Tengo una buena amiga que cada vez que cumple años y le preguntas cuántos cumple, te contesta toda ufana: – 25, cumplo 25 años.
Yo, la creo. No tengo realmente el dato exacto de su edad, tampoco me ha importado nunca porque en lo que concierne a la amistad, el abanico generacional en el que se puede establecer un circulo personal de amistades es más enriquecedor cuánto más variopintas sean las edades, sin embargo, con esta amiga, lo curioso que sí cabe decir es que aunque exista un pequeño trasfondo de coquetería femenina, lo cierto es que ella realmente quiere mantener su espíritu en los veinticinco, no como la edad idónea quizá sino más bien por las sensaciones que a esa edad se tienen que no son otras que unas arrebatadoras ganas de vivir.
Por eso la creo , o mejor dicho, colaboro en su creencia pues cumplir una cifra u otra no es lo importante, lo verdadero es tener el convencimiento de que la vida sigue, que los años vividos sólo importan para adquirir vivencias, experiencias, para llenar páginas de sabiduría de cosas aprendidas, y que pueden ser treinta, cuarenta, cincuenta u ochenta o noventa los años que el cuerpo ha conseguido sobrevivir al paso del tiempo, pero el espíritu sigue otro camino, otro ritmo, que no es otro que aquel que nosotros decidamos llevar.
No es ninguna excentricidad, pues, por muy poco creíble que resulte, que alguien que ha vivido prácticamente ya media vida, diga que cumple veinticinco años, como tampoco es pecar de realista afirmar la edad física que verdaderamente se tiene, creo que la aceptación de la vida en sí misma es lo verdaderamente importante.
Y es que, en cierto modo, la vida es tan compleja a veces de comprender que solo por sentido práctico debiéramos seguir alimentando las esperanzas y las ilusiones por aquello que siempre está por acontecer, esto es realmente «vivir», respirar para dar paso a una sucesiva respiración con aire siempre nuevo.
No obstante, existe otro contrapunto tan importante como la esperanza: vivir el momento, ese «Carpe Diem» tan recurrido y que bien entendido puede resumir la felicidad en su estado más natural y simple.
Hace unos días, otra amiga me mostró un video con una historia que me dio mucho que pensar. Se trataba de una abuela y su nieta visitando la tumba del abuelo. Frente a la lápida, ambas empezaron a conversar, pues la abuela había observado que su nieta estaba inquieta, preocupada.
– Yo sé mi niña, le dijo la abuela, que algo te preocupa. ¿ Son tus estudios?. La nieta responde: – Si, me preocupa terminar mis estudios ahora. Y- ¿luego?, dijo la abuela. Ya sé, te preocupa encontrar un buen trabajo, verdad?. – Sí, claro, yo quiero luego encontrar trabajo, eso me haría muy feliz. Es lo que realmente me haría feliz, dijo con rotundidad la nieta. Tú, abuela ¿Has sido feliz con el abuelo?, terminó por preguntarle. La anciana, con la voz algo quebrada ya por la edad, le dijo: – Ay, niña, la felicidad. Mi vida ha sido una continua espera.
La nieta, sin comprender bien lo que quería decir su abuela, siguió preguntándole:- Espera, ¿cómo es eso, no te entiendo? «.
«Sí mi niña, verás; cuándo era una niña esperaba ser más mayor para ser más feliz, de jovencita esperé enamorarme, pensando que eso sí que iba a hacerme por fin muy feliz.
Cuando conocí a tu abuelo sólo esperaba casarme con él porque en aquellos momentos era la siguiente meta a conseguir. Pero luego, me casé y esperé tener hijos para sentirme plenamente feliz. Cuándo los tuve, de nuevo esperé otra etapa más; la de que se hicieran mayores, se casaran y me dieran nietos, eso junto a mi jubilación, sí que iba a ser por fin mi tan esperada felicidad. Y, mientras esperaba todo eso, murió tu abuelo.
La nieta, sin comprender aún lo que su abuela trataba de explicarle, le preguntó:- «¿Entonces te arrepientes de haberte casado?, ¿ es eso?- ¡ No, mi niña¡, yo quise mucho a tu abuelo y él me quiso mucho a mí, no cambiaría nada de lo que he vivido, lo que digo es que debí comprender que cada momento que vivía, cada etapa, era una oportunidad tras otra para ser feliz, que no debía esperar a lo siguiente para serlo más, ¿ comprendes?, como te ocurre a ti ahora al pensar que ahora no eres feliz porque te preocupa conseguir después un trabajo.
Lo que obtienes, es que ves pasar los años esperando siempre algo mejor cuando, en lo que vives, si sabes verlo y valorarlo, ya se halla la felicidad.
El video terminaba en un fundido y enternecedor abrazo entre abuela y nieta tras comprender ésta la valiosa enseñanza que acaban de darle. Inevitablemente, al ver este final con mi fibra sensible bastante tocada, yo también comprendí que, tener siempre puestas las miras en el mañana para ser feliz, es vivir en una espera algo enajenada de lo que se vive realmente. De ahí el contrapunto de la vida, por un lado las ganas de vivir, de sentirte siempre joven de espíritu, ilusionado y esperanzado con el continuo discurrir de la vida, lo que intenta de un modo más o menos equilibrado mi amiga de 25 años perpetuos, y por otro el saber interpretar cada momento de la vida como único para saborearlo y vivirlo con la intensidad que merece.
No es fácil el equilibrio, eso los sabemos muy bien todos, pero en la espera de los años, no está la felicidad, está en lo que vivimos día a día con esperanza, con ganas siempre nuevas, también con esas dificultades que terminan ayudando a dar valor a lo bueno.
Así, pues, no vivamos en la espera, hoy es un día en el que seguramente, hay mucho a nuestro alrededor esperando que le digamos…» gracias por hacerme feliz».