La Resurrección de Cristo es para nosotros una fuerza liberadora. Sentir en lo hondo del alma la presencia de Cristo es un regalo que nos enriquece espiritualmente y amplia el horizonte de nuestra mente.
Desde esa vivencia quedan empequeñecidas muchas preocupaciones y miedos que forman y constituyen la vida muchas veces.
Una persona que experimente esa apertura mental y cordial de la resurrección es una persona libre, que irradia libertad.
Quien es bueno y cariñoso crea a su alrededor un clima de amor. Una persona resucitada contagia resurrección.
Cada día de nuestra vida debemos sentirnos habitados por Cristo resucitado y llenos de la fuerza del Espíritu. Debemos sentirnos compenetrados con Cristo y su Palabra, dejando que su vida se apodere de la nuestra.
Nuestra vocación es ser testigos de la Resurrección: que nuestro obrar y pensar hable de la Pascua, que la vivamos, que la contagiemos.
En nuestro entorno hay mucha muerte. Debemos combatirla con la vida.
“Para eso, donde hay corrupción, pongamos Espíritu; donde hay violencia, pongamos ternura; donde hay odio, pongamos amor; donde hay división, pongamos comunión; donde hay desencanto, pongamos esperanza; donde hay tristeza, pongamos alegría; donde hay miedo, pongamos fortaleza; donde hay egoísmo, pongamos solidaridad; donde hay vacío, pongamos plenitud; donde hay soledad, pongamos cercanía; donde hay duda, pongamos fe; donde no está Cristo, pongámosle”.
Y en este ambiente Pascual, la Iglesia universal ha celebrado la beatificación del Papa Juan Pablo II. Puede decirse de él que ara divinamente humano y humanamente divino. Este acontecimiento no puede quedar para un cristiano en simple admiración, sino más bien en imitación.
Con la misma gracia de Dios que contaba el Papa Juan pablo II, cuenta cada cristiano para hacer de su vida un camino sencillo de santidad brillante.
Así lo entendió y vivió un almodovense – Juan de Ávila, que es nuestro Santo Patrono y cuya fiesta celebramos en este mes de Mayo.