Os estáis preparando, hijos míos, para celebrar, un año más, aquel acontecimiento dichoso que iluminó la noche del mundo — ¡feliz alumbramiento!— y cambió definitivamente la historia. Fue el nacimiento del «Sol», cuando las noches empiezan a ser más cortas; y desde entonces los días no han hecho más que crecer.
Simbiosis misteriosa
Yo fui protagonista por la gracia de mi Dios, como sabéis, y aún no he dejado de cantar su infinita misericordia. ¡Qué generoso fue el Señor para conmigo! Pero yo no era nada. Él lo ponía todo. Él me llenaba de un amor que no entendía. Él me hablaba en lo secreto, y su palabra era lluvia que me fecundaba; y una alegría y una fuerza y una paz inalterables que brotaban de muy adentro. Y su Palabra iba creciendo en mí, en mi espíritu, en mi corazón y en mis entrañas.
No acababa de entender aquel misterio, pero yo, la verdad, me sentía embarazada de Dios. Dios me alimentaba y yo le alimentaba. Dios me sostenía y yo le sostenía. Dios me transformaba y yo, a su vez, le vestía. Él alentaba en mí y yo le daba mi vida. Era una simbiosis misteriosa: yo le entregaba mi sangre y Él me impregnaba de su espíritu; yo le daba mi ternura y El me llenaba de su Ternura.
No os cuento los detalles que ya conocéis. Pero, cuando hice la visita a Isabel o cuando me puse en camino hacia Belén… Sentía como si una nube me cubriera y la presencia de Dios me acompañaba, y por dondequiera que pasaba Dios lo iba bendiciendo y llenando de su gracia.
Rechazo
Pero, al llegar a Belén, las cosas, como sabéis, se complicaron. Cuando sentí el rechazo de aquella gente, yo me moría de tristeza. No era sólo el enfado y el disgusto que sentía José, justificadísimos, al ver la situación tan apurada y la poca solidaridad de los descendientes de mi padre David. Era algo mucho más profundo.
Me daba cuenta por primera vez de que Dios mismo podía ser rechazado… Me di cuenta de que muchos prefieren su comodidad y sus intereses materiales, siempre mezquinos, a todos los dones del cielo. Me di cuenta de que el hombre, movido por las tinieblas de su ignorancia y su egoísmo, puede cerrar sus puertas a la luz y quedarse con su vacío. Me di cuenta, por primera vez, de que el hombre puede optar por la negativa y volver la espalda a Dios.
¡Pobres hijos míos! No lo sentía por mí, sino por ellos. No supieron descubrir el tesoro escondido. Dejaron pasar la mejor ocasión de su vida, que ya no volverán a encontrar. Se quedaban tan tranquilos, pero tan vacíos; tan divertidos, pero tan tristes.
Yo quisiera haber dicho alguna palabra, para que entendieran, pero no escuchaban; unos se reían de nosotros, ya sabéis que éramos bastante pobres; otros se enfadaban y nos cerraban la puerta con du- reza; otros se lamentaban y nos decían palabras comprensivas; todos pasaban…
La casa «ocupada»
Presentía además que aquel rechazo era significativo. Podía ser que se repitiera en otras circunstancias. Podía ser que el hombre se siguiera cerrando a Dios: a su palabra, a su gracia, a su salvación.
Podía ser que el hombre estuviera tan lleno de sus cosas, que no aceptara ninguna otra oferta; y que tuviera su casa tan ocupada que no hubiera sitio para nadie más. Una historia que puede repetirse por los siglos. Entendéis por qué aquel rechazo me traspasó el alma.
No entendía nada
Buscamos el refugio de la cueva. No podéis imaginar lo que era aquello. Me hacen gracia los belenes que ahora preparáis para adornar vuestras iglesias y vuestras casas, tan artísticos y encantadores. Una pintura naif. Pero la realidad fue muy dura, pura marginación, en suciedad y mal olor, telarañas y excrementos de animales. Como nacer hoy en una cuadra, bajo el puente o en cualquier estación en ruinas, con moscas y sabandijas. Yo no sé si Dios lo quería, pero la verdad es que mi hijo nació como un paria de la tierra… Se me caían las lágrimas. Nosotros éramos pobres, pero no tanto.
¿Lo querría Dios así? Tal vez, pero yo no entendía nada. Este acontecimiento era como una palabra que yo tenía que guardar y meditar. Y pedía a Dios que me hiciera comprender y que me ayudara a aceptar que, si era posible, quitara a José la preocupación y a mí la pena…
Signo y profecía
No era humano que mi hijo naciera en esas condiciones, pero el Señor me hizo ver que este nacimiento sería signo y profecía de todos los nacimientos de los más pobres, todos los castigados por la vida y los desheredados de la tierra. Pobres niños que nacen sin cuidados, y a veces sin ternura; los que nacen para ser tirados o vendidos; los que nacen en las cárceles, o en campos de concentración, o en los infiernos de la guerra, en la huida precipitada, o en los campos de refugiados, en los burdeles y casas de vicio; los hijos no queridos; los hijos de la violación; los hijos que nacen mal, con taras y defectos; y las madres que mueren en el parto, todas las madres y los hijos de la marginación.
