Los que conocieron al Maestro Ávila destacan esta faceta de su vida. En su primera biografía, Fr. Luis de Granada, con datos y anécdotas que conocía de primera mano, le da el título de «predicador evangélico». Este ministerio fue muy cuidado y mimado por el Santo. Su cultura humanista y teológica estaba dirigida a esta tarea que consideraba esencial en su vida sacerdotal.
Su oración bañaba abundantemente su palabra, por eso era una palabra de fuego que llevaba a la conversión de los oyentes.
Predicador al estilo de San Pablo:
Cada sermón era un acontecimiento. Tanto en Granada como en Córdoba, en Montilla como en Sevilla, el anuncio de un sermón del Maestro Ávila movía a mucha gente, las iglesias se llenaban, incluso se subían a los tejados cuando la predicación se realizaba en un patio.
«Se despoblaba el lugar por oírle», «y no se oía otra cosa en la dicha villa de Montilla sino ¡El P. Ávila predica!, el P. Ávila predica!» (Obras completas: BAC. p. 246).
Los sermones eran largos pero sus oyentes no sentían el cansancio, estaban deseosos de escuchar su palabra iluminadora y práctica para la vida de cada día y muy adaptada a su feligresía.
Preparaba muy bien sus sermones:
El estudio y la oración eran las herramientas más comunes. Y aconsejaba a sus discípulos, que querían seguir sus caminos: «que quitasen del estudio y lo pusiesen en la oración, que en ella se aprendía la verdadera predicación y se alcanzaba más que con el estudio». Nos refieren los testigos que «estudiaba los sermones que predicaba, de rodillas puesto en oración«.
El mismo Fr. Luis nos transmite que «en el mismo tiempo que predicaba, cercado de tantos negocios, tenía cada día dos horas de oración por la mañana y otras dos en la noche«.
También improvisa en algunos casos:
Así lo refiere un testigo presencial en la ciudad de Montilla con motivo de una procesión del Corpus y a ruegos del Vicario. Hablaba de la abundancia de su corazón: «Hizo una plática antes de la procesión.
Y la hizo el dicho Maestro Ávila con tanto espíritu, aconsejando y diciendo con la reverencia que se había de ir en la procesión, acompañando a Cristo nuestro Señor sacramentado en la Hostia de Pan, que estaba en la custodia, que, acabada, salieron todos los oyentes llorando de alegría y acompañaron la procesión con tanta modestia y compostura y reverencia del Santísimo Sacramento, que fue cosa notable…, pues, con ser tantos los asistentes, hubo en la dicha procesión mucha quietud reverencia. Cosa que no se ha visto después acá en esta villa» (Proceso de Montilla).
¿De qué hablaba este famoso predicador?
¿Cuáles eran sus temas preferidos? Observando su rico sermonario podemos decir que nuestro Santo ha tocado muchos temas: fiestas de los santos, grandes fiestas litúrgicas, pláticas a sacerdotes y religiosas. Pero tenía un especial cariño al Santísimo Sacramento y a nuestra Señora. Un testigo en los Procesos de Beatificación atestigua:
«Solía decir el Venerable Padre que aunque de noche y de día estuviera predicando o hablando de la pasión de Jesucristo nuestro Señor, o del Santísimo Sacramento del Altar, o del Espíritu Santo, que nunca acabaría jamás de decir, sino que siempre se quedaba corto. Y esto lo sabe este testigo por haberlo oído decir al P. Andrés Lucas, de la Compañía de Jesús, catedrático en la universidad de Granada, y a don Melchor Gaitán de León, que lo habían oído platicar a discípulos suyos» (Proceso de Baeza, Obras completas, o.c., p.249).
Imbuido de un espíritu profético, es decir, transformado el corazón por la oración y con un deseo profundo de llevar el evangelio a las gentes, se enardecía, gritaba y los creyentes se conmovían ante las palabras del predicador.
Es interesante la palabra que usaban para expresar este estado religioso y psicológico del predicador: «templado«. En más de una ocasión aflora en su discurso una anécdota, una cita erudita de un libro que ha leído. Los sermones del Maestro Ávila eran piezas literarias hasta tal punto que gente estudiosa iba a escucharlos.
«Se acuerda este testigo que oyó decir en la ciudad de Córdoba que, predicando el dicho Maestro Juan de Ávila en la dicha ciudad, algunas personas de mucha calidad y letras, vecinos de la dicha ciudad, que le había ido a oír una vez por hacer burla de él, y que había sido tanta la eficacia con que entonces había predicado, que habían salido convertidos y edificados de su sermón, de tal manera que desde entonces se preciaron de ser sus discípulos» (Proceso de Jaén).
Aunque los sermones estaban bien articulados, Juan de Ávila lo que pretendía era el bien espiritual de los feligreses, no lucirse él por vanidad ante un público que le seguía incondicionalmente. Bajaba al terreno de la vida ordinaria y como sus oyentes eran muy variados daba consejos a toda clase de personas. Los testigos emplean una palabra: «red barredera», una red que va cogiendo toda clase de peces.
