Al Carmelita Juan-Manuel Vivar Montoya. Predicador de las novenas de la Virgen del Carmen del 7 al 16 de julio de 2010, en Almodóvar el Campo.
Vocación de Saulo.
“Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del señor, se presentó al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que, si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar presos a Jerusalén.
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?” Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer.” Los hombres que iban con él se habían detenido muertos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie” ( Hech. 9)
P.- Dónde nace Juan-Manuel Vivar.
R.- Soy Canadiense de nacimiento. Tengo doble nacionalidad, pues soy hijo de padres españoles. Concretamente mi madre es casi paisana vuestra. Nació en Villa-Nueva de San Carlos (El Pardillo).
Siendo ella muy pequeña, con tan solo seis años, toda su familia se traslada a Madrid. Allí conoce a mi padre, madrileño de nacimiento.
Al día siguiente de casarse, el cumpleaños de mi madre, emigran a Canadá. Un joven matrimonio, valiente, sin medios económicos… hecho que no les detiene para buscar un futuro mejor. Piden un préstamo para el billete al propio Estado Canadiense.
Estuvieron allí tres años. Solos, y el último año es cuando yo nací. Mi padre quería haberse quedado. Encontró un futuro, un ambiente favorable. Mi madre, quería volver junto a la familia y que conocieran a su hijo, y vuelven a España.
P.- ¿Has vuelto alguna vez a Canadá?
R.- Si. Para mi madre, no era tan importante, pero mi padre sí deseaba que volviese. Que yo hiciera mi futuro allí, ya que disfrutaba de la doble nacionalidad. Desde pequeñito me preparé estudiando inglés, con la idea de, al cumplir los dieciocho años, volver Canadá. Y así lo hice. Ya estando en Canadá, estuve estudiando inglés y comencé la carrera de empresariales. Estuve tres años y regresé a España.
P.- ¿Tienes hermanos?
R.- Sí, tengo dos hermanos, más pequeños que yo. Alberto y Laura.
P.- ¿Desde pequeño, eras un niño muy religioso o el deseo de ser sacerdote llega más tarde?
R.- No, no. Mis padres tenían muy poquita fe y cuando fueron allí a Canadá, se establecieron en la parte inglesa, donde no hay católicos, son protestantes. No así en la parte francesa donde si son católicos.
La poca fe que tenían mis padres, en ese ambiente, la perdieron. Cuando yo nací no me bautizaron y a mis hermanos, que nacieron en España, tampoco.
Yo he crecido totalmente apartado de Dios. En mi casa nunca ha habido un crucifijo. Cuando iba al colegio, yo era el niño que llevaba la autorización para no asistir a clases de religión. Nunca di religión, nunca supe nada de Dios. No conocía nada de la vida de Jesús. Fui creciendo en esa falta de Dios y la fui sustituyendo por otro dios. El dios de mi vida era yo mismo. Hice un ídolo de mí.
P.- ¿Cómo vivía ese joven?
R.- Las cosas, la verdad es que me iban bien. Las chicas no me faltaban, los estudios se me daban bien, tenía un montón de amigos, en casa bien, no tenía problemas con mi familia. Yo era el gran Juan-Ma.
Yo pensaba: “Lo tengo todo, la vida es bonita”. Es verdad que vivía para el fin de semana. Para beber demasiado, y ver un ambiente en el que siempre tiene que ser fiesta.
Yo era un ateo convencido y además militante. Estaba en contra de Dios, en contra de La Iglesia…
Cuando vuelvo de Canadá, toda esa imagen que había hecho de mi, se viene abajo.
Yo dejé Canadá porque echaba de menos el clima de España, en el sentido de la pasión con la que aquí se vive. Allí la gente es muy anglosajona y muy fría. Echaba de menos el espíritu latino, la familia…
P.- De regreso a España cómo enfocas tu vida.
