A lo largo de la Biblia me encuentro con un número elevado de pasajes en que se contempla le perdón de Dios hacia el hombre. Normalmente vienen precedidos de arrepentimiento de éste.
San Juan nos dice en su epístola que: “Dios es Amor”.
Y el amor siempre se inclina por el perdón, el amor es misericordioso.
En infinidad de ocasiones he rezado “el Padrenuestro”; muchas de ellas de forma rutinaria.
La primera parte la dedico a palabra a Dios, como Padre; y en la segunda le elevo mis peticiones.
Hubo un momento en que me pasé en una de ellas, a la que no le había prestado atención: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdónanos a los que nos ofenden”…”
Y me pregunté: ¿por qué necesito perdonar para ser perdonado?
Indudablemente, el Padre quiere perdonarme y puede hacerlo, pero parecía necesario que yo me adelantara a Él perdonando a mi ofensor.
Pienso que tiene que haber una razón para que esto suceda y he llegado a una conclusión, para mí válida.
En el corazón se asientan el amor y el odio, odio que puedo definir como rencor o malestar contra otro. Estos dos sentimientos son incompatibles entre sí, no pueden convivir juntos.
Mientras yo no vacíe mi corazón del odio, no tendrá cabida el Amor. Dios desea dármelo a través de su perdón. El perdón de Dios no es otra cosa que inundarme de Amor.
Si yo tengo un vaso lleno de agua hasta rebosar, y en este caso el agua representa el odio, puedo volcar sobre el vaso cuanto aceite quiera- el Amor de Dios-, que resbalará y no entrará ni una gota en el vaso.
Si vacío éste del agua, se llenará de aceite. Por ello, el perdón es un elemento fundamental en nuestra vida.
Pero, yo añadiría una segunda consideración. Este perdón del Padre es necesario en el aspecto trascendente.
Pero hay un segundo aspecto del perdón, que yo definiría como humano y que también tiene un gran valor, aunque pueda pasarnos desapercibido.
Se suele decir que “la venganza sabe mejor, cuando se sirve fía”.
Es una frase que suena bien , pero no responde a la realidad, a menos que hayamos hecho desparecer de nuestro corazón la compasión.
Pues, una vez que he conseguido vengarme, me queda un sabor de boca amargo.
He visto en mí mismo, y lo contemplo con frecuencia en la televisión, que las personas que piden justicia, con todo el derecho, y desean que ésta imponga el mayor castigo posible, lo hacen desde la tensión. Lo mismo sucede cuando el odio ocupa un lugar en nuestro corazón.
Me ha tocado vivir esta situación. Y sólo a través del perdón pude encontrar la paz.
En el atentado cometido por ETA en la calle Correo de Madrid, especialmente contra miembros del entonces Ministerio de la Gobernación, murió una tía carnal mía
Un cuñado mío y yo recorrimos unos diez de los grandes hospitales de Madrid, hasta que dimos con ella.
La reconocimos por algunos objetos personales.
Recuerdo que salíamos a la calle y un policía nacional se iba a acercar a nosotros, cuando su compañero le dijo:¿No les ves la cara?- déjalos tranquilos”.
En aquel momento yo llevaba el corazón lleno de odio y deseaba encontrar a alguno de los asesinos de mi tía para tomar justa venganza. Vida por vida.
Pero me di cuenta que había perdido algo muy preciado para mí: la paz interior que se traducía en una sonrisa, tanto en la boca como en los ojos.
Comprendí que sólo podía recuperar la paz y la sonrisa desde el perdón. Y me vi. obligado a perdonar.
Perdón que conlleva el olvidar, porque no es válida la frase:”perdono, pero no olvido”.
Quien dice eso no ha perdonado.
Pobres de nosotros si nuestro Padre Dios nos aplicara este criterio.