Presentía que el camino a seguir no iba a ser fácil. El hijo de mis entrañas, del que cosas tan importantes y gloriosas se me habían anunciado, empezaba escogiendo el camino duro del ocultamiento y la pobreza, como si quisiera asociarse a todos los pobres y humildes de la tierra.
Algunas profecías y salmos en este sentido me vinieron a la mente. Profecías que no entendía muy bien, pero que hablaban de servicio, de sufrimiento y de rechazo, como las del Siervo de Yahveh; salmos sobre el Mesías perseguido por los reyes de la tierra.
No profanéis el misterio
Por eso, hoy quiero pediros a todos, me atrevería a exigiros, que, al celebrar la Navidad de mi hijo, por favor, no profanéis el misterio. Respetad el sentido de lo que fue aquel parto en Belén y aprended las enseñanzas de aquellos hechos. Y una de las más importantes es que la Navidad os ayude a estar más cerca de los pobres y de los que sufren.
¿Creéis acaso que podéis agradar a mi hijo con esas fiestas escandalosas, que son un insulto para los preferidos de Dios? Vuestra Navidad consumista y gastosa no tiene nada que ver con nuestra Navidad. Celebrad una Navidad austera y solidaria, que os ayude a compartir los sufrimientos de los desgraciados.
Pero que sea también una Navidad gozosa. Ya sabéis que en un momento de aquella noche, noche realmente buena y bendita, todo se convirtió en dicha. En el silencio de la noche, cuando José y yo rezábamos intensamente, sentimos como si el mundo se parara y los astros detuvieran su carrera, luciendo con fuerza inusitada; y como si un perfume bajara del cielo y una lluvia de rosas blancas…
Sol en la noche
La verdad es que sentí que llegaba la hora, sentí los dolores hasta las lágrimas, pero sentí la alegría hasta las lágrimas. Y sentí como si la humanidad, como si la tierra entera estuviera de parto. Y lo que iba a nacer era el sol en la noche, la salvación para el hombre, la esperanza del mundo. Recordaba las palabras del ángel, que había dicho de mi hijo que sería «grande, hijo del Altísimo, y que recibiría el trono de David, su padre»…
No sé; la realidad no parece que estuviera de acuerdo con esos anuncios… ¡Ah! y tanto a mí como a José nos dijeron el nombre escogido para él, un nombre precioso: Jesús, el más bonito y apropiado para él, que sería Dios salvador.
El Nacimiento fue más fácil de lo esperado. Enseguida tuvimos al niño en los brazos, y el establo se nos convirtió de pronto en el mejor palacio de la tierra… El niño lloraba como todos los niños, pero yo pensaba que sus lágrimas lavaban al mundo. José y yo también llorábamos, pero de emoción y de amor. Lo amábamos con toda nues- tra alma, como a nuestro hijo y divino. Casi no nos atrevíamos a besarlo. El nos atraía con una fuerza misteriosa que nos hacía casi caer de rodillas.
Nos parecía que Dios, en verdad, nos había visitado y se quedaba con nosotros: Enmanuel. Cuando yo cogía al niño, me parecía que Dios me envolvía. Cuando yo estrechaba al niño, me parecía que Dios penetraba intensamente en mí. Y después, cuando el niño dejó de llorar, sentimos que una paz indecible llenaba toda la tierra.
Más silencio
Después vinieron los pastores, que contaban cosas admirables. Yo les oía embelesada y guardaba sus palabras…coincidían con lo que José y yo sentíamos en ese momento. Agradecimos, naturalmente, su presencia y su ayuda; pero os digo de verdad que hubiera preferido más silencio. No quiero alargarme más. Sí pido a mi hijo que en esta Navidad os haga sentir su paz y su alegría. Veréis como no necesitáis tantas bebidas y comidas o cenas para alegraros. La presencia y el amor de mi hijo son más sabrosos y más dulces que el turrón. Me gusta que os reunáis en familia para celebrar el Nacimiento; donde hay amor y unidad, allí hay Navidad. Por eso, que la familia se abra a los demás, que os sintáis todos como una sola familia.
Comunión y compasión
Y si queréis saber, de verdad, lo que se siente cuando se lleva a Dios dentro, lo más parecido en la tierra es la comunión y la compasión. No hace falta que os lo diga. Si comulgáis con amor o si comulgáis en el dolor, es como si acogierais a Dios en vuestras entrañas. Todos podéis llegar a ser, por la comunión y por la fe, lo que yo fui, madres de Dios. Pues eso, que nazca Jesús en vosotros y que vosotros, con la palabra y el amor, lo engendréis y lo hagáis nacer en los demás. Yo fui adelantada de lo que estáis llamados a ser vosotros.
Os abraza con todo el cariño vuestra madre: MARÏA
(Revista de Cáritas)