Estrenamos otro año las fiestas en honor de nuestros Patronos: la Virgen del Carmen y los Santos Juan de Ávila y Juan Bautista de la Concepción.
El unir Santos y fiesta tiene un significado bastante profundo e interesante. El cansancio es natural en nuestra existencia y la fiesta es un medio para repararlo. Sin embargo, hay otro cansancio más fuerte que el corporal: el cansancio de la vida.
Con el paso de la edad, hasta incluso en ciertos jóvenes, se puede dar un cansancio que es igual a desencanto, falta de ilusión, rutina en el trabajo, ausencia de entusiasmo…
La Virgen, los Santos son testigos de un modo diferente de ver la vida: ellos son capaces- por la fuerza de Dios- de verla cada día con unos ojos nuevos; son capaces de romper la rutina desde una admiración espiritual que nace de la fe viva; pueden “estrenar claridad de corazón cada mañana”; saben descubrir en lo rutinario y conocido una novedad diaria que surge de la apertura espiritual a un horizonte infinito (Dios).
Unir fiesta y Santos es saber y creer que, cuando Dios entra de veras en el alma de una persona, la vida diaria es una fiesta.
Una fe viva trasforma la vida desde dentro y cambia la visión de las cosas desde un optimismo trascendental, que está por encima de cualquier circunstancia adversa.
Cuando se debilita la fe, se ve en la religión un conjunto de normas frías y vacías de contenido interior.
Muchas veces los cristianos- por su modo rutinario de vivir la fe- dan la impresión de que creer es algo triste y costumbrista. Cuando, al contrario, nuestra fe es la religión del gozo, que da al hombre plenitud e ilusión.
Si creo en Cristo vivo, Hijo de Dios, mi relación con Él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima, una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo.
Con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino con una idea de Dios; no es, muchas veces, una relación con Dios entusiasta, cercana y cordial.
En este mundo en que, a pesar de tantas diversiones externas, falta bastante la alegría interior; hacen falta rostros alegres testigos de una fe vivida en profundidad y que da sentido absoluto a toda la vida.
Viviremos las fiestas patronales desde la hondura de la fe y haremos de nuestro vivir no un cansancio, sino una fiesta.