Es bueno tener una sana idea de Dios. Viene bien para la salud mental del individuo y para la buena convivencia de la sociedad. Hay una fuente de aguas cristalinas donde podemos encontrar esta experiencia de Dios. Es la vida y el mensaje de los místicos. Por eso la importancia de preguntarnos por el Dios de Santa Teresa de Jesús.
1.Una cuestión urgente
Querámoslo o no, la sociedad en la que vivimos se está haciendo más secular. La idea de Dios es puesta en un lugar donde no moleste. Todo lo que suena a religión se considera como algo anacrónico, en definitiva una pieza de museo. Sin embargo, el hombre y la mujer de hoy sienten nostalgia de lo divino. La Iglesia necesita anunciar el nombre de Dios de la manera más sabia que sepa. Podría citar un montón de referencias para apoyar lo que he dicho anteriormente. Basten estas palabras:
“Si Dios falta, si se prescinde de Dios, si Dios está ausente, falta la brújula para mostrar el conjunto de todas las relaciones para encontrar el camino, la orientación adonde ir” (Benedicto XVI).
¿Por qué no hablamos más de Dios? ¿Es que no sabemos hablar de eso? ¿Es que nos da miedo? ¿Es que no tenemos nada que decir sobre esa cuestión fundamental? Jesús habló constantemente del Padre porque hablaba constantemente con el Padre. Nuestro silencio sobre Dios es la denuncia más fuerte de nuestra falta de experiencia de Dios. Si lo que de verdad nos apasiona en la vida es la política, el dinero, los cargos, ascensos y dignidades, ¿cómo vamos a poder hablar de Dios?
Los místicos son los mejores transmisores de Dios porque nos hablan de él al rojo vivo, como una realidad que les quema dentro. Por eso nos acercamos a Teresa de Ávila para que nos contagie la experiencia más sabrosa de su vida: el haber encontrado a Dios.
2. La vida es un don
La experiencia de Dios que nos ofrece la Santa es muy variada, rica y compleja. Tiene muchos matices. Sus escritos son testigos de esta realidad. Pero me atrevo a señalar dos lugares significativos: las Exclamaciones y las Moradas. El carácter dialogante del primero nos manifiesta más abiertamente la idea y la experiencia que tiene Teresa de Dios. Es que la oración expresa de una manera especial el Dios en el que creemos.
En las primeras páginas de la Vida aparece un Dios que se presenta como gracia en los acontecimientos de su existencia: sus padres, sus hermanos, la familia, los dones que encuentra en su propia vida, las amistades… Todo ha sido gracia para ella. Se siente agraciada desde los primeros instantes, desde los primeros pasos como peregrina de este mundo. Más tarde en su vida de fundadora va a ver la mano de Dios en todos los pormenores de sus fundaciones y en las personas con las que se encuentra. Un texto significativo y que podríamos tomar como norma de vida sería el siguiente:
“Pues, ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza –a mi parecer- tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios. Porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá” (V 10, 6).
Somos ricos de Dios desde las entrañas maternas y en el propio hogar. Esta experiencia le da a Teresa seguridad, abandono en las manos de Dios, gozo, fortaleza, surge la alabanza de una manera espontánea, señorío ante el mundo que le rodea y ante sí misma. Es la roca firme que ante los fracasos y dificultades de la vida abre nuevos horizontes.
Teresa es consciente que Dios es amor y sólo amor, que se comunica y acoge a la persona en su realidad de pecadora, que nunca se cansa de dar, que se da sin tasa, ni medida. El protagonismo de Dios en todos sus escritos es muy intenso hasta el punto que ella se siente seducida, rendida y esto lo puede realizar con cualquiera que se abra a su amor gratuito, no importa la debilidad y miseria.
“Mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de su misericordia” (V 14,11).
“Primero me cansé de ofenderle que su Masjestad dejó de perdonarme” (V 19,15).
