Viajar a Roma es una realidad muy especial. Es encontrarse con la cristiandad de ayer y de hoy.
La Ciudad Eterna es un lugar único en el mundo. Muchos monumentos nos hablan de los primeros cristianos, por ejemplo el Coliseo.
En esta gran urbe tuvo lugar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo.
Pero el viaje a Roma es interesante porque nos da una nueva dimensión de la Iglesia.
En las celebraciones litúrgicas romanas uno se codea con gentes del oriente y occidente, latinoamericanos, africanos y europeos. Se reza en latín, español, italiano, francés, inglés y otras lenguas.
Roma está abierta a todas las razas, culturas y lenguas.
No ocurre así en otros lugares del mundo católico.
En Roma está presente la variedad y el pluralismo.
Pero nuestro viaje tenía un objetivo especial: asistir a la proclamación de Juan de Ávila, nuestro paisano, como Doctor de la Iglesia. Uno de los nuestros es Doctor de la Iglesia.
Un título que la Iglesia ha concedido a muy pocos.
En tantos siglos de cristianismo, solo cuatro españoles: San Isidoro de Sevilla, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y San Juan de Ávila.
Un título que la iglesia concede a ciertos santos como maestros y testigos de la fe. Es decir, creyentes que han iluminado a la iglesia con su doctrina y escritos. Pero ante todo con su propia vida. Han predicado y han dado trigo. No todo eran palabras, las palabras iban acompañadas de sus obras.
Benedicto XVI, en la homilía de la misa dijo estas palabras de nuestro Santo:
“San Juan de Ávila vivió en el siglo XVI. Profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica.
Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia”.
Ya al principio de la misa en el rito de la Proclamación de Doctor de la Iglesia, había declarado solemnemente el Papa:
“Declaramos a San Juan de Ávila, sacerdote diocesano y Santa Hildegarda de Bingen, monja profesa de la Orden de San Benito, doctores de la Iglesia Universal”.
Confieso que una especial emoción se apoderó de mí. Recordé a Santa Brígida, donde iba la madre del Santo para orar y pedir un hijo.
Me vino a la mente la Casa del Santo, la pila donde fue bautizado el Santo y hemos recibido todos los del pueblo este rito de iniciación a la fe.
Hacer memoria de todos estos hechos y para que no se queden en fuegos artificiales, es bueno que lo que hemos vivido estos días nos lleve a seguir las huellas del Santo, conociendo más y más sus escritos, que son sus verdaderas reliquias. Sobre todo a vivir con más intensidad los valores del Evangelio.