Nuestra sociedad no es atea, ni indiferente a lo religioso y mucho menos a los valores cristianos. Hay ciertos valores judíos y cristianos que están muy presentes en la sociedad en la que vivimos.
Empecemos por uno del que estamos muy orgullosos: el sistema democrático. Los orígenes de la democracia se han gestado en el seno del cristianismo. Un hecho muy cercano, los Padres de la nueva Europa bebieron en la Iglesia los principios de unión y colaboración y respeto. La misma bandera de Europa tiene doce estrellas, nos está recordando a la Virgen, Mujer de doce estrellas según aparece en el Apocalipsis.
Los Parlamentos, elegidos cada cuatro años por votación popular, son una idea cristiana de la Edad Media. Las Órdenes Mendicantes tenían y tienen este sistema de gobierno. Entre las Órdenes Mendicantes estaban los Franciscanos, Dominicos, Carmelitas, Trinitarios… Sin duda alguna, todos estos frailes se adelantaron muchos siglos al sistema parlamentario y democrático de nuestros días.
Hoy nos horroriza la esclavitud. Ya en un artículo hace varios años, traté las nuevas esclavitudes. El cristianismo ha contribuido a la abolición de esta lacra social. Bastaría recordar la carta de san Pablo a Filemón. Cristo hace hermanos a los hombres por encima de las clases sociales que separan a unas personas de otras. Pablo exhorta a Filemón para que escoja a Onésimo, que había sido su esclavo, no como siervo sino como hermano.
Un signo clamoroso de Dios en nuestros días: el terremoto de Haití y la solidaridad mundial a favor de este pueblo caribeño. España no es atea, es profundamente cristiana. Nuestro pueblo ha respondido de una forma rápida y mayoritaria a este gran desastre. Habría que recordar la parábola del samaritano, el que tuvo compasión con aquel que estaba medio muerto en el camino.
España es muy sensible a la solidaridad, a los que no tienen, a los más desheredados de la tierra. Es lógico, nosotros llevamos dos mil años escuchando el Evangelio.
El mensaje de Jesús se ha grabado en nuestra cultura, en la literatura, en el arte, en la pintura, en el lenguaje…incluso en nuestro ADN.
Hay una semilla de Dios en el corazón de nuestra gente. Es un anhelo y nostalgia de lo divino.
Se manifiesta de una forma clamorosa en las situaciones límites: el nacimiento de un hijo, en la boda de un hijo/a, en la muerte de un hermano, en la reunión de la familia donde se experimenta la belleza de estar juntos.
Hay dentro de nosotros una semilla religiosa y necesitamos darle expresión.
Hemos mejorado el nivel de vida. La existencia humana se ha prolongado. Gozamos de una salud considerable. La mortalidad infantil casi ha desaparecido del nuestro país. Es una bendición de Dios.
¡Cuánto ha colaborado la Iglesia en esta tarea!
¡Cuantas horas, días y años han trabajado miles de religiosas estando al lado de los enfermos y esto por un jornal mísero y estando las 24 horas enfrentando la dura tarea de un hospital!
Nuestro pueblo es optimista, tiene esperanza y alegría de vivir. ¿No será esto fruto también del Evangelio?
El mensaje de Jesús no solo nos hace ser solidarios sino que nos da calidad de vida.
Hay muchas semillas entre nosotros, semillas plantadas por la mano de Dios, regadas por tantas manos amigas y por la presencia de la Iglesia en nuestra sociedad.
Somos así y renunciar a todo esto sería renunciar a nuestro ser español.
Esta es nuestra masa y el cristianismo nos ha conformado y se ha hecho carne de nuestra carne e historia de nuestra historia.
Esto no quiere decir que hemos de cerrarnos a otras creencias y formas de pensar. Hoy la vida se ha hecho muy variopinta y plural.
¡Claro que sí!
Las creencias se proponen no se imponen.