Se nos anuncia en la Biblia que en tiempos de bonanza hay que guardar para cuando lleguen los tiempos desabridos y escasos de cosechas. Los viejos que a lo largo de su vida han acumulado sabiduría aconsejan no tirar el dinero cuando se tiene, por si mañana, pudiera faltar, y la voz popular sentencia aquello de que “el que guarda haya”.
Pero a nadie se le ocurrió que en el país de Jauja se pudieran agotar las existencias en un abrir y cerrar de ojos, dejándonos a todos con la deuda al descubierto y la sinrazón de los políticos culpándose los unos a los otros enfundados en su traje de arrogancia y presunción sin fin.
Y como en otro momento del pasado cercano, la gente se ahoga en su desesperación, mientras los iconos sindicales se resquebrajan y los políticos se tiran los trastos a la cabeza en un afán pueril de querer tapar lo que se quedó al descubierto.
La veda de las elecciones abre su calendario y los ciudadanos asistimos al esperpéntico teatro de los que declaman en el teatro de los mítines la bonanza que se conseguirá si votamos a unos y a otros.
La balanza de las encuestas se sucede mientras en la calle casi nadie cree en nada.
El voto es necesario en el juego democrático, que es el mejor de los inventos para ser gobernados a pesar de todos los pesares. Pero es triste, demasiado triste, que la corrupción en los dos grandes partidos nacionales nos haya robado el sueño en el que creíamos a pie juntillas generaciones enteras de españoles.
Generaciones que apostamos por la democracia hartos de leyes injustas y arbitrarias en las que muchos de nosotros abrimos lo ojos y vivimos esperando que las leyes cambiaran. Aún hoy por encima de los derrumbes ocasionados por la ambición desmedida de muchos de nuestros representantes políticos, seguimos creyendo en este sistema democrático. Pero el presente tiene demasiados truhanes viviendo a la sombra de instituciones y medrando cuando a otros les falta lo básico para vivir.
Seguramente el santo y seña de esta crisis sea enumerar los millones de parados sin rostro que a diario se airean en los telediarios de las diferentes cadenas televisivas, se reseñan en las tertulias radiofónicas y se escriben en periódicos de papel y digitales, convirtiendo a esos seres humanos humillados y vencidos en meras fichas del parchís de nuestros pueblos y ciudades.
La gente, todavía, trata de creer en la esperanza buscando la fe en cambios de unos por otros, pero con el sabor ácido de no creer en las palabras que se escuchan. Y no es buena, nada bueno, la incredulidad asentada en la población.
Mientras escribo recuerdo frases y quejas oídas cotidianamente y un estribillo que ha empezado a circular en tiendas y mercados, cafés y restaurantes, asambleas vecinales y encuentros ocasionales en los que se clama por cambiar leyes que dictaminan faltas a muchos delitos que no son contempladas como tales. Y de estos lamentos no se libran ninguno de los dos grandes partidos que representan a la mayoría de los votantes españoles.
¿A qué situación nos puede llevar estas quejas solapadas y dichas entre dientes? No quiero ni pensarlo, porque es demasiado feo y atroz imaginar que se asienten entre nosotros los extremos de las ideologías más oscuras y horribles si nuestros políticos no nos devuelven la confianza en su gestión.
Ahora durante los días venideros de mayo la superioridad de los mítines canalizarán todos los medios de comunicación del país, yo me pregunto sin auto engañarme ¿quiénes serán los que seguirán los discursos de los que quieren representarnos? Pocos en número comparados con los que siguen los programas basura de las adormideras de las televisiones. Y si eso es así habrá que preguntarse hacia dónde vamos. Los que tenemos cumplidos muchos lustros de vida a nuestra espalda nos duele ver muchas cosas perdidas que jamás antes hubiéramos pensado ver perder. Y mucho más nos frustra comprobar que nuestros hijos no creen en el sistema y que a muchos de ellos tampoco les motiva ir a votar.
El testigo de la vida, queramos o no queramos, lo dejamos en manos de nuestros hijos y si no les damos un testigo fiable nuestra herencia será rechazada. El derecho a votar nos dignifica y eleva al designar nuestros representantes en los parlamentos del pueblo, más si el número de votantes es mínimo y escaso ¿qué validez tiene ese representante?
No es esta una cuestión menor, es importante saber el por qué, y parar cuanto antes esta general apatía para recobrar la esperanza en todos nosotros y hacer causa común de esta desolada crisis para salir cuanto antes de ella.
Como también es de vital importancia incorporar en los partidos políticos hombres y mujeres de intachable conducta para que la clase política recobre la dignidad que en muchos puestos públicos se ha perdido.
Ahora, pocos son los que se atreven a decir lo que piensan por temor a innumerables causas, por esta razón y otras muchas las vacas flacas siguen comiéndose la esperanza de muchos de nosotros.