Como casi siempre, tú tenías razón: cada uno muere cuándo y cómo Dios quiere. Y a ti ha querido darte una muerte tranquila y serena, como tranquila y serena has sido tú a lo largo de toda tu vida y, sobre todo, durante estos difíciles meses de lucha y de esperanza.
En algún sitio hemos leído que no existe la madre perfecta; pero que existen mil maneras de ser una buena madre, y tú has sido más que eso. Has sido una gran madre y una gran persona, que ha cosechado miles de afectos.
A pesar de este gran dolor y tristeza que nos produce tu pronta marcha, nos reconforta lo orgullosos que nos sentimos de ti y lo afortunados que hemos sido por tenerte a nuestro lado de manera incondicional.
Hemos crecido viéndote buena hija; descubriéndote como una fantástica abuela y sabiéndote una esposa inmejorable.
Nos dejas el mejor de los legados: sencillez, discreción, amabilidad, generosidad, esfuerzo, fortaleza.., y un sinfín de cualidades más. Herencia de la que esperamos ser dignos.
Queremos que sepas que, con tu marcha, sólo termina la vida que compartíamos contigo, pero no la gratitud y el inmenso amor que siempre sentiremos por ti.
Estarás presente en cada uno y todos los días de nuestras vidas. En nuestras conversaciones y en todos nuestros recuerdos.
Hablaremos de ti con los que te conocen y con los que te conocerán a través de nuestro orgulloso testimonio.
Somos muchos los que te echaremos de menos.
Te quisimos, te queremos y te querremos.