Hora es ya de esperanzas y de esperas
y vamos a creer en utopías.
Basta ya de sumar melancolías
y añadir fijaciones lastimeras.
Convertir el invierno en primavera
y transformar la noche en pleno día,
poner en las tristezas alegrías,
hacer del amor única bandera.
Es el tiempo gozoso del Adviento,
presagios y noticias orquestadas,
las promesas cargadas de victoria.
Nuestra tierra sintió estremecimiento,
la mujer, toda luz, embarazada,
y un Dios que va a nacer en nuestra historia.
¿Para qué sirve la sed?
Siempre con sed creciente. Siempre con el cántaro a cuestas, camino del pozo. Siempre gritando, como Jesús a la hora sexta, “tengo sed”.
“¿Para qué sirve la sed?”, preguntaba Machado.
La sed produce sufrimiento. La causa del dolor, afirma Buda, es el deseo, la sed. El hombre sufre, porque desea.
El hombre moderno sufre mucho, porque desea mucho. Desea todos los objetos que se le ofrecen. Desea a las personas como si fueran objetos, y desea, a veces, a los objetos como si fueran personas. Pero no se satisface, y por eso sufre.
Nada le llena. Nada puede ser su todo. El corazón del hombre no se llena con objetos. El hombre no está hecho para las cosas, sino las cosas para el hombre. Hay un momento en que las cosas le seducen y le ofuscan, pero sólo un momento. Cuando tiene las cosas entre las manos, cuando examina y desentraña las cosas, se da cuenta que están vacías.
Tampoco las personas le llenan del todo. Es verdad que las relaciones interpersonales, sobre todo cuando son movidas desde y para el amor; son enormemente gozosas y gratificantes. Pero nunca, ni en el abrazo más íntimo, puede poseerse plenamente a nadie. Perdería su encanto, porque la persona no es cosa que se posee. La persona tiene siempre algo de misterio y siempre se esconde o se aleja algo de nosotros.
¿Nirvana?
Entonces, ¿no sería mejor quitarle esa flecha envenenada del deseo? El que ya nada desea, vive en el nirvana. También lo decían los estoicos: no quieras que los acontecimientos sucedan de acuerdo con tus deseos, sino acomoda tus deseos a como vienen los acontecimientos. Es un buen principio para conseguir la paz y la felicidad.
Pero entonces ¿para qué celebrar el Adviento?
¿Para qué sirve la esperanza?
¿Qué otra cosa podemos esperar sino el dejar de seguir esperando? ¿Y cómo se entiende el que Jesús llame “dichosos” a los que tienen hambre y sed de justicia? ¿Y por qué nos enseñó a esperar y pedir un mundo nuevo, el Reino de Dios en la tierra? ¿Y no era Él un hombre de deseos ardientes? (Lc. 22, 15). ¿No había venido a traer fuego a la tierra? ¿Y no nos enseñó a orar con gemidos inefables? ( Rm. 8, 26).
Trascenderse
El hombre desea porque quiere trascenderse. El deseo va marcado en las entrañas del ser. El deseo es la ley de la superación. La semilla muere en la tierra, porque desea trascenderse en la espiga. El deseo sexual busca la trascendencia en el amor y en los hijos. Los hombres quieren llegar hasta Dios, porque su barro está modelado a su imagen y semejanza, y porque el mismo Dios los atrae con secreto poder.
Aquí está la raíz de nuestras esperanzas y nuestros Advientos.
Cuando nuestros deseos están avalados por la Palabra de Dios, sabemos que no serán sólo utopías, sino que algún día, con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios, se convertirán en realidad viva.
“¿Para qué sirve la sed?”. Pues para que sepas apreciar el agua, para que busques el manantial, para que puedas llegar a ser un venero de agua viva, para que sacies la sed de los demás. ¿Para qué sirve el deseo? Para eso, para que midas tu necesidad, para que valores el don que te falta, para que te prepares a recibirlo, para que busques el medio de conseguirlo, para que una vez conseguido puedas ofrecerlo a los demás.
¿Para qué sirve el Adviento?
Para que puedas mirar hacia metas más altas, para que rompas la rutina y el aburrimiento, para que pongas color y música en la vida, para que ames más lo que te falta que lo que tienes, para que aprendas a confiar y a esperar, para que agrandes tu capacidad receptiva, para gozarte cuando llegue la Navidad.
Una sola condición: ningún deseo será transformante, ningún deseo será liberador, ningún deseo podrá convertirse en esperanza de Adviento, si no nace desde el amor y para amar, cuando la fuente secreta de todo deseo es el Espíritu creador.
Si amas, todos los deseos serán pocos; si no amas, todos los deseos te sobran.
Si amas, el deseo te libera; si no amas, el deseo te esclaviza.
Si amas, el deseo se convierte en dicha; si no amas, el deseo es fuente de tristeza o desesperación.
Si amas, el deseo prepara la Navidad; si no amas, el deseo termina en aborto.
El deseo de amor engendra amor; el deseo egoísta engendra vacío.
Ama y desea. Ama y espera.
Entonces el Adviento y la Navidad se dan la mano.
( de Rvta. de Cáritas 1991)