Todos sabemos lo que es rezar, lo que es hacer oración, sin embargo se ha escrito mucho sobre la mejor forma de llevarla a cabo.
Ya desde pequeñitos nuestra madre nos enseñó aquello de las cuatro esquinitas que tenía nuestra cama; después fueron la escuela y las diferentes catequesis para las preparaciones de la 1ª comunión y de la confirmación, los momentos en los que fuimos aprendiendo diversas oraciones convencionales, que todavía repetimos sin pensar en lo que decimos, y que con frecuencia nos aburren.
Sabemos que oración es el trato de los humanos con Dios.
Es el modo de comunicarnos con el Cielo.
Es la conversación íntima, en la que desnudamos nuestra alma ante Dios.
Orar es pedir consejo a Dios ante nuestros propósitos.
Orar es contarle lo grande y lo pequeño.
Orar es escucharle.
La oración puede hacerse hablando, meditando, cantando o escuchando.
Puede desarrollarse individual o comunitariamente.
A veces es peticionaria, otras veces es de agradecimiento, a veces es de alabanza y adoración a Dios, y en ocasiones se busca consuelo o refugio en Dios.
Pero como orar es una cosa tan sencilla como contarle nuestras cosas y preguntarle por las suyas, cuando no estemos dispuestos para concentrarnos en una oración convencional, enseñada y aprendida, entonces podemos recurrir a otras vías de oración para las que en esos momentos estemos más preparados.
Santa Teresita de Lisieux, escribía lo que le pasó cuando tenía unos cuatro o cinco años de edad: “Nadie me había enseñado el modo de hacer oración, cuando un día la profesora me preguntó en qué empleaba el tiempo de vacaciones cuando estaba sola; le contesté que me metía en un espacio libre que hay detrás de mi cama, y allí pensaba.
-¿En qué piensas?
-Pienso en Dios, en la vida, en la Eternidad,….en fin, pienso”.
Ahora comprendo, dice Teresa, que sin saberlo, estaba haciendo oración.
“Ahora hago igual, hago como los niños, digo a Dios lo que quiero decirle, sin componer bellas frases…….y siempre me entiende”.
Yo pienso y hago como Teresita de Lisieux, paso el día contándole todas mis dudas, pero también mis decisiones, mis fallos y mis aciertos.
Un método de orar puede ser el de ir ofreciendo parte de nuestra vida diaria, no consintiendo que nuestros sufrimientos se pierdan; ya que los tenemos, vamos a ofrecérselos a Dios, y así ingresarlos en los méritos del espíritu.
Vamos a tratar de sonreír cuando algo nos duela.
Podemos ofrecerle las contrariedades, dificultades, y las ingratitudes de los demás hacia nosotros.
Ofrecerle los dolores del cuerpo y del alma – que además es muy posible que nos duelan menos.
Podemos tratar de acostumbrarnos a hablar con ÉL por la calle, en el trabajo, antes de dormirnos y al despertarnos.
Preguntarle nuestras dudas y que ÉL decida.
Contarle todo lo que pensamos, y que ÉL nos aconseje.
Dirigirnos inmediatamente a ÉL por todo lo que nos pasa, favorable o contrario.
Poner empeño en escuchar a Dios.
Confiar en Dios. Desear ser amigo de Dios. Querer a Dios;
Amar a Dios; Enamorarnos de Dios.
Corresponder con amor siempre que vivamos un buen momento que no hemos merecido. Todo lo que nos salga bien, comprender que es suyo. Darle gracias por sus favores.
No desesperar cuando las cosas nos salgan mal; todo lo que salga mal, torcido, es nuestro; debemos meditarlo y reconocerlo. Pedirle perdón por tantos errores.
Se vive más feliz y todo se hace más llevadero, teniendo la esperanza de que las amarguras acabarán algún día, y que al final de la vida de este cuerpo sufrido, dolorido, doblado,…y por fin acabado, nosotros seguiremos viviendo en nuestra alma, una vida de eterna felicidad en la presencia de Dios y de todos los justos que llegaron antes, y que allí nos esperan.