Juan de Ávila ha sido un enamorado de la Virgen María. Una emoción le invadía en cada fiesta de la Madre de Dios. Por eso los sermones que nos ofrece van a exponer muchos temas marianos.
Resume la experiencia mariológica de la Iglesia de su tiempo y es un exponente de la misma. El Maestro Ávila ofrecerá en sus escritos un resumen de lo que se predicaba y creía en la iglesia que le tocó vivir. Como buen pastor, el Santo Manchego no solo va a exponer la doctrina mariana sino que descenderá a casos concretos, a la práctica diaria del vivir cristiano.
«Ten a la Virgen por abogada, que huele a incienso muy bien… porque si fueres devoto de ella, sentirás deshacerse las tentaciones, como la cera delante del fuego»(Sermón 63).
«María está siempre muy aparejada para socorrer a cualquier persona en cualquier tiempo y negocio en que la llamare» (Sermón 69).
«Especialmente he visto haber venido provechos notables por medio de esta Señora a personas molestadas de flaqueza de carne, por rezarle alguna cosa en memoria de la limpieza con que fue concebida sin pecado, y de la limpieza virginal con que concibió al hijo de Dios» (Audi filia, c. 14).
«Madre del que es Dios y hombre»
«¿Queréis honrar a la Virgen? Llamadla Madre del Dios humanado» (Sermón 68).
Establece una relación estrecha entre la Virgen y Jesucristo.
Muy asociada a la obra del Redentor. Todo lo que tiene María es de Cristo y por Cristo. La nueva Eva colabora estrechamente con el nuevo Adán.
«Es Dios e hijo de la Virgen María; mas no es, dos hijos, sino uno, y por ella es madre del que es Dios y hombre. ¿Quién contará qué dignidad es aquesta? ¿Quién declarará la sentencia que esta mujer dijo: El vientre que te trujo y los pechos que mamaste?
¡Dignidad sobre todas las dignidades, nombre sobre todo nombre, que ni en cielo ni en tierra a pura criatura puede convenir! ¿Queréis honrar a la Virgen? Llamadla Madre de Dios humanado; porque quien esto la dice, honra le da sobre toda honra y no será sin galardón, porque ella es muy agradecida, y ama a quien la ama y honra a quien la honra» (Sermón 68).
La relación entre María y Cristo se hace más patente en la Eucaristía. La carne y la sangre de Cristo son carne y sangre de María. Se trata del «pan de la Virgen». «Ella fue la que amasó este pan».
Esta dimensión mariana de la celebración eucarística tiene una estrecha conexión con el sacerdocio ministerial. Los ministros deben estar unidos estrechamente a la Madre de Dios y llevar una vida semejante a la suya.
«Los que tratamos el cuerpo y la sangre de Jesucristo, hemos menester mucho la gracia para bien tratarlo y para bien aprovecharnos; y los que oímos misa, para bien la oír; y los que la decimos, para saberla decir; y los que tenemos fe, para saberla tener; y los que hemos de hablar y oír, tenemos necesidad de la gracia del Espíritu Santo, que mueva nuestra lengua y despierte vuestras orejas.
Y porque en el vientre de la Virgen fue amasado este pan, que así se llama, el pan de la Virgen, y pues que sabemos que no es avarienta en hacernos mercedes, que bien lo sabe repartir, supliquémosle que nos alcance la gracia» (Sermón 39).
La Virgen
Es el título que más usa el Maestro Ávila en sus sermones. Con frecuencia va a recurrir a la limpieza de la Virgen como modelo de todos aquellos que han elegido la virginidad como estilo de vida y a ejemplo de la Madre del Señor.
El Espíritu Santo ha hecho de la Virgen una zarza ardiente que no se consume. El tema de la virginidad de María va a ser una realidad muy socorrida en los sermones de la Navidad.
«¿Qué zarza es esta, que arde y no se quema? Que vean vuestros ojos una doncella preñada: está Dios en ella y no se quema, preñada está y doncella. ¿Qué zarza es esta? … Pidamos a nuestro Señor gracia para que sepamos recibir y gozar y entender algo de este misterio» (Sermón 65,1).
