El anticlericalismo decimonónico asoma con virulencia en la España de estos últimos años; en muchas ocasiones fomentado pública o larvadamente desde altas instancias gubernamentales y mediáticas. Vuelve por sus fueros algo que creíamos superado por la cultura del pluralismo y el diálogo en el avance histórico de la civilización. Son algunos de los fantasmas de un pasado que parecía ya disuelto por el razonamiento y el sentido común, y que formaba parte de mentalidades caducas.
No es así cuando vemos cómo vuelven a la palestra nacional, particularmente cuando son útiles a políticos y comunicadores en su guerra particular. Sacar el anticlericalismo a pasear es vieja costumbre hispana y no debe asombrar a quienes aún no superaron miedos viscerales. No hace mucho, en el mes de marzo, el arzobispo Silvano Tomasi, observador permanente del Vaticano en la ONU, mostró públicamente su preocupación por lo que él consideraba el “laicismo agresivo” de algunos países europeos. Recibió, como no podía ser menos, una larga lista de acusaciones más que de argumentos.
No es fácil denunciar situaciones complicadas cuando la moda tiene otros escenarios. El respeto que se muestra a las minorías religiosas, incluso a los clérigos de esas minorías, está por encima del que existe a confesiones religiosas mayoritarias que, por ser tales, han firmado convenios y acuerdos destinados al trabajo común. Miden con distinta vara queriendo un igualitarismo injusto. Tal es el caso de las ayudas económicas o de otro tipo a la Iglesia católica y que son usadas como argumentos torticeros contra la institución sin mirar en dónde está la linde de la justicia y de la limosna.
En España, ese laicismo mal entendido se convierte, con cansino estribillo y estrofa repetida, en anticlericalismo casposo de viejo cuño: vídeos en los que se ridiculiza al clérigo señalándolo como excluyente y montaraz; viñetas con ofensas con motivo de los abusos a menores en Irlanda, con amplios reportajes y seguimiento mediático en el que la figura del sacerdote queda sin defensa alguna al tomarse la parte por el todo y poner en un brete al mismo ministerio consagrado y al celibato sacerdotal. Y se hace desde instancias laicistas que se muestran muy respetuosas con otros credos, otros sacerdocios de distintas religiones en foros y debates públicos.
Merece atención especial el diario El País, cuyas páginas son la mayoría de las veces muestra del anticlericalismo agresivo del que hablamos. Las mofas, más allá de ser un recurso gracioso o recurrente, chascarrillo y grano picante que siempre tiene el humor de la viñeta, se han convertido en parte importante de un libro de estilo quizás no compartido por muchos pero sí por unos pocos e influyentes magnates del diario madrileño.
Igual hacen otros medios como la SER, Cuatro o La Sexta y Telecinco con una parrilla de programación en la que no falta la mofa hiriente al sacerdote, levantando nuevos paredones en los que cada día, sin piedad ni defensa, continúa siendo inmolada una manera de vivir en el mundo que sólo pide libertad y respeto para hacerlo.
Publicado en el nº 2.663 de la Revista Vida Nueva (del 6 al 12 de junio de 2009)