( S. Juan de Ávila)
«¡Oh soberano Señor, y cuan sin excusa has dejado la culpa de aquellos que, por buscar deleite en las criaturas, te dejan y ofenden a ti, siendo los deleites que en ti hay tan de tomo, que todos los de las criaturas que se junten en uno, son una verdadera hiel en comparación de ellos!
Y con mucha razón, porque el gozo o deleite que de una cosa se toma es como fruto que la tal cosa de sí da. Y cual es el árbol tal es el fruto.
Y por eso el gozo que se toma de las criaturas es breve, vano, sucio y mezclado con dolor; porque el árbol de que se coge, las mismas condiciones tiene.
Mas en el gozo que en ti, Señor, hay, ¿qué falta o brevedad puede haber, pues que tú eres eterno, manso, simplicísimo, hermosísimo, inmutable y un bien infinitamente cumplido?
El sabor que una perdiz tiene es sabor de perdiz; y el gusto de la criatura sabe a criatura; y quien supiere decir quién eres tú, Señor, sabrá decir a qué sabes tú.
Sobre todo entendimiento es tu ser, y también lo es tu dulcedumbre, la cual está guardada y escondida para los que te temen y para aquellos que, por gozar de ti, renuncian de corazón el gusto de las criaturas.
Bien infinito eres, y deleite infinito eres…
Y conociendo tú, Señor sapientísimo, como criador nuestro, que nuestra inclinación es a tener descanso y deleite, y que un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala, nos convidas con los santos deleites que en ti hay, para que no nos perdamos por buscar malos deleites en las criaturas.
Voz tuya es, Señor: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os recrearé (Mat. 11,28).
Y tú mandaste pregonar en tu nombre: Todos los sedientos venid a las aguas. Y nos hiciste saber que hay deleites en tu mano derecha que duran hasta el fin. Y que con el río de tu deleite, no con medida ni tasa, has de dar a beber a los tuyos en tu reino.
Y algunas veces das a gustar acá algo de ello a tus amigos, a los cuales dices: Comed y bebed, y embriagaos, mis muy amados (Cant. 5,1).
Todo esto, Señor, con deseo de traer a ti con deleite a los que conoces ser tan amigos de él.
No ponga, pues, nadie, Señor, en ti tacha que te falte bondad para ser amado, ni deleite para ser gozado; ni vaya a buscar conversación agradable ni deleitable fuera de ti, pues el galardón que has de dar a los tuyos es decirles: Entra en el gozo de tu Señor.
Porque de lo mismo que tú comes y bebes, comerán ellos y beberán; y de lo mismo de que tú te gozas, ellos se gozarán.
Porque convidados los tienes que coman sobre tu mesa en el reino de tu Padre (Luc. 22,30).
¿Qué dirás a estas cosas, hombre carnal, y tan engañado que llega tu engaño a que los sucios deleites que hay en la carne, de que gozan, y con mayor abundancia, los viles y malos hombres, y aun las bestias del campo, tienes en más que la soberana dulcedumbre que hay en Dios, de la cual gozan santos y ángeles y el mismo Dios criador de ellos?…
Huid, doncella, de cosa tan mala, y subíos al monte de la oración, y suplicad al Señor os dé algún gusto de sí, para que, esforzada vuestra ánima con la suavidad de Él, despreciéis los lodosos placeres que hay en la carne.»
San Juan de Ávila
(Audi Filia cap. 9)
Algunos pensamientos de San Juan Bautista de la Concepción sobre la caridad
En el mundo solo hay dos balanzas, dos maneras de gentes: ricos y pobres; unos que tienen, otros que no tienen.
