Ermita de Santa Brígida en Almodóvar del Campo (Fuente: www.almodovardelcampo.es)Celebramos en el mes de mayo nuestra fiesta local de Santa Brígida; la de nuestro Patrono y paisano San Juan de Ávila,  y la  de San Isidro labrador.

A pesar de  que algunos sólo ven en la Iglesia y les encanta destacar  “a bombo y platillo” las manchas de algunos de sus miembros- cosa que es muy lamentable, por supuesto-; sin embargo la Iglesia está llena de hombres y mujeres   llenos de virtudes y de vidas ejemplares.

Son muchísimos los santos que la Iglesia venera en los altares y  tantas personas, que sin estar en los altares, han vivido y viven santamente; aunque esto no sea noticia para los medios de comunicación.

Por nuestra parte; todos, en cualquier estado de vida y en cualquier profesión-honesta- podemos y debemos ser santos, perfectos.

En la Sagrada Escritura  hay un montón de llamadas a la santidad para todos los creyentes. Así  en la 1ª de Pedro 1,15 dice: “Sed siempre y enteramente santos, como santo es el que os llamó”.

El Concilio Vaticano II, insistió en la vocación de cada cristiano a la santidad. Así, por ejemplo, dijo: “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una santidad que promueve, aún en la sociedad terrena, un modo de vida más humano”(L.G)

Según el gran teólogo de la Iglesia,  Santo Tomás de Aquino, quien ama a Dios de modo completo, posponiendo todas las demás cosas, es perfecto, sea religioso o seglar, clérigo o laico, soltero o casado.

Mirando el ejemplo de nuestros santos, los que veneramos en este mes, y sobre todo mirando  cada uno a nuestro propio ser: estamos creados a imagen y semejanza de Dios; por ser bautizados, somos hijos de Dios, hermanos de todos los hombres y templos vivos del Espíritu Santo; desde ahí se sigue que, para ser consecuentes, para vivir de acuerdo con lo que somos, nuestra tarea es, con la gracia de Dios, con la fuerza de los sacramentos y de la oración, hacer de nuestra existencia un reflejo brillante de la dignidad tan alta y sagrada que llevamos en el fondo de nuestro ser.

No importa que nos coloquen en los altares, basta con que nuestra vida-cada uno con su propia historia- sea una realización apasionada del amor a Dios y a los demás.