R.-Me vine para acá y en un momento dado, se me vino todo abajo. Deje la carrera, no me llenaba la carrera de empresariales. Casi me quedo sin amigos, porque empecé a salir con una chica. Dejo mis amigos por salir con los amigos de ella. Al romper la relación con esta chica, me quedo sin amigos, sin los míos y sin los de ella.
Llegó un momento en mi vida en que me quedé sin nada, con veintidós años. Lo único con lo que podía contar era con mis padres. Después de haberme ido de mi casa con dieciocho años, tener mi Independencia..; volví a mi casa sin nada y sin saber qué iba a hacer con mi vida.
La cuestión es que como no tenía donde agarrarme y la imagen mía, la imagen del dios Juan-Ma se me había venido abajo, empecé a pensar que si la vida era sufrir… cuanto antes me quitara de en medio mejor. No había ningún sentido para seguir. Mientras todo se daba bien, ¡estupendo!, pero cuando todo se da mal, entonces qué, donde agarrarte…
Con esa idea, con veintidós años, en agosto, decidí salir de casa, irme yo solo, unos días, para pensar qué iba a hacer con mi vida. Me fui a Santander, como podría haberme ido a otro sitio cualquiera. Allí me estaba esperando El Señor.
P.- Quién te estaba esperando en Santander
R.- A mí me gusta, cuando voy a un sitio, hacer turismo recorriendo los lugares más emblemáticos… Me acerqué a la oficina de información y turismo y entre la información recibida, apareció una referencia de la catedral en la que se encontraban las cabezas de San Emeterio y San Celedonio, que son los patronos de Santander.
Y yo lo primero que pensé fue: “Estos católicos están grillaos”. Que por el puro morbo de verlas, allí me presenté. Yo que no entraba nunca en una iglesia. Yo entré en la catedral y me senté a esperar, porque había una eucaristía y no quería molestar. Comienzo a percibir lo que era el templo en el interior: tiene el lateral una cripta, muy bonita de piedra, un altar y al fondo tiene un Crucificado. Una imagen muy bonita, y empecé a mirarlo.
Terminó la misa y yo seguía allí sentado, mirando al Cristo. Y algo empezó a decirme en mi interior que Ese que estaba ahí, había muerto por mí. Yo no escuchaba voces, ni nada de eso. Yo lo sentía.
Yo me vi, que empecé a hacerle preguntas. Tú quien eres, qué significa que tu hayas muerto por mí. Pero enseguida me venía la vena racionalista y me decía: “Pero vamos a ver Juan-Ma, si para ti eso no es nada, es solo un trozo de madera y punto. Pero era una atracción grande por Ese que estaba ahí, que algo en mi interior me decía que había muerto por mí.
P.- A ti que nunca te habían hablado de Dios. No tenías conocimientos de religión. Nunca habías ido a catequesis. “QUE CRISTO HABÍA MUERTO POR Tí.” Tú, lo oías por primera vez
R.- No sé cuánto tiempo estuve allí, sé que, al salir de la iglesia, me fui a pasear a la playa del sardinero, y allí intenté psicoanalizarme. Llegué a la conclusión: “tu ahora mismo estás mal, afectivamente estás mal y lo que estás haciendo es volcar todas las necesidades afectivas, que tienes, en algo que es una idea, una teoría y que para ti no es nada”.
Intente quitarme la idea, pensando que al llegar a casa, a Alcorcón con mis padres, pasaría.
Llegué a mi casa y no se pasaba. Era continuamente recordar a Ese que había muerto por mí. Y a los pocos días de estar allí en Alcorcón, ya no aguanté más y bajé a la primera iglesia que había cerca de mi casa. La parroquia de Nuestra Señora de La Saleta. Era finales de agosto, un calor de estos que te mueres.
Entré en el despacho parroquial. Yo me tuve que esforzar muchísimo, porque eso de entrar, en una iglesia, en una parroquia… Estaba el párroco, un señor ya mayor; sentado en su mesa leyendo el periódico y como no iba vestido de sacerdote, yo no sabía si era un sacerdote o un colaborador de la parroquia. Entré allí y le dije: Buenas tardes, que vengo a conocer a Jesús.
