El 12 de junio se celebra el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. En el mundo, hay unos 400 millones (casi diez veces la población de España) de niños explotados. Entre ellos se incluyen los niños soldado y también los niños que, en muchos países, viven en la calle. Pero la mayor parte de esta cifra se refiere a los niños que son esclavos en fábricas, trabajando muchas horas en unas condiciones muy malas y peligrosas. O también como sirvientes en las casas de los ricos.
Desde el año 2003, niños y profesores de muchos colegios han participado en el programa Scream (Grito), que pretende enseñarles a utilizar el arte y los medios de comunicación para acabar con la esclavitud. Con los mejores trabajos se ha organizado una exposición.
Además, este año se celebran los 90 años de la Organización Internacional del Trabajo, que tiene como uno de sus objetivos acabar con la esclavitud de niños.
Entrevista:
Africa es uno de los continentes más afectados por la utilización de niños soldado en las guerras. Y una de las labores de los misioneros allí es ayudarlos a salir de ello. Chema Caballero es un misionero javeriano español que trabaja en Tonko Limba (Sierra Leona) con niños que han sido soldados. Ha escrito un libro, «Suluku», sobre este problema y, como ahora está en España de vacaciones, hemos aprovechado para hablar con él.
P.-¿Qué trabajo hacéis con los niños que han sido soldados?
R.- Estamos intentando que vivan juntos para que se reconcilien y aprendan a vivir en paz. Utilizamos el fútbol para atraerlos, hablar con ellos, conocerlos… Les ofrecemos la oportunidad de ir al colegio o de aprender un oficio. Aprenden a cuidar su salud y algo de agricultura, que es el futuro y la riqueza del país. También les enseñamos valores.
P.- ¿Cómo se convierte a un niño en soldado?
R.- En el mundo hay unos 800.000 niños soldado con edades desde los ocho años. En la mayoría de los casos los secuestran, los obligan a entrenarse y los manipulan. Es un proceso muy largo: los han separado de la familia, y juegan con sus sentimientos para que sean máquinas de matar que siguen ciegamente a su jefe.
P.- ¿Por qué quieren que los niños luchen?
R.- Porque los niños ven menos el peligro que los adultos. Viven la guerra como un juego, se sienten importantes con su arma en la mano. El adulto piensa más, pedirá dinero por luchar o puede tener compasión de las víctimas.
P.- ¿Cómo consiguen salir de esa vida tan violenta?
R.- Les ofrecemos una alternativa a la violencia. Hace falta mucho tiempo y paciencia, estar con ellos y crear lazos para que se vayan abriendo y contando su propia historia. Nunca olvidarán la guerra, pero hay que ayudarles a que no se sientan culpables por lo que ha pasado. La mayoría de los niños con los que trabajamos consigue cambiar de vida, y muchos están viviendo ya con sus familias. La gente de sus familias y pueblos les han visto matar a otros seres queridos, y hay que explicarles que no lo hicieron conscientemente.
P.- Cómo se puede parar esto?
R.- Sólo se puede parar desde los países del norte: primero, porque son los que venden las armas; segundo, porque en todas las guerras se buscan beneficios económicos; y, tercero, porque no hacen que se cumplan las leyes y acuerdos que hay para evitar que haya niños soldado.
P.- Qué cuentas en el libro?
R.- He juntado la historia de varios niños o en una sola que cuente todo: cómo los manipulan, cómo se acordaban de sus madres, la muerte de sus amigos en batalla… son cosas muy duras, por eso es sólo para chicos a partir de 14 años.