Maternidad espiritual de María
María es nuestra madre, somos hijos de la Virgen y hermanos de Jesucristo. El cuidado que tuvo María de su hijo hoy lo prolonga en cada uno de los creyentes.
La maternidad espiritual de la Virgen es una doctrina muy común y muy socorrida en los sermones de Juan de Ávila. María es Madre de gracia, es medianera, Madre y hermana nuestra, madre de misericordia o «enfermera del hospital de la misericordia de Dios» (Sermón (60), madre de los pecadores, «universal limosnera de todas las gracias» (Sermón 71).
Ella cuidará de cada uno de nosotros hasta que el mundo se acabe. Por eso la invitación a acudir a ella es continua en los sermones. Incluso reza un avemaría antes de empezar la predicación para que la Virgen consiga de Dios las gracias especiales de cada sermón.
«Te bendecimos porque nos diste a tu Madre por madre; que como es la cosa más conjunta contigo en el parentesco de la carne, así lo es en el fuego de la caridad. Y como un hierro echado en el fuego está todo lleno de él, que parece el mismo fuego, así esta Virgen bendita, echada en el horno del divino amor, sale toda tan llena e él y tan semejable a él, que es tan verdadera madre del pueblo cristiano, que en comparación de ella las madres no merecen nombre de madres» (Sermón 69).
«Entendamos muy de verdad que, con el grande amor que nos tiene, desea que vayamos donde ella está, y que para esto está muy aparejada para socorrer a cualquiera persona en cualquier tiempo y negocio en que la llamare. Riquísima es, para todos tiene» (Sermón 69).
María y el Espíritu
Hay una imagen muy querida y acariciada por el Santo: la Virgen en el Cenáculo reunida con los discípulos en oración esperando al Espíritu Santo. Esta escena se va a recordar muy especialmente en el tiempo de Pentecostés, incluso se ofrecen pormenores de este acontecimiento.
Habría que leer con detención los Sermones de Pentecostés.
Dice el Santo que es un gran misterio. Los discípulos acuden a la Madre de la Misericordia para recuperar la fe que han perdido en su Maestro. La venida del Espíritu dará cumplimiento a las palabras de Jesús y será una gran consolación para los apóstoles. Todo cristiano está llamado a visitar el Cenáculo para experimentar la fuerza del Espíritu.
«Hízolos sentar a todos. Estaban sentados en los poyos, o hincados de rodillas, en oración; los confortó; les puso confianza; y luego la Santísima Virgen, habiendo compasión de aquel ganadillo que le había quedado, se hincó de rodillas, alzó sus manos al cielo y, con lágrimas que salían de sus benditísimos ojos, comenzó a rogar a su amado Hijo: ¡Oh, Señor mío y dulce Hijo mío, os ruego por el amor que me tenéis, por los merecimientos vuestros, por los méritos de vuestra benditísima pasión, tened por bien de consolar a estos vuestros apóstoles. Enviadles, Señor, el Consolador que los consuele; cumplid, Señor, la palabra que en vuestro nombre les he dado, que vendría el Espíritu Santo Consolador; a estos flaquillos, enviadles, Hijo mío, vuestro Espíritu Santo» (Sermón 32).
La devoción mariana
No era amigo el Apóstol de Andalucía de una piedad vana y superficial. Aprovechaba sus sermones para fortalecer las raíces de la fe. Las fiestas de la Virgen eran una ocasión privilegiada para alimentar el amor a la Madre del Señor. La primera indicación que encontramos en sus escritos es exhortar a la imitación a la Madre de Dios. Más de una vez va a pronunciar estas palabras en sus sermones:
«¿Qué haré para tener devoción a la Virgen?»(Sermón 63).
«Todo lo que mi Hijo os dijere hacedlo. Y así el mayor servicio que le podéis hacer es hacer lo que manda su Hijo: «Señora, por vuestro amor perdono esta injuria». ¿Tenéis amor malo a mujer?:
«Quiero apartarme de ella por vos. Quiero callar silencio quiero tener por amor de vos; aquello que más me duele hacerlo o dejarlo de hacer, ofrecerlo por la Virgen».