El sacerdote, levantó los ojos y se me quedó mirando y yo que me había esforzado tanto, me sentí tan violento, que le dije: bueno, perdón si me he equivocado de lugar, me voy, y tal…
Pero cómo te vas a equivocar de lugar. Espérate que van a venir unos curas jóvenes y hablas con ellos. Lo primero que pusieron en mis manos fue el evangelio.
P.- Fuiste buscando a Jesús. Ponen el evangelio en las manos.
R.- Empecé a leer el evangelio y comencé a ir a misa todos los días. A escuchar misa, porque no podía ni comulgar ni nada. No estaba bautizado.
Empezó a cambiar mi vida por segundos. Era abrir el evangelio y era empezar a ver que me estaba encontrando con alguien que estaba vivo, que no era una idea, que no era una teoría, que no era algo que yo me estuviera montando, sino que lo sentía.
Era como darme cuenta de que siempre había estado, ahí, conmigo.
La vida empezó a cambiar, empezó a surgir una alegría, unas ganas de vivir…Empezar a ver que la vida era bonita, que merece la pena vivirla. Era como haber estado a oscuras y de repente abrir una ventana y mirar un paisaje precioso, todo por descubrir.
Abría el evangelio y siempre me aparecía la misma frase, fuese a donde fuese.
“Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Yo sentía que quería ser sacerdote.
P.- En estos momentos, aún no estabas bautizado.
R.- Yo tuve mucha suerte. En la parroquia donde estaba, me sentí muy acogido, me recibieron con mucho cariño, se interesaron mucho por mí. Uno de los jóvenes sacerdotes, con los que estaba, fue a hablar con el Obispo y éste dijo que en la vigilia pascual se bautice, se confirme y reciba la comunión. Cuando eres mayor, recibes los tres sacramentos juntos. Y que en septiembre empiece el seminario.
P.- Y en tu casa cómo viven toda esta transformació tuya
R.- A mi vuelta de Santander, notan un cambio en mi carácter, estoy más alegre, más cariñoso y comunicativo, salgo más y me preguntan, sobre todo mi madre: – ¿Dónde vas?. – Por ahí, le contesto yo. – Por ahí a algún sitio irás, insiste mi madre. – Voy a la parroquia con un grupo de amigos que he hecho y que se reúnen allí. – Ten cuidado que no te vayan a comer el coco.
Pero me veían contento. Pero cuando les digo que me voy a bautizar, entonces es cuando ven que es algo serio y me empiezan con "ya te lo dijimos, dónde te has metido, no sabes lo que estás haciendo. Con nosotros no cuentes para el bautizo."
Pero llegó la Vigilia Pascual y sorprendentemente vinieron mis padres y mis hermanos. Dejé pasar unos días para que se recuperasen y les dije que en septiembre me iba al seminario.
Yo a mis padrles, les tengo que dar siempre muchas gracias, porque les he hecho mucho de sufrir. He sido muy pinta. Siempre me han estado apoyando.
Me fui al seminario a Getafe, que es la diócesis a la que corresponde mi parroquia de Alcorcón.
P.- Cómo te sientes en el seminario.
R.- En el seminario estaba muy contento, pero me ocurrió una cosa: Sentí una llamada fuerte al Carmelo.
Cuando pusieron en mis manos el evangelio y el catecismo, me regalaron la vida de Santa Teresa. Me cautivó Santa Teresa, me cautivó el Carmelo. Yo quería vivir como ella.
Estuve tres años en el seminario. Nada más entrar, al principio tuve un momento grande de crisis, de crisis fuerte. Yo entraba convertido, yo me quería comer el mundo, tenía mucha prisa por aprender, por conocer, por dar pasos en mi vida religiosa.
Yo con veintitrés años en el seminario me encuentro con un montón de chavales, de dieciocho años. La diferencia de nuestras edades chocaba. Los veía muy niños a mi lado. Yo me preguntaba: estos van a ser curas y cuando hay patatas fritas, nos pegamos por las patatas. Pero si estamos llenos de egoismo.
