«Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32).
Estas palabras de Jesús son la garantía de una oración especial del Señor hacia Pedro y, al mismo tiempo, el anuncio de la misión que le confía: confirmar en la fe a sus hermanos. De este modo, la misión del sucesor de Pedro nace como una gracia por la que Cristo asegura la fiabilidad de su ministerio en el ejercicio de ratificar las propuestas que le presenten sus hermanos, además de cuidar la unidad de la iglesia y guiarla en comunión con el resto de los obispos, sucesores de los apóstoles.
Al amparo de la clarividencia que posee la sede de Pedro para discernir en materia de fe y en el ámbito doctrinal y moral, el episcopado español había propuesto al Papa, décadas atrás, la proclamación de san Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia Universal. Esta petición fue acogida y confirmada por el Papa Benedicto, quien fijó el 7 de octubre como la fecha de su proclamación.
Toda la Iglesia de Ciudad Real recibimos este anuncio con gran alegría, sin embargo, ninguna realidad diocesana pudo comparar su gozo al que sintió la comunidad cristiana de su pueblo natal: Almodóvar del Campo. La parroquia se puso en marcha y la comisión pro-doctorado empezó a diseñar un calendario de actividades para celebrar tan gran efemérides.
Entre todas las acciones que se prepararon, una de las más significativas era la de peregrinar hasta Roma, para asistir a la ceremonia del doctorado en representación de su pueblo natal. Y para cumplir esta misión, un grupo numeroso de almodovenses nos embarcamos hacia la capital de Italia.
I – DE ALMODÓVAR A ROMA
Las vísperas
La madrugada del 5 de octubre, y a lo largo de los días sucesivos, cerca de doscientos hermanos y paisanos de san Juan de Ávila salimos desde nuestra tierra para ser testigos del acontecimiento más importante de la historia reciente de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia diocesana.
El Papa, iba proclamar a nuestro santo, Doctor de la Iglesia Católica: ¡¡Doctor Universal!; ejemplo de fe y doctrina para todos los católicos del mundo y para todos los tiempos.
Roma: la ciudad eterna
Llegamos a Roma a primera hora de la tarde. La organización de la peregrinación tenía previsto que cada peregrino dedicara esa tarde a encontrarse con la ciudad, siguiendo la ruta que le despertase más interés. Así pues, desde nuestro alojamiento -situado cerca de la estación Termini- se fueron creando pequeños que tomaron diferentes direcciones: Unos fueron hacia la zona de Piazza Navona; otros se encaminaron a visitar las calles más céntricas; otros prefirieron dar un paseo por los alrededores. Y así, cada uno pudo disfrutar de un primer contacto con la ciudad hasta la hora de la cena.
El sol lucía en Roma y por las calles era frecuente poder saludar a otros peregrinos españoles, identificados con signos de nuestro país o con el nombre de sus lugares de origen, los cuales permitían que pudieran ser reconocidos fácilmente como compatriotas. Cada uno había llegado desde a Roma desde un lugar diferente, pero todos teníamos un motivo común para estar allí: ¡El Doctorado de san Juan de Ávila!
II – VIAJE AL CENTRO DE LA IGLESIA
Un saludo a san Pedro
La mañana del viernes el reloj nos despertó muy temprano y, después de desayunar, tomamos el autobús para acercarnos al epicentro de Roma: la Basílica de san Pedro.
Llegar hasta la tumba del apóstol es adentrarse en las raíces de la misma Iglesia. Allí, historia y teología se unen para decir a los peregrinos que están pisando los cimientos de la Iglesia. San Pedro – «Piedra» sobre la que el Señor edificó su Iglesia- fue enterrado en la colina Vaticana y, sobre su sepulcro, se levantó una de las Basílicas más bellas de la cristiandad, de la mano del gran Miguel Ángel, Domenico Fontana, Giacomo della Porta, y Bernini.
Pasar a san Pedro es encontrarse con monumento artístico que es reflejo de la belleza interior de la Iglesia. Pero, además, supone entrar en la casa común de todos los católicos del mundo. Esta vocación de acoger a todos, tiene una sus expresiones más dicientes en el hecho de que la longitud de todos los templos del mundo está abarcada por la longitud de la Basílica petrina.
