Al recordar, el día 2 de noviembre, a nuestros seres queridos, que partieron para la casa del Padre, junto con nuestra añoranza de su presencia, los creyentes tenemos una visión optimista y esperanzada ante la muerte.
El deseo de vivir eternamente es una aspiración profunda de cada hombre, como lo han dicho muchos filósofos, escritores, los artitas, poetas, los enamorados, y como lo siente cada persona. El hombre se rebela ante la muerte, porque está hecho y tiene sed de eternidad.
El Evangelio es una respuesta a ese sentimiento esencial en la persona; es un mensaje lleno de novedad.
Jesús, muerto en la cruz y Resucitado, es una buena noticia transmitida por los apóstoles y por la Iglesia.
El centro de la predicación era que Jesús había resucitado y por tanto, cada persona puede vivir la vida desde otra perspectiva, pues ya no estamos sujetos a la ley de la muerte eterna.
El cristiano tiene la certeza de que Dios le ha creado haciéndole a su imagen y semejanza; y sabe que cuando se avecine el dolor y la muerte, Cristo le confortará, convirtiendo su muerte en vida para siempre.El buen creyente sabe que, gracias a Cristo, después de morir alcanzará la visión eterna de Dios y la resurrección del cuerpo al final de los tiempos.
La novedad de la Resurrección de Cristo ya está presente y se manifiesta en cierta forma en esta tierra. Podemos decir que ya estamos “en el fin de los tiempos”. El reino de Dios está en medio de vosotros (Luc. 17, 21), Cristo está vivo dentro del alma en gracia y nos hace vivos para siempre.
Este vivir hacia la eternidad hace que se conciba el tiempo y de la historia de modo especial. El pensamiento sin fe, cuando mira la historia y los acontecimientos, cae en el fatalismo, piensa que todo sucede por un destino ciego.
Sin embargo, para un cristiano el tiempo no es algo que pasa, que se consume, sino una oportunidad que Dios nos da para nuestra perfección propia y del mundo, acompañándonos en cada momento con su Providencia divina.
“El tiempo es teofanía, está habitado por Dios. Podemos decir que cada presente es un regalo de Dios y deja su huella para siempre. Cada segundo es un segundo de amor”.
Nuestra gran esperanza es que todo nuestro buen hacer quedará eternizado juntamente con nosotros.