La permanente búsqueda y acercamiento a Dios desde nuestro horizonte espiritual es el gran significado del Adviento.
Se debería decir que toda nuestra existencia es adviento de Dios. En el fondo de tantas búsquedas de cada día, “somos indigencia de Dios”, anhelo de Infinitud.
Esa necesidad, hambre y sed profundamente humanas, la llena Dios saliendo a nuestro encuentro como el Padre de la belleza y la bondad.
El amor que Dios nos tiene le hizo venir hasta nosotros en carne mortal. Desde entonces, Jesús es el adviento, la venida permanente de Dios a cada persona que le desea y le busca.
El Jesús histórico, muerto y resucitado, viene a nosotros por medio de la Iglesia, en su Palabra, en los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía, y en lo hondo de nuestro ser por la acción del Espíritu Santo. “Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn. 14, 23).
La celebración del “adviento 2009” puede servirnos para descubrir un poco más a Dios como Padre, como Principio y Fuente de vida verdadera y eterna, como Apoyo, Refugio y Salvación de nuestra vida personal y de toda la humanidad.
El adviento es poder vivir en hondura los deseos y esperanzas más íntimos que llevamos todos dentro. Es también un tiempo para despertar de nuestras posibles modorras interiores, de nuestras carencias de luz, y encender las “lámparas” para recibir al Esposo que viene. Para ello: profundizar en nuestro alimento de la Palabra de Dios, de los sacramentos, de la oración intima: hablar y escuchar en silencio a Dios.
Junto a ese nuevo despertar espiritual interior, es igualmente necesario abrir bien los ojos para ver al Dios hecho hombre que nos llama y llega desde los mismos hombres: los pobres, los necesitados.
En la última venida del Señor- nosotros la esperamos y le decimos en cada Misa: “¡Ven, Señor, Jesús!”- se nos examinará de amor. Nos preparamos, durante nuestra existencia, para poder oír al final de nuestra historia de labios del Señor: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis…” (Mat. 25,35).
¿Seremos como las vírgenes prudentes a quienes el Esposo (Dios nacido en Belén) encuentra con las lámparas encendidas?