No en vano, la columnata de la plaza simula la forma de unos brazos que se extienden para abrazar a todos los que lleguen hasta ella.
Sin embargo, además de admirarnos por la belleza de la Basílica, nuestros ojos no podían resistirse a observar los detalles que, a esas horas, ya se estaban disponiendo para la celebración del Doctorado: Un gran crucifijo en el puerta principal; el altar situado en la gran explana; las hileras de sillas perfectamente ordenadas; los mecanismos para fijar los reposteros en los balcones con las imágenes de los dos nuevos doctores…
La plaza iba transformándose en un templo al aire libre, destinado a albergar la proclamación de san Juan de Ávila como Doctor, en el preludio de la Misa de inauguración del Sínodo de los obispos para el Año de la fe.
La Capilla Sixtina y los museos
Ya en el interior de la Basílica Vaticana, pudimos admirar la enormidad de sus bóvedas y grandes columnas; la singular belleza de sus retablos y mosaicos, y el ordenamiento de sus capillas.
En la primera de ellas, veneramos la imagen miguelesca de la «Pietá«: un grupo escultórico, realizado en mármol, en el que el cuerpo de Jesús reposa dulcemente sobre la Virgen María. Ella lo sostiene en actitud amorosa y lo presenta serenamente. Y él, posado suavemente sobre su regazo, ofrece el perdón que brota de su entrega. El conjunto de la obra es capaz de manifestar la piedad que une a la madre y al hijo, y que ambos comunican a quien está delante de ellos.
A continuación, pasamos a la capilla contigua donde un grupo considerable de fieles veneraban un sepulcro blanco. Casi podía sentirse la fuerza de su oración. Era la capilla donde descansan los restos de nuestro querido Juan Pablo II. Delante de él, todo era silencio y emoción.
El Papa de los jóvenes estaba allí como un basamento más para sostener, junto a san Pedro, la fe de las nuevas generaciones respondiendo a cada oración con su mensaje de ánimo y fortaleza espiritual: «¡No tengáis miedo. Abrid el corazón a Cristo!«
Una herencia que no se gasta y que produce frutos de caridad
La visita al Vaticano se completó con la entrada a los museos.
Recorrimos varias galerías observando obras de arte en escultura, pintura y arquitectura, que abarcaban desde la época romana hasta la edad contemporánea.
Es interesante caer en la cuenta de que el cristianismo siempre ha sido un motor creador de arte y cultura que ha sabido enriquecer las artes estéticas, además del saber filosófico, la reflexión moral y la teología. Sí, el cristianismo tiene la vocación de reconocer lo humano y plenificarlo hasta llevarlo a su acabamiento más perfecto en todos los órdenes.
Esta perspectiva, que a veces pasa inadvertida, encuentra con una de sus mejores manifestaciones en las obras que exponen los museos vaticanos. Ellas constituyen una buena muestra de las piezas artísticas que se han ido creando a lo largo de dos años de cristianismo.
Creo que es importante advertir cómo la Iglesia de cada tiempo siente la responsabilidad de conservar el legado recibido por las generaciones anteriores a la suya, y trasmitirlo a las siguientes. Ha preferido preservarlo y exponerlo públicamente para que los cristianos de cada tiempo -y también cualquier persona no cristiana- puedan contemplarlo y disfrutarlo.
Por esta razón, la Iglesia no ha querido vender ni privatizar su patrimonio artístico, optando por abrirlo a todos a través de museos y cobrando una entrada que, por una parte, ayuda a su conservación, y por otra, contribuye a financiar instituciones de caridad y la Obra Pontificia de Misiones.
Este sistema posibilita que todos podamos contemplar estas obras y que, con el importe que pagamos, sigamos disfrutando el legado recibido y, al mismo tiempo, ayudemos a los más necesitados. Si fuera vendiendo, sólo una élite exclusiva podría beneficiarse del patrimonio que se dejó para todos y, con el paso del tiempo, el dinero adquirido por la venta de obras, tarde o temprano, terminaría agotándose.
