La fiesta de la Virgen del Carmen, nuestra Patrona, nos hace recordar la tierra de la Biblia y allí el Monte Carmelo, en donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen. De este grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas.
En la Biblia se menciona muchas veces la vegetación exuberante del monte Carmelo, unido desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías.
La belleza del Monte Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María, quien, como dice Santa Teresa de Jesús es: «la Madre Sacratísima» que «estaba siempre firme en la fe» , llena de «tan gran fe y sabiduría» que siempre aceptó en su vida la voluntad de Dios, escuchando cuidadosamente la Palabra de Dios.
Y como dice San Juan de la Cruz: María fue siempre dócil a los impulsos del Espíritu Santo, pues “nunca tuvo en su alma impresa forma alguna de criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo”
La celebración de santa María del Carmelo es la fiesta en la que la Orden de los carmelitas y cuantos vivimos, de alguna forma, unidos al Carmelo reconocemos a María como modelo y fuente de protección y auxilio en Cristo en medio de nuestra historia personal.
La Fiesta de nuestra Patrona, la Virgen del Carmen, nos puede evocar el salmo 24, que dice: ¿Quién puede subir al monte del Señor? … El hombre de manos inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos”.
Para subir al monte del Señor, según la Palabra de Dios: es preciso tener “manos inocentes y corazón puro”.
“Manos” y “corazón” evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha de orientar radicalmente hacia Dios.
Y “no confiar en los ídolos”. Lo que indica: amar al Señor con todo el ser y no adorar poderes, dinero, sensualismos, y todo lo que hace que la persona viva arrastrándose por tierra movediza y careciendo de la altura y la solidez que da una vida desde la “Montaña”.
Que nuestra Patrona nos haga caminar en nuestra existencia cada día más hasta el Monte del Señor.