Muchas personas han abandonado las iglesias institucionales por falta de interioridad. Estos mismos creyentes se acercan con simpatía a la Nueva Era porque aprecia los caminos de la vida interior.
Sin embargo, el cristianismo tiene una rica herencia en este sentido, ignorada por las mismas iglesias. Aquí tendrían un papel irremplazable los místicos que se han hecho presentes a través de los tiempos.
Entre ellos sin duda ninguna podemos encontrar a Isabel de la Trinidad. ¿Cuáles serían sus orientaciones para estos nuevos creyentes que se sienten fascinados por el mundo del silencio, la interioridad y la nueva sensibilidad?
Una realidad muy sencilla: una sana interioridad. Este mundo interior está relacionado profundamente con una persona: Jesús.
El cristianismo es la persona del Señor. Esta realidad se ha impuesto en su vida, la ha seducido, ha hecho de ella su felicidad y tesoro. Hasta el punto que es su misión y la herencia que deja a la Iglesia.
“Le voy a comunicar mi secreto: piense en ese Dios que habita en usted, del cual es usted templo (1 Cor. 3,16); es San Pablo el que habla así, podemos creerlo. Poco a poco el alma se habitúa a vivir en su dulce compañía, comprende que lleva en sí un pequeño cielo donde el Dios de amor ha fijado su morada”
Una palabra iluminada para el mundo de los laicos:
En estos últimos años ha aumentado la participación de los laicos en la comunidad eclesial. El conocimiento de la Palabra de Dios y de la Teología ha crecido entre los hombres y mujeres de nuestras comunidades cristianas.
También en este sentido Isabel de la Trinidad tiene una palabra llena de sabiduría y orientación para nuestros laicos.
La mayoría de los escritos de la Carmelita de Dijon están dirigidos a seglares. En ellos transmite su experiencia religiosa a familiares y amigos.
Personas que vivían en la sociedad de su tiempo en condiciones ordinarias.
¿Por qué la palabra de Isabel Catez es actual? Porque es una reflexión basada en la Palabra de Dios.
Los textos de Juan y Pablo nutrieron su fe. La Biblia llega a ser carne de su carne y vida de su vida.
Desde este conocimiento por “dentro” del Nuevo Testamento profundizó en las líneas más fundamentales de la vocación cristiana: la adopción divina, el bautismo, la eucaristía y el testimonio.
Son interesantes las cartas que dirige a su hermana Margarita, joven madre de dos hijas (llegará a tener nueve hijos):
“Acabo de leer en san Pablo cosas espléndidas sobre el misterio de la adopción divina. Naturalmente he pensado en ti. Hubiera sido extraño lo contrario.
Tú eres madre y sabes qué abismos de amor ha puesto en tu corazón para con tus hijas puedes comprender la grandeza de este misterio: hijos de Dios” (C 239).
A su amiga Francisca Sourdon le dedica una carta que es un verdadero tratado de espiritualidad, dice así: “Es el bautismo quien te ha hecho hija de adopción (Rom. 8,15), el que te ha marcado con el sello de la Santísima Trinidad” (Grandeza de nuestra vocación 9).
Hoy, como en el tiempo de Isabel de la Trinidad, se está sintiendo la necesidad de revitalizar la vida interior de la Iglesia.
Ante el avance del agnosticismo y la indiferencia, está surgiendo la imperiosidad de palabras verdaderas sobre Dios y testigos del Dios vivo.
La Iglesia pide una pastoral que surja de una fe confesante y de una experiencia viva de Dios. Aquí tiene un papel irremplazable la Carmelita de Dijon.
La actividad evangelizadora de la comunidad eclesial no es la venta de un producto sino el contagio de un fuego que ha quemado al apóstol.
Cuando se ha hecho la experiencia de la cercanía de Dios, este Dios irresistiblemente lleva a los hombres y mujeres de nuestra sociedad a ser testigos de la alegre noticia de su amor desbordante.