Considero que este modo de proceder es una sabia elección, pues, de otro modo, muchos de nosotros nunca hubiéramos podido conocer lo que nuestros antepasados dejaron como testimonio de su fe para las futuras generaciones.
Una tarde italiana
La tarde del jueves nos condujo por un recorrido a través de la «Roma barroca«: Iglesias de los siglos XVII y XVIII; el monumento a la Inmaculada junto a la embajada de España; la Fontana de Trevi; la Piazza Novana; el panteón de Agripa… Realmente, una maravilla.
Roma abría sus calles para que contemplásemos el museo de piedra que alberga en su interior, impregnándonos de todos los estilos artísticos que configuran la ciudad: romano, gótico, renacimiento, barroco, neoclásico…
Lo más significativo es ver cómo todos ellos, por diferentes que sean, se conjuntan hasta configurar una ciudad capaz armonizar lo diverso y hacer de ello un mosaico de belleza formal en perfecto equilibrio armónico. ¡Ojalá y los humanos fuéramos así!
III – LA VISPERA DEL DOCTORADO
Sólo falta un día
El sábado nos regaló nuevas visitas. La mañana nos introdujo en la Roma Clásica. Un paseo por el foro imperial, nos trasladó a la era de los gladiadores y de las luchas de cuadrigas. El Coliseo; el templo de las Vestales; el primer Senado; las termas de Caracalla; las antiguas basílicas romanas convertidas en las primeras iglesias de la Roma cristiana; las catacumbas…
Nos habíamos trasportado a la época pre-cristiana y a las primeras huellas del cristianismo. Pero este viaje hacia el cristianismo tuvo su quicio en la visita de la catacumba de san Sebastián. En ella, pudimos constatar el tránsito del paganismo al cristianismo, cuyas huellas quedan patentes en los primeros símbolos cristianos esculpidos en los sarcófagos y grabados de las paredes.
Terminamos la mañana celebrando la Eucaristía en honor de san Juan de Ávila en la iglesia de la catacumba, donde dimos gracias por el Doctorado y pedimos por todo el pueblo de Almodóvar y por nuestra diócesis.
San Pablo extramuros
El sábado por la tarde entramos en la Basílica de san Pablo extramuros. Se llama extramuros porque antes estaba fuera de la muralla que protegía la ciudad. Este templo alberga el sepulcro del apóstol coetáneo a san Pedro que extendió la fe cristiana entre los no judíos.
Una de las señas que lo caracterizan es que sus paredes muestran la sucesión de todos los Papas de la historia, representados en nimbos circulares que recorren el perímetro de los muros del templo.
Rezamos ante el sepulcro de san Pablo pidiendo su intercesión, para que nosotros seamos capaces de presentar la fe a quienes hoy están alejados de ella. Y, después, saludamos a un grupo muy numeroso de peregrinos provenientes de varios colegios españoles que iban a celebrar la Eucaristía.
San Juan de Letrán
Desde san Pablo extramuros, nos dirigimos hasta la Basílica de san Juan de Letrán. La importancia de este templo radica en que es la catedral del obispo de Roma. No hemos de olvidar que la iglesia está configurada como una comunión universal de iglesias diocesanas, guiadas por los sucesores de los doce apóstoles, que son los obispos. Y que el Papa lo es, por ser obispo de Roma, que es la sede de los sucesores de Pedro.
Por eso, igual que cada diócesis, la de Roma también posee su propia sede episcopal donde su obispo tiene su cátedra: el lugar desde el que enseña y guía al Pueblo de Dios en nombre de Cristo Pastor. De ahí viene la palabra Catedral. Varias veces al año, como, por ejemplo, cada Jueves Santo, el obispo de Roma celebra la Eucaristía con su presbiterio y con sus diocesanos, ejerciendo su ministerio de obispo de Roma.
Santa María la Mayor
Después de San Pedro y de las dos Basílicas que acabamos de mencionar, la Basílica de Santa María la Mayor cierra el círculo de las cuatro Basílicas Mayores de Roma. Ellas cuatro son los lugares oficiales de peregrinaje para quienes visitan la ciudad eterna.
