De este magisterio del amor se originó en el santo Maestro Ávila un desprecio grande del mundo, sus dignidades y aumentos, teniéndolas todas por un peligroso engaño.
Dijo un día Dios Nuestro Señor, quejándose, a santa Teresa de Jesús, su querida esposa: «¡Ay, hija, qué pocos me aman con verdad, que si me amasen no les encubriría yo mis secretos! ¿Sabes qué es amarme a mí con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a mí; con claridad verás esto, que ahora no entiendes, en lo que aprovecha tu alma».
Esta verdad vamos viendo practicada en las virtudes todas del santo Maestro Ávila; amó de verdad a Dios, y así tuvo por mentira cuanto juzgó no le era agradable. Y teniendo por desagradable a Dios cuanto apetece el pensamiento humano en orden a sus aumentos, sin respeto a su servicio en nada, puso la mira, en cómo renunciar de corazón, cuanto impedía la mayor perfección a que anhelaba.
Los grados y dignidades eclesiásticas agradables son a Dios; constituye esta jerarquía visible de la Iglesia, que se encamina a conocer a Dios y darle el verdadero culto para salvación del alma con ejercicio continuo de la verdadera religión.
La entrada a estas dignidades, los designios, pueden ser torcidos, o menos buenos, y, finalmente, los mismos con que comúnmente se apetecen las dignidades del siglo.
El santo Maestro Ávila, humildísimo, rehusó admitir ventajas, en que vio peligrar otros, o que, por lo menos, deshacían de la perfecta pobreza, que profesaba.
Pudieran sus grandes letras y virtudes colocarle en grandes puestos; no sólo no los apeteció, antes, ofrecidos, los despreció generosamente.
Desearon las principales iglesias del Andalucía tenerle por canónigo; no admitió prebenda alguna. No sólo por la obligación que traen consigo las rentas; eclesiásticas, y la estrecha cuenta que se ha de dar de ellas, cuanto porque, profesando la perfección evangélica, juzgó que, para conseguirla y conservarla, era más conveniente la pobreza en la forma que él y sus discípulos la profesaron.
El arzobispo don Gaspar de Avalos le ofreció la canonjía magistral de Granada; no la aceptó. Hállase en los archivos de la santa iglesia de Jaén cómo aquel reverendísimo cabildo le ofreció la magistral, dignidad muy calificada y rica; con su pro- funda humildad para ninguna cosa se halló digno.
Es fama que Paulo Tercero, Pontífice Romano, gran honrador de hombres sabios, le ofreció capelo, que tenían merecido sus grandes servicios a la Iglesia.
Es más cierto que el rey nuestro señor, don Felipe Segundo, que goza de descanso, le presentó en el obispado de Segovia, después en el arzobispado de Granada; no los aceptó, resistiendo a una gran porfía; esto corre con opinión constante en toda el Andalucía. Y es muy verosímil, siendo tan benemérito el sujeto, tan conocida la religión de este gran rey, y el celo de poner en las iglesias prelados de gran virtud, de aventajadas letras.
A cuántos, en aquel siglo, los mayores obispados fueron a buscar a sus casas, hombres olvidados aun de sí mismos; de los rincones más retirados reverberaron en los ojos de este gran monarca los rayos de las virtudes más ocultas, de los méritos menos apadrinados…
No aceptó estas prelacías el santo Maestro Ávila, por entender no ser llamado a ellas.
¿Quién duda que fuera excelente obispo quien tuvo tanto celo de la salud de las almas, tan gran santidad, tantas vir- tudes, quien dio tantas instrucciones a prelados, y que sabía tan primorosamente este oficio?
Mayormente, no habiéndole pretendido; mas, por no hallarse con vocación de Dios, y entender ser otro su ministerio en la Iglesia, perseveró en su puesto con gran acierto y prudencia, y si un varón tan eminente y santo rehusó, por entender no ser llamado, un puesto tan debido a sus virtudes, a gran peligro camina el que sin ellas, confiado o presumido de sí mismo, sin vocación de Dios, y con pretensión muy larga, y tal vez turbia, apetece poner sobre sus hombros una carga, a que se estremecieron los de los mayores santos. El venerable Maestro, sin duda, la tuvo grande miedo.
( Del libro del licenciado Luis Muñoz: Vida de San Juan de Ávila)