Imita a la Virgen, que creció de luz en luz; y tras la del alba, tras tus buenos principios, crece en lumbre de luna, para que tu vida pasada, que fue ejemplo de oscuridad y causa que otros pecasen, sea ya lumbre para traer al servicio de Dios a los que están en tinieblas y consideran cómo tú también lo estuviste y ahora estás fuera de ellas.
Si comienzas a servir a Dios, comienza de verdad, comienza con denuedo, comienza perfectamente. Mira cómo no hay hombre en los negocios del mundo que, si puede tener mucho, tenga poco, y si puede emplear su dinero donde le gane ciento, no se contenta con cincuenta.
Ten tú una santa codicia de ser rico de los bienes verdaderos y eternos; pues aquéllos tienen vana codicia y pasan muchos trabajos por henchir sus arcas, bolsas y senos de un poco de estiércol y pura vanidad, que ni los hace mejores un solo cabello delante del acatamiento de Dios ni les podrá librar en el día terrible del juicio de Dios; antes les será más carga y les pondrá en mayor estrechura lo que aquí pensaban que era ganancia y placer.
Grande es el engaño de la gente tibia en el servicio de que, por huir unos pocos y chicos trabajos, caen en muchos mayores.
Porque si ponen en una balanza los trabajos que pasan los que sirven a Dios con fervor y ponen la hacha a la raíz de sus pasiones para desarraigarlas y cortarlas con el cuchillo de la palabra de Dios y con la imitación de la vida y muerte de Jesucristo, son muy menores sin comparación de los trabajos que pasan los tibios, que se contentan con vivir descuidadamente en lo que toca a su aprovechamiento y se contentan con una vida floja que solamente tiene cuenta, y aun ésa muy negligente, con no cometer pecado mortal.
Caen éstos muy a la continua en pecados veniales graves, que son causa de harta tristeza; y de allí algunas veces caen en pecados mortales, que son fruto amargo que del pecado se sigue; y no gozan de la vitoria perfecta de sus enemigos, ni sienten el placer de la limpia conciencia, ni la fuerte esperanza que alegra las entrañas de la herencia del cielo, ni los dulces frutos del amor divinal, el cual hace los trabajos que por El se padecen más dulces que los placeres que dan los pecados del mundo.
Que no mintió quien dijo: «Más dulces son las lágrimas de los penitentes que los deleites de los reyes.»
Y si llorar por Dios excede a los placeres del mundo, ¿en qué lugar pondremos el gozar con Dios?
Hermano, pasa adelante; no te perdones ni te parezca duro cualquier trabajo porque crezca en ti la gracia de Dios. Porque así como hallaste a la Virgen fuerte y piadosa para que salieses de la oscuridad de la noche a la lumbre del alba, de la misma manera la hallarás también para que crezcas en la buena vida que con su oración te alcanzó.
Y dichoso serás tú si algún día vinieres a tanta bienaventuranza en esta vida, que no sólo tengas luz de alba y luz de luna, mas también seas semejable a la lumbre del sol.
Entonces arderá tu corazón suavísimamente en el amor divinal. Entonces te deleitarás en imitar a Jesucristo nuestro Señor en su santa vida y en su muerte, y te sabrá bien su benditísima ley, y sentirás mucho cualquier pecadito, por pequeño que sea, y no tratarás tanto de cómo no le ofenderás como de servirle mejor y mejor, y tener por regla de tu vida el santo contentamiento de Él; y de allí pasarás a ser espantable a tus enemigos, y experimentarás en ti lo que dijo David: Aborrecido he la maldad,… y amado tu ley.
Porque el buen cristiano esta señal ha de mirar para si ama a Dios verdaderamente. Como cuando le convidan con manjar desabrido, y que su estómago le abomina y alanza de sí; de esta manera su ánima abomina y aborrece el pecado como una cosa asquerosa y que le causa abominación. De esta manera se vencen los pecados y se matan, porque el aborrecimiento verdadero de ellos muerte suya es.
Y si te hallares flaco en esta pelea y hallares algún gusto, por pequeño que sea, en algún pecado, alza luego los ojos a esta Virgen sagrada, pidiéndola te alcance salud para tu paladar estragado, y que aquello te sepa bien que a Dios sabe bien, y mal lo que a Él sabe mal…
Alcánzanos, Virgen Santísima, gracia y gloria
Oh Niña para siempre bendita, la más y cercana a Dios humanado de cuantas hay en el cielo y en la tierra! Él es la cabeza, y la cosa más cercana a El es el cuello, que sois vos tan alta en virtud y santidad, y mucho más, que la torre de David, en espiritual alteza. De vos están colgados mil escudos y todo género de armas para que peleen los fuertes y para que los flacos se hagan fuertes. Y quien en vuestra vida mirare, hallará las armas que ha menester para pelear las peleas de Dios, si las quisiere tomar.
En vos tienen que mirar los niños, los mozos y los viejos; en vos los que se casan y no se casan, los mayores y los menores.
Ni hay virtud que vos no enseñéis ni trabajo en que vos los consoléis y esforcéis, porque fuisteis vos la más santa de las santas y la más trabajada de todas.
Vos sois puesta para medio de nuestro remedio delante del acatamiento de Dios; en vuestras manos, Señora, ponemos nuestras heridas para que las curéis, pues sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan.
Y aunque tenemos gran confusión y vergüenza de presentar delante de tanta limpieza la hediondez de nuestras abominables llagas, creemos que os dotó Dios de tanta misericordia, que vuestra limpieza y pureza no se desdeña ni alanza de sí a los pecadores llagados, más que cuanto es mayor su necesidad, tanto más vuestra misericordia os mueve a su remedio, conformándoos con vuestro Hijo bendito, que no vino a llamar justos, sino a pecadores a penitencia.
A vos, Señora, presentamos nuestros males para que delante del trono de Dios los deshagáis y alcancéis perdón de ellos.
A vos también presentamos nuestras obras, aunque llenas de muchos defectos, y en vuestras manos sagradas ponemos nuestro corazón, para que vos que, como otra Rebeca, y muy mejor que ella, sabéis muy bien lo que es gustoso a vuestro Hijo bendito, guiséis nuestro corazón y nuestras obras de manera que sean sabrosas a su Majestad, para que, teniéndoos a vos por defensora contra nuestros males y por nuestra en nuestros bienes, los reciba el Señor, hallándolos en vuestras manos, no mirando a las nuestras, que los hacen, sino a las vuestras, que los ofrecen.
Alcánzanos, Virgen Santísima, gracia para que con ella y por ella merezcamos veros en la gloria.
San Juan de Ávila
( del Sermón 60)