"Tenía todo y no era verdaderamente feliz"
Arquitecto, viajero, canta, toca la guitarra… y acaba de publicar su primer disco. Sin duda, es un paradigma de lo que hoy en día, incluiríamos en el ámbito del éxito. Sin embargo, hay algo que tal vez no concuerde con los que algunos presuponen en un joven vitalista y moderno: hace dos años ingresó en el Seminario. Después de un tiempo de "rebeldía" y de dar "pasos hacia delante y hacia detrás", Jaime Salmonero trata ahora de corresponder a la llamada que siente que Dios le hace.
"Confidencias, contradicciones y conversión", así se titula su primer trabajo en solitario, tras una experiencia anterior en "La voz del desierto", un grupo de rock cristiano formado por laicos y sacerdotes de la Diócesis, Alcalá de Henares, que, en apenas unos años, se están haciendo un hueco en el campo de quienes evangelizan a través de la música.
Jaime ha compuesto un trabajo que, articulado en dos grandes bloques, explica cómo ha sido su relación con Dios a lo largo de sus 28 años de vida. Las primeras cinco canciones hablan de "lucha y deseos que no acaban de cumplirse".
Hace un tiempo, "lo tenía todo". Además de disfrutar con la aquitectura, sentía que su compromiso eclesial era fuerte: participaba en el coro, tenía dos grupos de catequesis y no se perdía ningún evento diocesano y parroquial. Como muchos otros. Pero él sabía que no era suficiente. O era demasiado: "Me sentía agobiado". "Necesitaba salir". Y eligió Nueva York: Allí se empapó de la arquitectura más vanguardista, se contagió, en metros y clubs, de la sensibilidad musical de anónimos interpretes de jazz, soul y gospel… "Tenía todo y era feliz… pero no era verdaderamente feliz".
Entonces comprendió que debía volver a casa: "Marcharme a Estados Unidos fue darme una última oportunidad. Lo que antes me agobiaba es que aunque participaba en muchas cosas de Iglesia, sabía que Dios me pedía un compromiso absoluto, a tiempo completo. Lo que conlleva dejar atrás mis propios sueños. Por mi rebeldía natural, me dije a mí mismo que debía intentar seguir con mis planes. En Nueva York, hasta me alejé voluntariamente del Señor… Pero no tarde en darme cuenta de que me había empachado de mi propia voluntad, y que, por sus muchos caminos, Dios me había mostrado que sin Él no ha posibilidad de nada, que Él era la felicidad que anhelaba”.
Fue entonces cuando volvió a Alcalá en ingresó en el Seminario.
Un epílogo especial:
De este segunda etapa es de la que hablan las cinco siguientes canciones; plenitud en el encuentro con Dios. Aunque no todo es tan fácil. Las dos últimas composiciones, a modo de epilogo, están dedicadas a dos personas muy especiales. La primera, su madre.
Pese a regalarle su primera guitarra, instrumento que le ha ayudado a expresar su vocación, no lleva bien que su hijo haya dejado todo para ser sacerdote: "No entiende lo que significa encontrarse con Dios, pero me ha alimentado de Él sin saberlo. Me bautizó, me llevo a un colegio religioso, me apuntó a catequesis… Y, lo más importante, me ofrece cada día un ejemplo moral muy grande.
Sin buscarlo, el suyo es un testimonio de vida empapada de Dios. Poco a poco, lo va aceptando y está aprendiendo a ser la madre de un seminarista".
La ultima es para Pablo Domínguez, el sacerdote que, tras morir hace un año, ha inspirado a tantos a la hora de ver con otros ojos la figura presbiteral -la película La ultima cima, inspirada en él, ha sido vista ya por 100.000 personas-.
Sólo le conoció cinco meses antes de su muerte, cuando éste era su profesor en San Dámaso: "No entendí por qué me impactó tanto. Creo que era su modo de ser pastor. Contagiaba, llamaba a seguirlo. Hoy, por la oración, me siento más unido a él que cuando vivía”