Lo característico de ser hombre-persona es tener una cantidad enorme de deseos; llevamos dentro un sed casi infinita de algo que nos haga felices.
A estas inquietudes, a esta “sed”, no todos le dan la misma respuesta, sino que cada cual busca calmarla en las fuentes que le parecen mejores, o las que tienen al alcance o las que están más de moda, como por ejemplo:
– el consumir, tener, obtener. Se consume lo que tantas imágenes ofrecen en un vértigo que nunca se acaba y así se vive la búsqueda permanente e insaciable de algo nuevo que haga sentir placer, diversión, éxito…
– la vida sucede a mucha velocidad, siempre con prisas, y parece que sólo a las personas mueve el ansia de resultados inmediatos y efímeros.
– la cultura ramplona instalada hoy, con una falta total de ideales y utopías, egocéntrica y narcisista.
De todo esto y más cosas, nace un tipo de persona sedienta e insatisfecha.
Esta situación podría definirse con las palabras del profeta Jeremías:
–oráculo del Señor-
porque dos maldades ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua” (Jerem. 2,12).
Frente a todo ello, Jesús dijo y dice hoy a quien quiera oírlo en el fondo y en la calma de su ser creyente:
“El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús, de pie como estaba, gritó: Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba. Como dice la Escritura: “De sus entrañas manarán ríos de agua viva” (Jn 7 37).
¡Qué bonita sería una Cuaresma de este año (que empieza el 9 de Marzo) si cada uno de nosotros, conscientes de que somos una sed casi infinita de felicidad, se pusiera a ahondar y a beber bien en el Misterio que lleva dentro, en ese Manantial de agua, que es Cristo, y con todas sus ganas y su vida de amor, de espiritualidad, de paz y justicia dijera:
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo” ( Salm. 42, 2)