Son muchos y pequeños detalles los que forman a una persona. Muchos gritan y gritan, discuten hasta hacer callar al otro. Están creídos en que los han convencido pero se equivocan siempre.
El amor a Jesús se sustenta desde el fondo más íntimo del ser humano y hay que sujetar a Jesús desde muy adentro, con todas nuestras fuerzas y así, sin esa claridad fan característica de los fanáticos, podemos llegar a la verdad y a la Santa Indiferencia y nos daremos cuenta del error en el que caemos cuando damos preferencia al habla y al entendimiento más que a la escucha y al amor.
Reflexionando sobre esto he llegado a lo siguiente:
La verdad, como decía el escritor, se consigue dejando de lado nuestra verdad y uniéndonos a otros para ir a buscarla juntos. Para nosotros, los católicos, la verdad es Jesús de Nazaret, el Señor, pero no podemos llegar a la Verdad si vamos cada cual por nuestro lado. El Evangelio de Jesús es claro y Santos no muy lejanos a nosotros nos lo explican continuamente. Un paso necesario e imprescindible en ese caminar unidos es la humildad ( leer a San Juan Bautista de la Concepción en su tratado sobre ella).
Por otro lado está la humanidad unida a la no pérdida de memoria.¡ Es tanto lo que el Señor ha hecho conmigo a través de personas con su realidad física y espiritual!, que por su amor y verdad, debo repercutirlo en mis hermanos y más aún en los más cercanos.
Podemos pensar en grandes obras para salvar al mundo pero si soy incapaz de dar cariño, afecto, comprensión, afabilidad, gratitud, reconocimiento…y honor a mi hermana, tíos…a los que tengo a mi lado, ¡vaya inutilidad de pensamiento y pérdida de tiempo!
La Verdad del Católico supone renuncia, alegría, esfuerzo y descanso, unidad, formación y oración, propósito de cambio y desposesión de sí para con los demás, amor y cariño, afecto y consideración, sentido común, entrega y perdón.
La Verdad del Católico es Jesús, el Señor, no la nuestra, no la que nos hemos ido forjando con nuestras limitaciones adaptándolas no ya solamente a la sociedad sino a nuestra realidad diaria e incluso horaria.
La Verdad lleva consigo una tarea tan cruda que en vez de unirnos a ella lo que pretendemos es que Ella, Jesús el Señor, se una a nosotros.
Queremos y pretendemos una Verdad a nuestra medida y eso no puede ser ya que viviríamos constantemente en la mentira y en la apariencia, con una sonrisa falsa, con un cariño y afecto ridículos y laxos, como lobos pero revestidos de corderos, no cándidos como palomas sino astutos como serpientes.
En estos momentos en los que el Papa ha señalado que no hay ninguna fuerza externa a la iglesia que pueda acabar con ella, no seamos tan inconscientes e insensatos como para que los que nos llamamos católicos vayamos con nuestra vida separándonos de Jesús el Señor y separando a los demás de Él.
Quiero, también, recordar en este momento, testimonios fuertes de Santos que alcanzaron lo que verdaderamente es la Santa Indiferencia.
Me estoy refiriendo, entre otros, a Santa Teresa de Jesús en toda su obra y en particular cuando dice ¿Qué mandáis hacer de mí? Verdaderamente abandonada en manos de Dios porque todo le da igual ya que solamente quiere tener a Dios y con eso le basta.
Testimonio maravilloso también el de San Francisco de Asís, todo él era manifestación del abandono pleno en Dios, sus estigmas, sus problemas bucales…toda su vida en Dios, de Dios y para Dios.
Santa Teresita del Niño Jesús cuando habla de que quiere ser un juguete en manos de Dios para que juegue con él cuando quiera y como quiera.
Confundir esto con no darle importancia a determinadas cosas que ocurren en nuestro diario es de un absurdo inaudito y de una ignorancia supina.
La Santa Indiferencia del católico no es ni pasotismo ni resignación, no es una actitud determinada en un momento concreto, tampoco es un pensamiento y ni mucho menos algo que nosotros podamos conseguir únicamente con nuestros medios humanos.
La Santa Indiferencia es una de las más altas cuotas a las que puede llegar una persona en su tratar diario con Dios. Supone un abandono total en Jesús, el Señor.
Por último, quiero acabar con un pensamiento de nuestro querido San Juan de Avila relativo a la última reflexión. Dice así: “ Y cuando delante de Dios se hallare, trabajen más por escucharle que por hablarle, y más por amarle que por entenderle”.