“No hay un camino más cierto o más verdadero que otro, pero sí hay modos de transitarlos que pueden ser una práctica de la tristeza o una celebración de una fiesta…”
Estas palabras las comentaba en una ocasión el filósofo Luis Jalfen, palabras que podrían convertirse hoy en día en una premisa básica para poder avanzar en nuestras vidas.
Convivimos en una época marcada por una gran crisis y no solamente económica; crisis internas, de valores, vacíos…
Constantemente estamos expuestos a acercamientos y alejamientos, apariciones y despedidas, rupturas y encuentros…; en definitiva muchos cambios que hacen que la sociedad SUFRA.
Cambios que se producen de una forma acelerada y cada vez con mayor intensidad, provocando, como consecuencia, muchas pérdidas a las que nos enfrentamos a diario.
Sería más fácil si todo eso que dejamos atrás pasara a un segundo plano, pero la realidad es que nos es cada vez más difícil tolerar los cambios, adaptarnos a lo nuevo o intentar sacarle sentido a lo que dejamos atrás.
Es cierto que cada acontecimiento en nuestra vida contribuye a nuestro crecimiento y, si partiésemos de esta idea, sería mucho más llevadera cualquier situación que nos tocara vivir.
Lo difícil en este caso es ser capaces de convivir con nuestros sentimientos, aceptarlos en vez de esperar que las cosas sean de otra manera, puesto que la expectativa es lo que nos impide avanzar y sentir en muchas ocasiones.
Hay sentimientos que son difíciles de llevar, en principio son inevitables y nos dan información acerca de cómo estamos viviendo un acontecimiento; sin embargo en función de cómo vivamos ese estado, cambiarán sustancialmente las cosas.
En la mayoría de las ocasiones, para quedar libres de los sentimientos que no nos gustan, los empujamos, pero cuanto más los empujamos, más obsesionados estamos, cuanto más negamos lo que nos pasa, más poder le damos.
Por ello es importante aceptarlos, pues todo cambia si no nos resistimos a lo que ocurre.
Está claro que no podemos elegir las circunstancias, la vida nos va presentando los hechos, pero sí tenemos el poder de interpretarlos; el instrumento más poderoso, que todos tenemos para darle sentido a cada paso que damos, se encuentra en cada uno de nosotros.
No podemos pretender que las cosas cambien si primero no intentamos al menos que se produzca un pequeño avance en nosotros mismos; si nos cerramos al dolor, si no dejamos paso a la luz, por muy soleado que esté el día no seremos capaces de apreciarlo. No solamente hemos perdido cosas a nuestro alrededor, sino que en la mayoría de ocasiones hemos perdido una parte de nosotros mismos.
La propuesta para conseguir reencontrarnos con aquello que nos hace especiales parte de que intentemos comprender las propias limitaciones y aceptar nuestras debilidades. Reconocer nuestra parte de responsabilidad en cada acto que nos ha llevado a esta situación, pero sin enjuiciar.
Como decía Welwood:
“Si queremos permanecer abiertos a la vida y no sucumbir a la depresión o al cinismo, debemos aprender a vivir con el corazón roto”…
Pues ¿quién no tiene el corazón roto hoy en día?
Un corazón que, en la mayoría de las veces, no se rompe por si mismo, sino que, de tanto abrirlo por la fuerza, al final termina rompiéndose.
Un corazón que curiosamente nadie querríamos que se rompiera y que si en algún momento decidiésemos mirarlo con dedicación, descubriríamos algo inesperado y es que aún se puede reconstruir. Mientras que siga latiendo con fuerzas podremos utilizar los pedazos perdidos como una oportunidad para seguir adelante.