Lo que pretendo en este artículo es señalar los distintos niveles de fe que existen en la Iglesia de hoy. Desde una persona que se acerca a Dios en unos momentos puntuales hasta unos monjes que dedican varias horas de la jornada a la oración y la alabanza.
Hay una convicción profunda que hemos de tener en cuenta: toda fe por escasa y débil que aparezca es digna del mayor respeto. Sólo Dios sabe las circunstancias de las personas. ¡Cuánta gente conocemos que se acercan a Dios en el bautismo, la primera comunión y en la boda!
Dentro del corazón humano hay una semilla de Dios y se manifiesta de esta forma: “No sé si existe Dios, pero creo que tiene que haber algo”. Muchas veces he oído esta expresión entre la gente de nuestro pueblo.
Fe y duda. Luz y sombra. Dos constantes que nos acompañan en el camino de la vida. Todos los creyentes, incluso los santos más significativos, han sentido la invasión de la duda. Incluso los que no creen experimentan momentos que dudan de su incredulidad: ¿y si Dios existiera? ¿Merece la pena creer?
Más arriba hemos hablado de los creyentes ocasionales. Otros fieles han comprendido que la fe merece la pena y todas las semanas dedican un tiempo para cultivar sus creencias. Una forma muy simple: asistir a misa el domingo. Más del 85% de los que visitan las iglesias, sinagogas y mezquitas están en este grupo. Si olvidamos la práctica semanal, la fe se debilita e incluso puede llegar a perderse. Muchos han seguido este camino en el alejamiento de las iglesias.
De los asistentes a nuestras iglesias un tanto por ciento muy reducido asiste a la misa dominical y participa también en otras actividades: un grupo de oración, actividades caritativas, catequesis, comunidades de base, movimientos eclesiales…
Es importante la misa dominical pero la actividad eclesial desborda los muros de las iglesias. Sólo voy a mencionar algunas realidades: pascuas juveniles, marchas juveniles, campamentos de verano, grupos en los colegios, grupos matrimoniales, atención a los divorciados, acompañamiento a los homosexuales…
No he dicho nada de la participación en el mundo universitario. No podemos silenciar las grandes multitudes que acogen nuestros santuarios, especialmente los dedicados a la Virgen María. ¡Cómo no recordar la hospitalidad de los monjes a tantos hombres y mujeres que son buscadores de Dios! ¡Cuánta vida en torno a Jesús y el Evangelio!