No puedo perder la ocasión. Acaba de publicar una revista americana que los curas son los más felices, le siguen los bomberos.
Según esta encuesta realizada por Forbes entre muchas profesiones, los sacerdotes son los que se sienten mejor en su trabajo. Entre las profesiones más gratificantes, los sacerdotes católicos y los pastores encabezan la lista.
Entre los trabajos más felices se señalan los siguientes: 1- Sacerdotes y pastores; 2- Bomberos; 3- Fisioterapeutas; 4- Escritores; 5- Instructores de educación especial; 6- Maestros, 7- Artistas; 8- Psicólogos; 9- Agentes financieros; 10- Ingenieros de operaciones.
Los trabajos más odiados, donde la gente se siente mal y se encuentra insatisfecha no los menciono porque no quiero ser causa de disgusto y sentirse mal. Ya bastante desgracia tienen. Y que den gracias porque tienen trabajo y no están en el paro.
Nada más salir la noticia han brotado distintos comentarios.
Algunos han observado que los primeros de la lista no son los mejores pagados. Es decir, los curas y los bomberos no son los que tienen mejores sueldos. Tampoco son los que emplean menos horas en la realización de sus tareas. Algunos curas y pastores ocupan muchas horas en los demás. Y aquí está la clave: la vocación y el servicio.
Uno puede ser un gran profesional pero no estar vocacionado. Le faltaría entusiasmo y alegría en el desempeño de su trabajo. Es curioso que mi ordenador no reconoce la palabra vocacionado, me la señala con rojo.
Un obispo comentaba la noticia de esta forma:
«A lo largo de mi vida me han preguntado con frecuencia,y últimamente más, sobre el grado de satisfacción con el que he vivido como cura y ahora como obispo.
Puedo decir en verdad que he sido, soy, y con la gracia de Dios espero seguir siendo, inmensamente feliz. Lo cual no implica que en mi vida no haya dolor y dificultades…
Por eso mi respuesta ha sido siempre la misma: Aunque sufro, soy muy feliz» (Monseñor José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián).
Es verdad, entre los curas y los frailes me he encontrado con gente buena y sana. Personas comprensivas, compasivas y serviciales. Preocupadas por los más necesitados y los más desheredados de nuestra sociedad.
Sin duda es éste el secreto de la felicidad: pensar más en mi hermano que en mí mismo. Ésta es una pregunta que aparece en las primeras páginas de la Biblia y que puede ser un buen indicador de nuestra felicidad: «¿Qué has hecho de tu hermano?» (Génesis 4,10).
Cuando la felicidad se asocia con la adquisición de cosas, con comprar la última marca del mercado. Cuando la plenitud y la satisfacción se iguala con la ropa que tengo y el peso de mi cuerpo. Cuando la alegría de mi vida está en relación con los viajes que realizo y las ciudades que conozco. Entonces es posible que en mi corazón surja el vacío y la frustración. No es éste el camino.
«La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es himno, cántalo.
La vida es combate, acéptalo.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela» (Teresa de Calcuta).