Seguramente habrás escuchado en más de una ocasión algo así como “No te callas ni debajo del agua”. Incluso puede que hayas sido tú el receptor de tan simpático y verdadero dicho… Pues bien, desde hoy te invito a que no sigas explotando laboralmente los músculos de tu lengua y, por el contrario, des de alta (no te preocupes por la nómina) a los músculos de tu corazón… ¿Te atreves? Recuerda que de tu decisión dependerá tu felicidad y la felicidad de muchos de tus hermanos…
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante la pobreza, de espíritu y de bolsillo, de sus hermanos, y son capaces de silenciar su ego y su ombligo para escuchar la voz de Dios, que sigue hablando a través de sus hijos más necesitados.
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante las lágrimas (de verdad, nada de lagrimillas) de sus hermanos y son capaces de enjugar el dolor, el fracaso y las injusticias sacando del corazón (no podría ser de otro sitio) el pañuelo de la alegría, de la fraternidad y de la ayuda desinteresada.
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante los más pequeños y humildes de este mundo y son capaces de bajar un peldaño para que ellos (no olvides tenderles la mano) puedan subir.
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante aquellos sometidos por el yugo de la voluntad caprichosa, autoritaria y cruel de los más poderosos y son capaces de mostrarles, con palabras y sobre todo con hechos, la voluntad libre, amorosa y fiel de un Dios que siempre quiere lo mejor para sus hijos.
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante aquellos que utilizan a sus hermanos como objetos de compra-venta y son capaces de denunciar tantísimas injusticias utilizando la misericordia y el perdón de Dios.
- Bienaventurados los que no callan su corazón ante aquellos que son agredidos, un día sí y otro también, física y emocionalmente, y son capaces de sustituir el grito, la zancadilla o el puño sobre la mesa o sobre el hermano por la fuerza más poderosa jamás creada: el amor de Dios.
- Y bienaventurados los que no callan su corazón cuando son injuriados, perseguidos, apartados o ignorados por declararse amigos de Dios, y son capaces de levantar la voz con el grito del corazón, que no es otro que la alegría y la felicidad de sentirse amados por Dios.
(Rvta. Misión joven)