Hace tiempo, escuché decir a una psicóloga en una charla que las personas, al igual que los colegiales, solíamos cargar a la espalda una mochila con todas nuestras “cosas” dentro.
Al mencionar el concepto “cosas”, no se refería a nuestras pertenencias o posesiones, sino a nuestras penas, alegrías, decepciones, frustraciones, logros, éxitos, metas, sentimientos, vanidades, pensamientos…y que acostumbrábamos a echarlo todo en ella como si fuera un saco sin fondo, sin molestarnos siquiera en colocarlas debidamente; formándose, por esta razón, aristas en las paredes de esa mochila y sobresaliendo cual picos puntiagudos, clavándose en nuestra espalda continuamente y magullándonos.
Recuerdo que, en aquellos momentos, esa metáfora me dio qué pensar. En realidad yo sí que a menudo solía tener la sensación de echar sobre la espalda todo aquello que no me gustaba. Quizá también lo que me salía bien o incluso me congratulaba, pero seguramente lo hacía de manera bien distinta, no como un peso sino como un valor ensalzable para mí autoestima.
Y recuerdo también que haciendo caso a la recomendación que luego hizo esta psicóloga, traté de colocar mi mochila sacando todo y tratando de colocarlo de nuevo ocupando mejor los espacios y encajando “mis cosas” para que a su vez quedara espacio para otras cosas nuevas.
Fue un ejercicio sano, aunque, con el tiempo, he llegado a la conclusión de que no lo hice del todo bien. Al parecer, solo recoloqué mi mochila con todo lo que había guardado dentro cuándo, en realidad, lo que tenía que haber hecho es una buena limpieza para sanear todo el espacio vital que contiene mi mochila.
Me he propuesto hacer ese ejercicio de nuevo, pero reconozco que no es fácil limpiar la mochila. Nos ponemos infinidad de motivos, excusas, razonamientos, conclusiones y, sobre todo, convencimientos para no soltar ciertos lastres.
En realidad, guardamos muchas cosas por pena, por el simple y mero apego o incluso para justificar muchas de nuestras actitudes; pero, si aplicamos el sentido práctico, no hay duda que en la medida que eliminamos aquello que nos pesa, aligeramos la mochila y el viaje por la vida es más grato y menos cansado.
Aunque, a veces, pareciera que nos gustara sufrir o incluso vivir siempre recordando nuestras heridas de guerra para ennoblecer nuestra existencia. Tal vez sea humano caer en esa torpeza pero no creen que hay ciertas cosas a las que debiéramos ponerles su fecha de caducidad para no guardarlas eternamente?
¿No creen que también algunas cosas deberían colocarse mejor en la mochila para que sus aristas no sobresalieran y nos magullaran?
Creo, queridos lectores, que sería bueno al menos intentar hacer esa limpieza en nuestras mochilas. Eliminar viejas rencillas, eliminar algunos rencores, sacudir algunos malos recuerdos, evadirse de viejos complejos, en fin…todo aquello que, al pensar en ello, nos pincha en la espalda y nos nubla el corazón.
Estoy convencida de que soltando ciertos lastres, las cosas buenas acuden a nosotros para seguir llenando nuestra vida.
Todos nos merecemos vivir aquello que aún nos queda por vivir con la chispa de la ilusión y no con la pesadumbre y la desconfianza que nos puede llegar a producir aquello que hemos guardado con resignación y hasta tristeza en nuestra mochila.
Pero si, no hace falta que me lo digan. Cuesta…cuesta muchísimo desprenderse de algunas cosas. Lo sé bien, y cada cual le pone una medida y un valor a “sus cosas” y lo que para mí puede ser una nimiedad para otro es una espina clavada en el corazón.
Pero creo, y digo bien cuándo digo “creo”, porque en esta ocasión no me atrevo a apostar en firme precisamente porque cada cual es él mismo y sus circunstancias; que nos debemos tomar un tiempo en valorar lo que hoy es importante entre nuestras cosas guardadas. Lo que nos vale y lo que no, guardando tal vez lo que hemos superado en la mochila y desechando aquello que no hay manera de colocar porque todo son aristas.
Si algo, durante mucho tiempo, no nos ha hecho bien, difícilmente lo hará, así pues ¿qué sentido tiene seguir dándole cabida y espacio en nuestra mochila?
Pensémoslo al menos, pero déjenme decirles algo más para terminar estas líneas: lo que guardamos en nuestras mochilas y cargamos sobre nuestras espaldas fue importante en su momento, de igual manera que lo que comimos ayer nos alimentó ayer, pero cada día trae sus cosas como también su propia hambre.
No es un castigo; eso es, ni más ni menos que el trepidante viaje de la vida. Hacer este viaje ligero de equipaje sobre la espalda o con la mochila sobrecargada y llena de aristas, es una vez más cosa de cada uno, no obstante, si decide hacer limpieza, un pequeño consejo: “no piense en lo que ha perdido o dejado atrás, piense en lo que le queda por ganar”. Esa sensación, por experiencia personal puedo decir que es…estupenda.