Es un templo muy antiguo dedicado a la Virgen María en el siglo IV, cuando el Concilio de Éfeso definió que María era Madre de Dios. Este título teológico da razón de que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María no sólo con la naturaleza humana, sino también con la divina. De otro modo, Cristo no sería Dios sino, simplemente, un hombre singular.
Históricamente ha habido mucha vinculación entre nuestro país y está Basílica: Isabel la Católica aportó una gran cantidad para la reconstrucción de su artesonado; más tarde, Felipe IV pidió al Papa Inocencio X que en la liturgia de este templo mariano siempre hubiese una oración por el pueblo español y por la monarquía. Y, en la actualidad, el responsable de la Basílica es el cardenal español Santos Abril.
La vigilia de oración en honor de san Juan de Ávila
Todo lo que acabamos de decir nos ayuda a entender por qué la conferencia episcopal española eligió Santa María la Mayor, para celebrar la vigilia de oración en previa al Doctorado de nuestro santo.
La vigilia consistió en el rezo de Vísperas, presidido por el cardenal español titular del templo, acompañado por todo el episcopado de España. Cientos de peregrinos llenamos la Basílica sintiendo que una parte de la Iglesia española estaba allí, representando a los miles de hermanos y amigos de san Juan de Ávila que seguían los acontecimientos desde nuestro país.
Todo fue muy solemne. Música polifónica; rezo a dos coros; clima espiritual; textos de san Juan de Ávila muy bien escogidos y gran devoción. La vigilia tuvo una peculiaridad que nos es cercana: su introducción la llevó a cabo nuestro obispo D. Antonio. Él estaba representando a la diócesis de origen de san Juan de Ávila y a su pueblo natal. El nombre de Almodóvar resonó en la Basílica expresando el cariño y la cercanía de los paisanos del santo.
No se cabía en el templo, por eso, muchos de nosotros optamos por elegir un sitio singular en la zona delantera –donde estaban los obispos-, sirviéndonos del asiento más natural y primitivo: el suelo.
Allí, entre sotanas moradas y rojas, un grupo de almodovenses seguimos la dinámica de la celebración, haciendo equilibrios para levantarnos y sentarnos en el pequeño espacio que quedaba entre las dos hileras de bancos ocupadas por obispos. Una experiencia graciosa.
IV – EL DÍA ESPERADO
Un domingo inolvidable
Al alborear las primeras luces del alba del domingo 7 de octubre, los despertadores empezaron a pitar levantada. Antes de las siete de la mañana abandonamos nuestro alojamiento para ir de nuevo al Vaticano. En la puerta del hotel, iban congregándose pequeños grupos peregrinos; todos ellos vestidos con traje de domingo en homenaje a san Juan de Ávila y en representación de Almodóvar.
Llegamos al Vaticano con el pase amarillo que nos aseguraba tener una buena ubicación en la celebración. Y así, fue: delante del altar papal, a derecha e izquierda del pasillo central de la plaza de san Pedro, tomamos asiento buscando la mejor panorámica.
De los tres balcones principales de la Basílica pendían grandes reposteros: Uno –el central- con el escudo de Benedicto XVI; a su derecha, el que exponía a la imagen de Santa Hildegarda de Bingen; y a su izquierda, el más querido para nosotros: San Juan de Ávila, en tamaño gigante, que esa mañana parecía estar ahí dando la bienvenida a sus paisanos.
El «Sagratio», que es la zona más elevada de la plaza – justo delante de la gran fachada-, lo presidía el altar papal, instalado bajo un moderno baldaquino blanco.
Este lugar principal, iba ocupándose progresivamente por invitados que tenían la función de representar al ámbito civil y al eclesial. Poco después, agentes de la guardia suiza, monseñores y acólitos fueron acudiendo hasta completarlo.
Vimos cómo en la zona derecha tomaban asiento la delegación española y, dentro de ella, las autoridades locales y los representantes de la Hermandad de los santos. Más tarde cardenales, sacerdotes y religiosos ocuparon la zona izquierda, hasta que, a la hora prevista, comenzó la procesión de entrada con todos los obispos españoles que ese día lucían unas vistosas casullas verdes.
