Lectura orante del texto bíblico:
Las jóvenes previsoras y las descuidadas (Mat. 25,1-13)
Me tenías que haber visto. Señor. ¡Con qué alegría he salido a tu encuentro!
Allí, por donde pasaba, todo eran cuchicheos…
¡Qué feliz se le ve! ¿Con quién habrá quedado?
¡No hay ninguna duda: está enamorado!…
Y sin embargo el tiempo pasa y… ¿cómo se te ocurre
quedar conmigo sin fijar ni el día ni la hora?
Hoy, Señor, mi canto de amor, de esperanza, de fidelidad,
se torna en grito de auxilio, de confusión, de auténtica necesidad:
En mis noches oscuras, cuando pienso que te has olvidado de mí,
que tú también me has dado plantón:
Enciéndeme, Señor, la lámpara de la fe.
En mi vida ajetreada y confusa, cuando el ruido de la vida
no me permite escuchar tu declaración de amor:
Enciéndeme, Señor, la lámpara de la escucha.
En mis seguridades, cuando… bueno, ya sabes lo que se dice,
más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer:
Enciéndeme, Señor, la lámpara de la valentía.
En mis traiciones, cuando busco “mi media naranja”
en amores que dejan mi corazón desolado y triste:
Enciéndeme, Señor, la lámpara de la fidelidad.
En mis caídas, que son muchas, cuando todo y todos
me dicen que tú ya no vendrás:
Enciéndeme, Señor, la lámpara de la esperanza.
Señor, provee mi corazón
con el único aceite capaz de iluminar mi vida:
el amor, tu amor, el Amor en mayúsculas.
Sólo así podré escuchar con el corazón enamorado:
“Ya está ahí el esposo, te espera.”
Sólo así podré salir a tu encuentro
y fundirnos en un abrazo que nunca se apagará.