Los ricos y los que tienen siempre están tendidos en el suelo, caídos y postrados por tierra. La causa es porque, estando su balanza llena, está la del pobre vacía. Si quieres, hermano, que la tuya suba y se levante del suelo, quita de esa balanza y pon en la del pobre, que tanto cuanto el pobre bajare a tomar consuelo en tu casa, tanto subirás tú a tomar cielo en la casa de Dios. ( Tomo II, pag.1203)
¿Qué son, hombre poderoso, las riquezas, las prosperidades? Ríos son que corren y pasan por los hombres, que son la tierra y tierra flaca. Pues dime: cuando las riquezas entran en tu casa ¿por qué las amontonas? ¿Por qué las atesoras? ¿Por qué no las dejas ir su camino y que pasen? Que hasta que lleguen al cielo les ha dado Dios peso. Pues él propio dice que atesoremos en el cielo, donde las riquezas no hacen el daño que en la tierra. (Donde no hay polilla ni herrumbre que corroan: Mt 6,20).
Si te parece que el cielo está muy alto y las riquezas son pesadas y de la calidad y propiedad del agua, que siempre corre abajo, y que no podrán subir por su peso y gravedad y que es contra toda filosofía, ya ha hallado Dios una traza divina y soberana, que es bajar su cielo abajo y ponerlo en los pobres desechados. (Tomo II, pag. 1204)
Fui -dice Job-, Señor, ojos para el ciego, etc. (Job 29,15).
Como si dijera: Topaba, Señor, por esas calles muchos pobres, tan flacos, tan hambrientos, tan sin sustancia que, de hambre y descaecidos, tenían perdida la vista y, de flacos de no se desayunar, se caían en el suelo, que aun pies no tenían para se tener en ellos. Pues ¿qué hacía? Yo iba a mi casa y partía la comida y dábales la mitad de cuanto había en ella. Y de esta manera les reparaba la vista y la fuerza, y cobraban brío para tenerse en pie. ( Tomo III, pag. 61)
Muy lindas cartas son esas figuras que el mundo tiene desechadas que, como vienen acompañadas y firmadas de Dios -que lo que a ellos hiciéremos es limosna hecha al mismo Dios, cierta es la ganancia.
Queramos este dichoso envite que Dios nos hace de amparar y querer sus pobres, que, por no querer el mundo y estar ciego, se quedó perdido, porque quien al pobre pierde perdido va.
Nosotros quedaremos ganados y entretenidos y bien ocupados en cosas que el espíritu cobrará nuevas fuerzas para tornar a volar y a descansar en su Dios. (Tomo III, pag.79)
Cuando una tapia se traba con otra y un edificio se ase y junta con otro, ¿no queda más firme y más perpetuo?
Es cosa cierta que, cuando este edificio sea de tierra, asido con otro de tierra, queda firme como si fuese de piedra.
Hagamos esto nosotros, hermanos: cuando en este lugar consideráremos un hombre flaco, miserable y de tierra, que con sus palabras y consejos trabemos y juntemos nuestras voluntades, con su querer nuestros afectos, con sus deseos nuestras obras.
Que, como dice san Pablo (Gal.6,2) llevando uno las cargas de los otros, cumpliremos la ley de Cristo.( Tomo IV, 23)
La caridad en la Escritura en muchas partes es comparada al agua. Entre todos los licores, el que más corre, se vierte y derrama es el agua. Que veremos una fuente que se está desentrañándose a sí propia y dando cuanta agua tiene, parece se queda ella vacía por solo derramarse y correr por los prados y sembrados.
¡Oh, qué celestial naturaleza! Que no es codiciosa la fuente, ni temiendo que le ha de faltar el agua la guarda, con- serva y detiene en sí; toda la envía y derrama y espera que para ella y las demás tierras venga otra agua, que para todo eso es poderoso Dios que tal ser y propiedad le dio.
¡Oh, si los hombres entendiesen que la caridad tiene esta propiedad: que en quien de veras se halla se hace en él, dice Cristo, una fuente que está saltando y sube a la vida eterna!
Si fuente, derramase tiene por los otros lugares y extenderse tiene a sus prójimos y hermanos; si fuente, no ha de guardar la caridad para sí sólo, que, si es fuente, a la prisa que se derramare y comunicare, le vendrá más agua, que para todo es Dios poderoso. ( Tomo II pag. 1042)