El día 1º de Noviembre, en una celebración comunitaria ante el Santísimo, un numeroso grupo de fieles hicimos oración por nuestros seres queridos difuntos. También meditamos sobre el sentido de la vida y de la muerte, como paso hacia la Vida para siempre.
Entre otras ideas meditamos el siguiente texto sobre las señales que debe tener una persona que cree y vive la resurrección de Cristo y la propia.
1.- La alegría. Ya no hay lugar para la tristeza, porque Cristo está en ti y te sonríe. Él es fuente de gozo inextinguible. Si Cristo está en ti y te sonríe, ya nada importa. Aunque tengas que sufrir, no importa, porque todo está enteramente redimido. Así pasó a los discípulos.
Este sentimiento de alegría va unido a la paz, la que Cristo resucitado ofrecía a sus discípulos. Una paz que está más adentro de las superficies en que se mueven las crisis y las tribulaciones.
Si vives así, es que estás resucitado. Y tú, resucitado, sé sonrisa para los demás, ilumina a los que están tristes.
2.- La fortaleza. Va unida a la confianza y a la esperanza. El que está resucitado pierde los miedos. Sabe que Dios está con él, que el Espíritu de Cristo le acompaña. Así, habla con libertad, no cede ante la persecución, resiste en la contrariedad, aguanta el sufrimiento. Todo son semillas del Reino. Nada tiene comparación con la herencia prometida.
Esta fortaleza espiritual se manifiesta claramente en las actitudes de los apóstoles, después de recibir el Espíritu de Cristo resucitado; en la vida de Pablo, después de ser alcanzado por Cristo resucitado; en la de todos los discípulos, que se sentían llenos del Espíritu.
3.- El amor, que es perdón, que es gracia, que es entrega. La experiencia de Cristo resucitado es, ante todo, experiencia de amor. El que se abre a esta experiencia, se siente definitivamente amado. Es como si Cristo le dijera: No temas, yo estoy contigo. Yo te perdono y te quiero. Hoy estarás, hoy estás, conmigo en el paraíso. Yo estoy contigo como redentor, como médico, como amigo, como esposo.
El que escucha esta palabra, el que se siente así amado, recibe a la vez una capacidad extraordinaria para amar. El que está resucitado ya no vive para sí, porque ha muerto. Vive para servir, para compartir, para reconciliar y abrazar. Eso es la Pascua, capacidad de amar hasta el extremo, ser testigo del amor de Cristo resucitado.
Es en este amor donde está la libertad, donde radica la santidad, donde se manifiesta la vida. Sólo el que ama es libre. Sólo el que ama no tiene pecado. Sólo el que ama vive y nunca gustará la muerte.