Aquí, en la Residencia en que ahora vivo, soy propietario no sé si de un tesoro o un peso: el tiempo.
Diré que para mí el tiempo es un tesoro, que quizás no aprovecho todo lo que debiera, pero que da bastante de sí.
Leo, escribo, veo a ratos la televisión (más bien poco) y pienso.
Miro hacia el futuro con optimismo, aunque sea a corto plazo, y echo la vista atrás con tranquilidad.
Procuro vivir el presente con ilusión y ayudando en lo que puedo a las personas que me rodean y que se encuentran en peor situación que yo.
Una cosa es cierta, a lo largo de estos quince años-que por circunstancias de la vida-he tenido que pasarlos en soledad, mayor o menor, nunca me he encontrado solo, siempre hemos sido cinco, como mínimo: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, María y yo.
Hoy me gustaría hablar del Espíritu Santo. “Dios es Amor” nos dice San Juan en su epístola y encuentro en el Espíritu Santo la expresión de ese Amor-como Divina Providencia.
Confieso que no creo en absoluto en la buena o mala suerte. A lo largo de toda mi vida, me he movido a través de la Providencia, que me ha conducido con Amor respetando siempre mi libertad.
Presentaré hoy, en algunas pinceladas, esta obra del Espíritu Santo.
Indudablemente sólo desde la fe se pueden aceptar, pues es cierto que resulta difícil explicarlas de una forma natural.
Tenía yo siete años, cuando enfermé de sarampión de una forma tan grave, que mi abuelo, que era médico, le dijo a mi madre que no pasaría de aquella noche. Mi madre rezó con inmensa fe y me curé.
A los veinte años, veraneaba en Benidorm, entonces era un pueblo muy pequeño y había poca gente en la playa.
Había estado nadando y estaba muy cansado en la orilla.
De pronto, un niño, bastante dentro del mar, empezó a pedir socorro.
Nadie se movió. Así es que yo me lancé a ayudarlo.
Según me iba acercando, me daba cuenta que no podíamos volver a tierra; pero seguí.
Al llegar a su lado, me dijo que era una broma. Así que, me volví.
Salí del agua sonriendo de verdad.
Un señor se enfadó conmigo por el hecho de sonreír; yo le dije que sonreía porque acababa de nacer.
Hice Cursillo de cristiandad y pertenecía a una Ultrella en Coslada. Se encontraba en ella Victoria, una señora mayor, que estaba muy preocupada con su nuera. Tenía un cáncer terminal y no quería saber nada del sacerdote.
Victoria dormía en la cama de matrimonio con su nuera, pues su hijo la había dejado. De esta forma la podía atender con más facilidad.
Encontraba yo tan preocupada a Victoria que le dije: “ No te preocupes, tu nuera confesará”
Lo dije con tal seguridad que Victoria me preguntó que “cuándo”.
Le contesté: Eso no me lo ha dicho el Espíritu Santo.
Me olvidé del tema, pero, por unas circunstancias muy especiales, fui con un matrimonio a ver al párroco a su pueblo.
Me encontré paseando con él por el campo, separados de los demás y entonces me contó que había salido de la parroquia a ver un enfermo, cuya la familia le había llamado.
No salía nuca sino cuando le avisaban, pues tenia un numero muy grande de feligreses.
Pasaba por delante de la casa de Victoria y decidió entrar, pudo confesar a la nuera, que se lo pidió. Esta fallecía a los tres días.
Podría extenderme hasta casi escribir un pequeño libro.
Siempre se podrá pensar en la “casualidad”; yo prefiero creer firmemente que el Espíritu Santo se encuentra presente en mi vida y vuelca en mí su Amor.