La Semana Santa, que cada año celebramos, no es para un cristiano un acontecimiento del pasado; sí es un hecho sucedido en un tiempo determinado, histórico, pero con un significado y eficacia actualísimos.
Jesús de Nazaret es la Bondad, el Perdón, la Gracia de Dios hecha carne. No fue simplemente un predicador y anunciador de una doctrina, de unas bellísimas verdades, sino que su vida fue la encarnación de esas verdades. Y terminó entregándola por los amigos y por los enemigos.
Jesús dio la vida por los mismos que se la quitaban. Su cuerpo entregado y su sangre preciosa derramada será la salvación para todos los hombres.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por su sus amigos”, había dicho Jesús; pero él la dio también por los amigos y por los extraños, por los que le aceptaron y por los que le rechazaron.
Y Jesús no sólo dio su vida, sigue dándola. Su amor sin límites, infinito es presente cada día para cada persona.
Sigue partiendo el pan de su cuerpo y ofreciendo la copa de su sangre para quienes quieran celebrar con Él el banquete de la alianza nueva y eterna de Dios con los hombres.
Decir Jesús es decir entrega total, donación absoluta a los demás. Y, así, de este modo Él es el modelo de la nueva Humanidad que Él soñó.
Dios creó al hombre para que viviera en un paraíso, donde cada persona estuviera reconciliada con Dios y con los hombres. Pero, el orgullo, el pecado estropeó ese plan divino.
Gracias a Cristo y a su entrega, el hombre, de nuevo reconciliado, queda convertido en artífice de un mundo paradisiaco, el “reino de Dios” en la tierra.
Y son muchos los que han creído en esta realidad y han dado y siguen dando su vida, como Cristo y unidos Él, por los demás.
Una buena Semana Santa es el tiempo en que los creyentes reafirman su fe en la donación y alianza de Dios y en la fuerza que Él nos da para ser constructores de una nueva humanidad.
Desde la oración: “Venga a nosotros tu reino” dicha con todas las ganas y la fe, fortalecidos con la eucaristía y con nuestra vida entregada, vamos haciendo presente cada día los frutos de la Muerte y Resurrección de Cristo.