desde la fe, el gozo y la belleza de saberse miembro de ese Cuerpo engalanado por el que ha dado la vida el Señor, intenta, lucha y se esfuerza por aparecer resplandeciente en la vida diaria, en los gestos y hechos.
Sí, Cuaresma es tiempo de luminosidad, de gracia y de embellecimiento. Toda la luz le viene a la Iglesia y a cada creyente de quien dijo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8,12).
Los santos padres de la Iglesia la comparan a la luna, que recibe en medio de la noche, la luz del sol.
La Iglesia recibe de Cristo toda la Luz y belleza. Y desde su libertad, cada creyente, trata de reflejar esa luminosidad en su vivir.
Tiempo de Cuaresma, por tanto, para llenarse de luz en medio de las oscuridades, desde la oración sosegada y profunda, como la luna hacia el Sol (Cristo).Tiempo para vivir de aquel amor de Cristo que se entregó hasta la muerte por nosotros.
La gran belleza y resplandor de la Iglesia es el amor, un amor que no es de este mundo, sino divino: Un amor que nos lleva a ver en cada persona, especialmente en los más necesitados, en los amigos y enemigos, al mismo Cristo.
¡Qué embellecimiento el compartir bienes, tiempo, afecto, vida con los demás y especialmente con los pobres de este mundo! ¡Qué buena solución para la crisis económica actual!
Mientras no brillemos por la fe y el amor, todas las demás manifestaciones externas de Semana Santa, todos los ejercicios cuaresmales serán culto vacío.
Como dice el profeta Isaías (58,7): El ayuno que quiere el señor es “partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en tu casa, que cuando veas a un desnudo le cubras y no te apartes de tu semejante”.