Al final de todos ellos, cerrando la procesión, apareció la figura del anciano Papa saludando a los fieles mientras caminaba hasta la sede, acompañado del maestro de ceremonias y de un ayudante del mismo.
El momento esperado
El rito del Doctorado dio comienzo con una presentación realizada a cargo de los postuladores y del cardenal responsable de la Congregación de los Santos. Esta presentación fue respondida por el Papa, con una fórmula solemne por la que nombró a san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia Universal.
Cuando Papa terminó la declaración, inmediatamente, los peregrinos de Almodóvar empezamos a aplaudir entusiasmados, haciendo que toda la plaza rindiera el homenaje de su reconocimiento a los dos nuevos doctores sumándose a nuestro gesto.
Fue, sin duda, un instante emocionante en el que, junto a los aplausos, comenzamos a agitar banderas de España y pusimos en alto las dos grandes pancartas que llevaban estampados el nombre de Almodóvar y la imagen de san Juan de Ávila de nuestra parroquia.
Después de este momento, se hizo silencio en la plaza para comenzar la solemne Eucaristía.
La Misa de comienzo del Sínodo de la fe
La celebración estuvo marcada por un fuerte carácter de solemnidad, que venía propiciado por el clima espiritual imprimido por la música y los cantos.
Toda la Eucaristía se desarrolló con un exquisito orden litúrgico, cuya dinámica iba alternando las lecturas y oraciones con varios silencios meditativos que invitaban a la reflexión.
Los almodovenses nos sentíamos de algún modo coprotagonistas de lo que allí estaba sucediendo, sin embargo, este sentimiento se hizo aún más patente cuando vimos a Paquita presentar las ofrendas ante el Papa, y cuando Saúl se acercó a él para comulgar de sus manos.
Después de dos horas, la celebración concluyó y fue entonces cuando volvimos a vitorear a san Juan de Ávila, agitando nuestras banderas y extendiendo las pancartas, porque el Papa bajaba a recorrer los pasillos de la plaza para saludar a los peregrinos y verlos de cerca.
El cuerpo de Benedicto XVI parecía débil y endeble, sin embargo, nunca dejó de extender sus brazos para saludar y bendecir a todos. Su mirada era a la vez frágil y tierna, como la de un padre que ve a sus hijos congregados en torno a él.
En este caso, hijos venidos desde muy lejos para celebrar con él el Doctorado. Lo que cada uno sintió, sólo él puede decirlo, pero creo que no me equivoco si afirmo que un sentimiento de familia y de amor paternal fue recorrió nuestro corazón.
Al término del recorrido papal, pudimos saludarnos y compartir el júbilo por lo que acaba de suceder en esa plaza de san Pedro. Y empezamos a reunirnos para realizar fotografías que inmortalizasen el acontecimiento y el testimonio de nuestra presencia.
El Doctorado: Una tarea común
Ahora nos queda acoger la intención del Papa y adentrarnos en un conocimiento más profundo de la obra de san Juan de Ávila.
A nosotros nos corresponde ser discípulos activos de una doctrina que podría resumirse en pasión por Cristo crucificado y eucaristizado; entrega confiada a su servicio; y caridad ejemplar con todos, especialmente con los más necesitados.
Del júbilo al Jubileo
Esta es la razón por la que la diócesis ha solicitado al Papa la declaración de un Año Jubilar con sede en Almodóvar, en el afán de que muchos hermanos puedan venir hasta aquí para aprender quién es san Juan de Ávila y cuál es su universal y docta experiencia de fe.
Por lo tanto, ahora hemos de realizar la misión de extender el júbilo del doctorado al jubileo avilista, poniendo todo nuestro esfuerzo para que esta proclamación sirva para enseñar hoy a Jesucristo desde el testimonio autorizado de –en palabras del Papa- “ese faro luminoso y seguro para los Nueva Evangelización”, que es nuestro querido Doctor san Juan de Ávila.