Los oyentes de sus sermones salían con el deseo de seguir a Jesucristo y de ser buenos creyentes:
El Santo Manchego se recorrió todos los caminos de Andalucía: Sevilla, Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija, Jerez de la Frontera, Córdoba, Granada, Baeza, Andujar, Zafra, Montilla y otras ciudades. Plazas, patios y ventas escucharon la palabra del Padre Ávila llamándolos a una vida santa. Leyendo los Procesos nos encontramos muchos casos y muy curiosos los frutos de sus sermones. Escojo solo uno para que el lector pueda tener una muestra.
«Conoció este testigo a Leonor de Córdoba, doncella noble… como siendo de edad de veinte años, en la casa de su padre muy estimada, y guardada para un casamiento muy aventajado, oyó un sermón del dicho Maestro o de la Vírgenes o del Buen Pastor, y le mudó de tal manera el corazón como si estuviera fuera de sí; y le contó a este testigo muchas veces que era tan grande la luz que mediante aquellas palabras le dio Dios en su entendimiento, que le parecía que real y verdaderamente veía el cielo abierto y en él todas aquellas cosas que de allá iba diciendo el predicador» (Proceso de Córdoba).
Después del sermón se ponía a confesar y a veces estaba hasta las altas horas de la noche y lleno de sudor por el fuerte calor que había en aquellas tierras. Pero él no conocía el descanso, seguía adelante. Por este celo incansable algunos lo comparan con el Apóstol Pablo.
No admitía dinero ni otros regalos como recompensa de sus sermones:
Vivía de las limosnas. Era muy reticente a los beneficios eclesiásticos. Comprendía que no podía hablar de la pobreza de Cristo y del desprecio de los bienes de este mundo si él no vivía estas cosas.
El carácter testimoniante era muy cuidado por el Maestro Ávila.
No podía predicar una cosa y vivir otra. No admitía regalos, ni siquiera «algunos guisadillos» que le ofrecían sus santas mujeres.
«Estando el P. Ávila en la ciudad de Granada y siendo arzobispo en ella el señor don Pedro Guerrero, su condiscípulo en la sacra Teología en la Universidad de Alcalá…, pareciéndole a su ilustrísima señoría que el dicho P. Maestro Ávila tenía necesidad de un manteo, por estar algo deslustrado el que traía, se lo ofreció. Y el siervo de Dios estimó aquella merced y dijo que no tenía necesidad al presente de manteo, que con el que tenía estaba contento, que, si adelante le faltase, lo recibiría.
Dentro de pocos días predicó el dicho Maestro Ávila en una iglesia de Granada, y sabiéndolo el señor Arzobispo mandó que se tomase el manteo del dicho P. Maestro Ávila y que en la sacristía le pusiesen otro nuevo, para que, acabado el sermón, lo tomase.
Y sucedió que luego que acabó el dicho sermón, yendo a tomar su manteo, lo desconoció y, aunque se le dijo que era el suyo, que lo tomase, no lo tomó, y se salió sin él, con sola la sobrepelliz, y salió fuera de los muros, por la puerta Elvira; y de unos cambrones cogió unos tallos y se llegó a una casa, diciendo que se los cociesen por amor de Dios, y aquello comió aquel día. Y sabido por el señor Arzobispo que no había tomado el dicho manteo, le envió a llamar, y le mandó lo tomase y se lo pusiese en virtud de santa obediencia, a lo cual estuvo muy humilde y se puso el manteo nuevo» (Proceso de Montilla).
Qué bien resume las dificultades del predicador y el modo que ha de preparar su sermón el P. Granada, discípulo de Juan de Ávila y su primer biógrafo. Sin duda cuando está escribiendo estas palabras, está recordando una persona que tiene en su mente, no habla de memoria, es Juan de Ávila, su Maestro.
Dice así: «En suma, para decir mucho en pocas palabras, es tan ardua y difícil empresa reducir al hombre de la esclavitud de la culpa a la libertad venturosa de la gracia, que llega a decir San Gregorio :
«Si atentamente consideramos las cosas invisibles, consta ciertamente, que es mayor milagro convertir a un pecador por medio de la predicación y oración, que resucitar a un muerto.
Por estas razones y autoridades fácilmente podrá entender el Predicador, cuan grave negocio se le ha confiado, y cuan pesada carga se impuso sobre sus hombros: y así con cuanto anhelo debe procurar no solo aplicar un ánimo, y un estudio correspondiente a esta dificultad, sino también, y aun mucho más, con que piedad, respeto, y humildad, debe portarse con Dios: para que la Bondad y Providencia divina, que casi todas las cosas hace por medio de causas segundas, quiera servirse de él, como de instrumento apto para obra tan grande.
Y de aquí comprenderá también, si no busca su gloria, sino la de su Señor, y la salud de las almas, cuánto más debe adelantar este negocio con oraciones, que con sermones: más con lágrimas, que con letras: más con lamentos, que con palabras: y más con ejemplos de virtudes, que con las reglas de los Retóricos» (F. Luis de GRANADA: «»Los seis libros de la Rhetorica ecclesiatica» Libro 1º, Cap. IV, pp.19- 20).