Madre, desde que te marchaste, me ahogo y me falta el aire, me dijiste adiós mirándome con esa mirada perdida que no olvidaré ningún día. ¡Qué amargura más grande, una madre es un dolor muy grande!
Ahora, cuando bajo a tu casa tan vacía, aún me parece mentira, miro tu sillón, tu cojín y te imagino allí sentada junto a
mí, las dos charlando por las noches cuando ya no había quehaceres.
Madre, desde que te marchaste me ahogo y me falta el aire.
Desde mi terraza por la noche, antes de acostarme, me asomaba y te veía junto a la ventana de tu comedor sentada viendo la televisión, y me quedaba tranquila; ahora no quiero ni asomarme, pues solo veo oscuridad, frialdad y tristeza, todo se ha terminado madre, tú eras mi bastón y ahora cojeo.
Madre, desde que te marchaste me ahogo y me falta el aire.
Me siento muchas veces a recordar: tu mirada, tus manos, tu voz, y quisiera contando los días que han pasado, volver atrás; que aunque yo sabía que te tenias que ir, aún estabas aquí, y me aferraba a tenerte mucho tiempo.
Ahora me abrazo a tu chaquetón, a tu blusón, que aún conservan tu olor; te imagino en tu habitación, el corazón me da un vuelco y las lágrimas me invaden, pero después me siento mejor. Y te doy las gracias por haber sido tan buena madre, por haberme ayudado tanto y haber estado siempre a mi lado.
Ya me despido y te digo hasta siempre, duerme, descansa tranquila, dale un abrazo muy grande a padre que lo echo mucho de menos, y ve con Dios, madre, que El te ha llamado y seguro que te recibirá en sus brazos para siempre.