A lo largo de la vida nos vamos encontrando con tiempos de bonanza y momentos de tempestad más o menos duros. ¿Se puede conservar la paz en los dos? Si recurro a mi experiencia y echo una mirada a mi alrededor, puedo decir que he encontrado y encuentro mucha gente que vive el verdadero amor a Dios, aquel que les impulsa a aceptar su voluntad.
Pero también puedo hablar del amor verdadero a nivel humano y veo como crece ante la adversidad. Nace un niño con problemas más o menos graves y automáticamente pasa a ser el centro de su familia, todos se vuelcan en él. Cae un niño enfermo y su madre se pasa al lado de su cama, el tiempo que dura la enfermedad.
Hay verdadero amor en las chicas que nos atienden en la residencia, siempre de buen humor, con la sonrisa a flor de boca, ayudando al que más lo necesita. Sólo desde ese amor se puede vivir esta vocación.
Pasaba unas horas en la isla de La Palma, en una casa de acogida de las hermanas de la Cruz Blanca, eran tres y atendían a unas cincuenta personas, en el límite de la necesidad de atenciones.
Tuve la ocasión de conocer a los que estaban mejor y me sentí impresionado. Uno de los frailes me contaba la inmensa alegría que había recibido, al ver a uno de los enfermos mover un dedo. A todos había que bañarlos y mudarlos, al menos dos veces al día. Una cosa si es cierta, aquellos tres frailes eran unas personas totalmente felices.
Está claro que cuando el amor no resiste los embates de la vida, no es auténtico amor, será sentimiento, ilusión, pasión, pero como dice Jesús en el Evangelio, será la casa construida sobre arena, que no es capaz de soportar los nortes de la vida y se viene abajo. El verdadero amor es la casa construida sobre roca, sobre la fe, que aguantará los buenos y los malos tiempos, porque tiene unos cimientos firmes que no cederán.
Las dificultades ponen a prueba nuestra confianza en el Padre
Pienso que es muy importante entender que sólo existe un Amor, el Amor de Dios. Nuestro amor es un regalo que el Espíritu Santo ha querido hacer a todos los hombres, y que éstos, en su libertad, pueden utilizar para el bien o degradarlo y usarlo para su propio bien, en este caso indudablemente podremos llamarle amor, pero habrá dejado de serlo.
El verdadero amor del hombre a Dios reviste una característica, tendrá que traducirse en aceptación de su voluntad. No porque no quede otro camino, sino por pleno convencimiento.
En los momentos en que la vida presenta su cara adversa, la enfermedad, la muerte de un ser querido, una catástrofe natural, un accidente sin sentido, podemos sentir el deseo de preguntar al Padre, por qué nos lo ha mandado y volvemos contra él, o alejarnos de su lado. Cometeremos una gran equivocación y cometeremos una injusticia, pues nada hay más lejos de la realidad que esa postura.
El Padre no nos va a contestar, esperará a que entremos dentro de nosotros y encontremos la realidad, que no es otra cosa que él nos Ama de una forma infinita y sólo desea nuestro bien desde la trascendencia.
La enfermedad y la muerte se encuentran presentes en nuestra vida, el Padre desea aportamos consuelo y que aceptándolas, contribuyamos al bien del Cuerpo Místico.
La vida me ha enseñado que lo más sensato es aceptar la Voluntad del Padre, reconocer su Amor y en un acto de justicia devolverle el mío.