He seguido muy de cerca la beatificación de los 498 mártires españoles. Creo que la orientación de la Iglesia ha sido muy sensata y correcta: ha sido una ocasión muy buena para fomentar la reconciliación y la paz entre todos los españoles.
En verdad ha sido una memoria histórica fundamentada en los valores más evangélicos: paz, reconciliación y compasión.
Me llamó la atención el caso de Bartolomé Blanco, uno de los más jóvenes que han beatificado. Nació en Pozoblanco el 25 de noviembre de 1914, trabajaba de sillero. Alumno del colegio salesiano y catequista, secretario de la Juventud de Acción Católica de Pozoblanco.
Fue encarcelado el 18 de agosto de 1936. Trasladado a la cárcel de Jaén, fue juzgado, condenado a muerte y fusilado el 2 de octubre de 1936. Como puede observarse tenía 21 años. Las cartas que se han publicado en estos días demuestran una profunda fe que merece la pena celebrarse y darse a conocer a todos.
Voy a escribir únicamente dos textos seleccionados de las cartas que escribe a sus familiares y a su novia Maruja.
Me parece que son muy significativos.
“Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia, que quiero vaya acompañada de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano; devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”
(Carta a sus familiares).
“Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte”
(Carta a su novia).
El otro testimonio que me ha emocionado ha sido de un Carmelita Descalzo muerto en Toledo. El P. Tirso de Jesús María. Nació en Valdecarros (Salamanca) el 19 de abril de 1899.
Su ordenación sacerdotal fue en Segovia el 22 de diciembre de 1923. Estuvo ejerciciendo su ministerio sacerdotal en Cuba durante diez años, después fue destinado a Toledo donde se dedicó a escribir en distintos medios de la Orden Carmelitana y a la predicación.
Precisamente los comienzos de la Guerra lo sorprendieron en Madrid, predicando la novena del Carmen en la Plaza de España.
De este carmelita conservamos una carta dirigida como despedida a los suyos:
“Un tribunal de guerra me condena a la pena de muerte. Son cosas de la guerra. ¡Cúmplase la voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea! A todos les tengo presentes y les abrazo a todos con el deseo de que sean muy felices en esta y la otra vida. Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les amo y perdono y bendigo. No se ocupen de mí más que para rezar por mí. Adiós. Les bendice y abraza. Grego Sánchez. Toledo 6-IX-1936."
Todos los grupos humanos tienen sus modelos e ideales en los que se fijan y proponen a los demás: actores, deportistas, cantantes, etc. Que la Iglesia haga memoria de sus hijos como testigos valientes de la fe y signo de la madurez de una comunidad es totalmente legítimo.
Refiriéndose a los mártires de la iglesia Juan Pablo II dijo:
“Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han confrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo…Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”.