El diez de mayo celebramos la fiesta de nuestro querido paisano San Juan de Ávila, cuya declaración de doctor de la Iglesia está ya cerca.
El mejor modo de hacer fiesta en su honor es tratar de seguir cada uno su propia vocación y realizarla, sin mediocridad, sin tibieza y con el ardor y fervor que lleva consigue la santidad.
La gran fiesta de nuestra vida sería que encontráramos la felicidad que proporciona vivir santamente, como nuestro Juan de Ávila.
Los santos son la riqueza de la Iglesia. Son los que más han contribuido a la felicidad de la humanidad, porque la verdadera felicidad sólo se encuentra en Dios, y ellos han dado testimonio, con su palabra y vida, para lograr un mundo más humano y más feliz.
Los santos son humanos, como nosotros, no son seres diferentes, solo nos diferencia que ellos vivieron totalmente en Dios, que quiere que todos seamos santos, porque quiere que seamos felices.
Los santos, por otra parte, son los que más aman. La santidad es amor.
Decía San Juan de Ávila: «Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido en misericordia, no lloras con los que lloran, y si esto falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad principalmente, sino en el amor» ( Sermón 76)
El Santo es un imitador de Cristo. Su tarea es parecerse a Cristo, mirarlo, contemplarlo e imitarlo.
A este propósito afirmaba S. Juan de Ávila: «Si os preciáis de ser cristianos y tener a Cristo por cabeza y ser miembro suyo, obre en vuestro corazón su vida…
Ved aquí una señal para saber si somos suyos: si hace impre- sión en mí: «Cristo hizo esto». Hazlo tú.
Que tengáis freno en el mal, pensando que Cristo no hizo mal, ni fue hallado engaño en su boca. Quien tiene la paciencia de Cristo, quien sufre bofetadas y deshonras como Cristo; quien tiene la pobreza de Cristo, quien tiene la humildad de Cristo… A quien tiene eficacia esta palabra de imitación: «Cristo murió por caridad; Cristo hizo esto, quiérole imitar«, téngase por bienaventurado…
Habéisle de imitar en el corazón y en lo interior, no tanto como Él, que no podréis, mas al menos con todas vuestras fuerzas quiere que le sigáis…» (Lección 8 sobre 1ª San Juan).