En lo que va de año 2011, han sido asesinados ya, al menos, tres sacerdotes en Colombia, una religiosa en República Democrática del Congo, un pastor protestante en India, un clérigo copto ortodoxo en Egipto, un salesiano en Túnez, otros tres sacerdotes diocesanos en Brasil, México e India y varios laicos en Pakistán.
Uno de ellos, el pasado 2 de marzo, ha sido el ministro pakistaní para las Minorías Religiosas, el laico católico de 42 años Shabbaz Bhatti. Su muerte, todo un magnicidio realizado además con premeditación, alevosía y ensañamiento, ha conmocionado a las comunidades cristianas de todo el mundo y a la opinión pública de bien.
Nada más producirse el asesinato del ministro Bhatti, el portavoz vaticano expresó el pesar del Papa y recordó la verdad, la razón y la oportunidad de su discurso del 10 de enero al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (ver ECCLESIA, número 3.554, páginas 24 a 27) en su vibrante y valiente denuncia de la vulneración, tantas veces impune, del derecho sagrado a la libertad religiosa.
Y es que desde el macro atentado en una iglesia cristiana iraquí de Bagdad, del pasado 31 de octubre, la persecución contra los cristianos se ha arreciado de una manera altamente grave y preocupante. De ahí, también el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de Oración por la Paz y su homilía en la misa del 1 de enero.
De ahí igualmente la convocatoria papal de un encuentro de oración interreligioso por la paz, en Asís, para el próximo 27 de octubre con ocasión además del veinticinco aniversario de una iniciativa similar y memorable de Juan Pablo II.
En el sermón de la montaña, la carta magna del cristianismo, el Señor Jesús pronuncia por dos veces palabras de bienaventuranza sobre aquellos que son perseguidos. En la segunda de ellas, la bienaventuranza es sobre quienes son insultados, perseguidos y calumniados de cualquier modo por causa de su nombre.
No cabe duda alguna de que Batthi y tantos otros cristianos han sido asesinados por este motivo. Pero también lo han sido por la primera de estas bienaventuranzas: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los cielos”. Porque la libertad religiosa es un derecho inviolable e inalienable. Porque la libertad es un bien superior. Porque la libertad religiosa es alma y sagrario del resto de los derechos humanos fundamentales. Porque la libertad construye el bien y busca y trabaja por la paz.
Y en este sentido, bueno será recordar que Jesucristo llama también bienaventurados a quienes trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios. Y la paz es -como bien nos recuerda el Papa, por activa y por pasiva- vía segura e inexcusable para la paz.
En un funeral celebrado en Roma por el eterno descanso de Shahbaz Bhatti, el cardenal Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, afirmó: “Me conmoví profundamente leyendo su testamento espiritual que, en mi opinión, está a la altura de textos como los de los Padres de la Iglesia: "No tengo más miedo, dedico mi vida a Jesús. No quiero popularidad, ni posiciones de poder; sólo quiero un lugar a los pies de Jesús”.
Son frases impactantes. Yo me había encontrado con él en Roma y después, más tarde, en Pakistán, en el aeropuerto de Lahore. Cuando nos despedimos me dijo: “Sé que moriré asesinado, pero ofrezco mi vida como testimonio de Jesús y por el diálogo interreligioso”. Él lo sabía y ya había ofrecido su vida. Creo que es un verdadero mártir».
Sin abundar ahora más en el martirio en sentido estricto de Batthi y de otros cristianos cuya sangre ha sido derramada solo y exclusivamente por el hecho de ser cristianos, sí es preciso evocar y reflexionar sobre sus cabales testimonios de fe, sobre sus vidas arriesgadas y comprometidas y sobre el desenlace de las mismas. Y reafirmar con todas las fuerzas el valor de la libertad religiosa.
Así, pues, que la sangre de los cristianos y la de todos aquellos que mueren por causa de su fe haga “despertar -como pidió el Papa en el ángelus del 6 de marzo- en las conciencias el valor y el compromiso para tutelar la libertad religiosa de todos los hombres y de esta forma, promover también su igual dignidad”.
Es una inaplazable cuestión de justicia, que clama e interpela a todos.