Que quererla bien y no imitarla, poco aprovecha. Imitémosla en la humildad y en las demás virtudes; porque ella es el dechado de quien hemos de sacarlas; y haciendo esto nos alcanzará gracia y después gloria» (Sermón 63).
Habría que leer todo este largo sermón pronunciado en la fiesta de la Presentación de la Virgen para ver el calado de la predicación del Maestro Ávila. Las citas de la Escritura que menciona, los dichos y escritos de los santos, muy especialmente de San Bernardo. Desciende al terreno práctico y moral para que su doctrina no quede en un espiritualismo vano.
La verdad es que esta forma de predicar le acarreó varios problemas violentos contra su persona pero esto no le causó mayor temor. Su celo apostólico y su profetismo crearon escuela.
«Pensáis que es ser devotos de la Virgen, cuando nombran a María, quitaros el bonete no más? Más hondas raíces ha de tener su devoción … ¿Qué raíces? Una gran devoción de corazón con la Virgen; y quien esta no tiene, no descanse hasta que la halle. Una de las señales de los que se han de salvar es tener gran devoción a la Virgen… ¿Qué haré para tener devoción con la Virgen? ¿No le tenéis devoción? Harto mal tenéis; harto bien os falta; más querría estar sin pellejo que sin devoción de María» (Sermón 63).
Aprovecha los sermones de la Virgen para dirigirse a los sacerdotes, religiosos y seglares. El Santo ve una gran relación entre la Virgen y los sacerdotes. De aquí que recomiende vivamente a los presbíteros tener una gran devoción a la Madre de Dios.
«¡Oh, qué ejemplo para los que tienen cargo de ánimas! Del cual pueden aprender la saludable ciencia del regimiento de ánimas, la paciencia para sufrir los trabajos que en apacentarlas se ofrecen. Y no sólo será su maestra que los enseñe, mas, si fuere con devoción de ellos llamada, les alcanzará fuerzas y lumbre para hacer bien el oficio» (Sermón 70).
Se hubiera que resumir en pocas palabras la doctrina del Santo sobre la devoción a la Virgen habría que decir: «Señora, nuestro oficio será pensar en vos, hablar de vos, seguiros a vos en vuestra vida y mirar cómo hacíais y así hacer nosotros… gastarnos hemos todos en vuestro servicio» (Sermón 61).
Tiene Juan de Ávila un respeto especial por la piedad popular.
Procesiones, estampas, cruces, rosarios, romerías, novenas…En sus sermones y cartas encontramos muchas referencias a la Pasión del Señor, al Corazón de Cristo, la Eucaristía, María y los Santos. Son los campos donde se refleja la piedad popular. Todos estos acontecimientos son una buena ocasión para insistir en la caridad, en la vida santa y en la entrega al Señor.
«Advirtamos mucho que somos naturalmente inclinados a estos negocios de fuera y enemigos y descuidados de la virtud interior y por esto los que los hacen y los que los miran no se descuiden en contentarse con ellos a solas, ni paren en ellos, mas tómenos como motivo y despertador del amor y devoción interior… (Sermón 35).
Por eso en la época de Navidad donde el culto se hace especialmente exterior va a recomendar: «Señor, ¿de qué os quejáis, que no os dan posada? ¿No tenéis grandes custodias de oro y plata y de piedras preciosas? ¿No estáis cubierto con ricos paños de brocado?» (Sermón 41).
Juan de Ávila, gran evangelizador y modelo de todos los que han predicado el Evangelio, hombre orante y de palabra llena de doctrina, amante de la sencillez y de un profundo amor a la Virgen con Jesús en brazos nos recomienda:
«Rogad a la Virgen que os dé ojos para saberla mirar. Cuando yo veo una imagen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas» (Sermón 4).
A Juan de Ávila le sobra doctrina para ser Doctor de la Iglesia.
Su figura tiene una palabra válida para la Iglesia del siglo XXI embarcada en una nueva evangelización.