Yo me exigía y les exigía un comportamiento, poco menos que de santos. Esto a mí me produjo la crisis. Hasta que hablé con el formador y me dijo: Juan-Ma, date cuenta de que esto es un seminario, esto no es el Portal de Belén.
Yo siguía sintiendo una continua llamada al Carmelo. En los veranos, mi director espiritual, me llevaba a conocer, Benedictinos, Trapenses. Vida contemplativa.
Después de los tres años del seminario, mi director espiritual me dijo: Mira si quieres vivir esta espiritualidad que tú buscas en La Cartuja o en ningún sitio.
“Si Dios es lo que me pide…, dejo el seminario, me voy a La Cartuja de Zaragoza, cinco años.
Estuve allí en silencio cinco años. Una experiencia preciosa. Era una vida en comunidad, una vida de oración. De intimidad con Dios.
Pero yo echaba de menos lo que tiene el Carmelo. El Carmelo es una vida contemplativa, pero unida a una vida apostólica. Desde misiones, parroquias, colegios.
Justo, cuando iba a hacer la profesión solemne, hablé con mi obispo y le dije que no era aquello lo que yo buscaba.
El obispo me contesta: Mira Juan-Ma; vuelve al seminario, termina los dos años y cuando te ordenes, te vas a los Carmelitas.
Pero justo antes de ordenarme, muere mi obispo. Llega un nuevo Obispo y al ordenarme me dice: espera un año, y otro año más, vete a una parroquia, ahora otra parroquia…
P.- Cuál fue tu primera Parroquia.
R.- Mi primer año de diaconado y luego mi primer año de cura, estuve en Santa Beatriz de Silva, en Leganés.
Era una parroquia en un barrio joven, muy joven .Con muchos niños, muchísimos niños.
No teníamos ni locales, estábamos en prefabricado. Fue una experiencia muy bonita. Yo estuve de vicario parroquial, tenía un cura joven, de mi edad, y fue un tiempo muy bonito.
El Obispo me vuelve a preguntar: Bueno cómo estás.
Pues bien, pero yo quiero ser Carmelita. Llevo dieciséis años deseándolo.
Él me responde: yo lo que creo es que necesitas más trabajo. Te voy a mandar a una parroquia con mucho trabajo.
Y me mandó a una de las parroquias mayores de la diócesis, una de las parroquias de Aranjuez y de Párroco.
Allí estuve tres años, en la parroquia del Espíritu Santo. Una parroquia de unos veinte mil habitantes, con dos residencias de ancianos. Con un centro de enfermos de Sida. Teníamos la cárcel, también a nuestro cuidado. Teñíamos dos aldeas más.
La parroquia tenía mucha vida.
Nada más llegar allí, la gente me acogió con mucho cariño, colaborando muchísimo. Vino el Obispo a ver cómo estaba y le dije: humanamente muy bien.
Como cura, me siento realizadísimo, desarrollando trabajo en un montón de arreas.
Pero interiormente, me muero. Yo tengo una inquietud ahí, que la tengo que solucionar.
Me fue dando largas. Y yo respondía: Me fío de ti Señor, me fío.
Cuando iba a cumplir ya cuarenta años, hablé con mi Obispo y el vio que era el momento.
Me dio permiso y empecé con los Carmelitas. En Ávila, en el Convento donde nació Santa Teresa, con el hermano Vicente y con Lucio, vuestros paisanos.
He estado durante todo este año haciendo un tiempo de postulantado.
Ha sido un año muy bonito, de profundizar en la espiritualidad de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz.
Este año he hecho un master en mística.
Y ahora estoy aquí con vosotros, en esta novena a La Virgen del Carmen, encantadísimo. Un pueblo profundamente Carmelita.
Y ahora en agosto me voy al noviciado.
Despedimos a este Carmelita con cariño y recordando la huella entrañable y profunda que ha dejado en esta novena en Almodóvar del Campo.