En esa noche, cuando el alma se siente en reposo, grita y grita el gran sufrimiento de la sociedad. Gritos aterradores clamando justicia y paz.
Oigo un gran estruendo y, torpe de mí, miro al exterior y nada, nada…Sigo buscando y mi cabeza continúa cabeceando.
Respiración agitada provocándome un ahogo irremediable que me hace llorar.
Olor a humanidad despojada, a niños sin cabeza y ancianos tirados, a familias heridas de muerte y yo ¿qué?
Leyes negras que tiñen de oscuridad nuestro mirar. Ojos llorosos ante la desesperación y rabia de quien no puede dar de comer ¡Mendrugos de pan quiero! Carros de fuego en el alma de aquella que fue la meretriz de todos los placeres.
Sí, angustia es lo que siento. Todo puedo hacer y quieto me hallo.
Velas tronchadas y jergones quemados. Días consumidos y noches bebidas y ¿qué? Ni optimismo ni pesimismo, sino indiferencia.
No quiero buriles de compasión ni virutas de desahogo, ni acantilados que hacen temblar ni manos quedas.
¡Alma! ¿Dónde estás?
Soy carne devorada por los gusanos y el estertor de la muerte se acerca. Rosas azules que muerden y desgarran la piel. Sarpullido multicolor de olores sin sabores; insípidas bobadas que matan y laxitud nostálgica de una limosna peregrina.
Calavera no me veo, pero calavera soy.
Ermitas de Córdoba ¡qué mirar tan presente!
Gritos y lamentos ¡callad!, torturas verdes que atraviesan mis sienes ¡Anda cabizbaja! alma mía.
El resoplar de las trompetas anuncian la claridad perdonada de este cielo que confunde tierra y mar, horizonte y el aquí, hombre y vómito.
Herencias de aquél pecado que ni aún purificado por el agua nos cobra su tributo más rotundo.