3. Amigos de Dios
Cuando nos preguntamos sobre la idea de Dios que tiene santa Teresa no podemos eludir un concepto básico en el mundo de esta gran santa. Nos referimos a la AMISTAD. Todas las realidades teresianas vienen coloreadas con la amistad. Y es que Teresa va a ser una especialista de las relaciones humanas, de la conversación, de la afabilidad y de la amistad. Por eso va a definir la oración como “un trato de amistad con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Cuando define su modo de interpretar la vida consagrada que ella instaura dirá:
“Aquí todas son amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (C 4,7).
No hemos de extrañarnos que al definir a Dios le venga inmediatamente a la pluma que Dios es amigo. Aquí las citas serían numerosas. Bastaría consultar un diccionario teresiano.
“Es muy buen amigo Cristo” (V 22,10).
“ ¡Qué buen amigo” (V 22,17).
“El Señor es muy amigo de amigos” (C 35,2).
Hay que pensar bien de Dios como se piensa bien de un amigo. Es curioso cómo a veces nos podemos sorprender que nuestro pensamiento de Dios sea una proyección de nuestros temores, traumas y heridas que llevamos en el corazón.
Dios es definido por Teresa, y por todos los místicos, como Amor desbordante y Amistad entrañable. Y ésta va a ser la experiencia más fundamental y sabrosa de toda su vida. ¡Que interesante resulta la lectura de Santa Teresa desde esta mirada! Desde su experiencia de Dios. Quitada ésta, puede ser interesante pero habremos perdido lo más sustancioso de los místicos.
“Por eso hermanas, nunca os acaezca sino creed de Dios mucho más y más y no pongáis los ojos en si son ruines y buenos a quien las hace” (Vida 28,8).
4. Dios en todas las cosas
Los grandes maestros de la Espiritualidad no solamente nos han enseñado el camino de la oración sino cómo encontrar a Dios en todas las cosas: en el trabajo, en la vida de familia, en la diversión, en el descanso, en el sufrimiento de cada día. No se puede ser creyente únicamente al humo de las velas, en una iglesia, sino en lo ordinario de la vida.
Este camino de encontrar a Dios en la creación, en las cosas, las personas y los acontecimientos es un proceso que se ve proyectando poco a poco en el camino cristiano. Un primer paso es ver la huella de Dios en todo lo que nos rodea. Nuestra vida es una historia de salvación donde el protagonismo más importante lo tiene Dios. No hay que apoyarse en nuestras propias tareas, obras de nuestras manos, porque entonces se produce en nuestro interior una insatisfacción.
Dios sale a nuestro encuentro por medio de todas las cosas.
“En cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita” (4 M 2,2).
“Cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor” (F 5,8).
Somos bendecidos de Dios por todo lo que ha puesto en nuestra vida. Somos amigos de Dios, ésta es la gran vocación del hombre. Dios sale a nuestro encuentro en la creación y en todas las cosas. Dios no se cansa de esperar.
No he tratado la humanidad de Cristo que es la gran experiencia de Teresa, creo que merece un tratamiento aparte, ya que algunos lo han llamado el Evangelio de Teresa.
Toda la vida de la Santa Abulense queda iluminada por el Dios que se revela en la persona de Jesús. “Sólo podía pensar en Cristo como hombre” (V 9,4). Por eso va a proclamar que su oración consistía “lo más que podía traer a Jesucristo dentro de mí presente” (V 4,7; 9,4).
5. Un mensaje para todos
Esta doctrina teresiana, mensaje que es su propia vida, es una palabra universal para todos los creyentes. Dios se da, nos acosa con su amor, está esperando que abramos rendijas en nuestra vida para que él entre. Dios es gracia independientemente de nuestra conducta. Él se adelanta. Es una constante en la historia de los hombres.
“No es aceptador de personas, a todos ama” (V 27,12).
“Dios es amigo de dar” (5M 1,5).
“No está deseando otra cosa sino tener a quien dar” (6M 4,12).
“Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle que su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar, ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir”