En el primer día del año pedimos a Jesús el don maravilloso de la paz.
Entonces, si quieres la paz, lo primero que debemos hacer es pedirla. Cristo es precisamente el príncipe de la paz. Ya, en su nacimiento, los ángeles hacían brindis por la paz entre los hombres. Era como el regalo que Jesús nos traía desde el cielo.
Si quieres la paz, pídela con toda el alma.
Además de rezar, ¿qué más cosas debemos hacer, si queremos la paz?
– Si quieres la paz, destruye las armas. Hay que empezar por desarmarse y dejar de mirar al otro como rival. El desarme debe ser integral, no sólo de las armas materiales, sino de las armas de la mente y del corazón. La palabra puede herir tanto como la espada, y el odio también mata.
– Si quieres la paz, favorece el diálogo. El diálogo es la fuerza pacificadora más importante que poseemos. El diálogo supera prejuicios, rompe barreras mentales, vence las incomprensiones, modera las ideologías, desvirtúa los fanatismos y hace posible el entendimiento de las personas.
– Sí quieres la paz reconcíliate con todos, superando prejuicios nacionales o raciales. Que nadie sea extranjero ni extraño para ti. Que nadie sea para ti indigno o inferior. Abre a todos las puertas de tu casa y de tu corazón. Si quieres ser perdonado, empieza por perdonar. Si quieres ser amado, empieza por ofrecer amor. La confianza y el amor son las fuerzas más poderosas para construir la paz.
– Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre. La paz se fundamenta también en la justicia. Quiere decir que no puede haber paz mientras haya opresión y miseria. Quiere decir que la pobreza injusta -y toda pobreza lo es- es el arma de guerra más peligrosa, dinamita pura. Quiere decir que, mientras haya hambre y miseria, hay una guerra abierta, no declarada, cuyas víctimas se cuentan por millones.
– Sí quieres la paz, hay que acercarse al pobre, pero no sólo para compadecer, sino para compartir y acompañar en su proceso liberador. Acercarse al pobre es empezar a vivir la solidaridad. Luchar por el pobre es optar por el progreso de todos los hombres y de todo el hombre. Evangelizar a los pobres es desactivar todo un sistema balístico contra la paz.
«Se constata, escribe Juan Pablo II, y se hace cada vez más grande en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras, viven hoy en condiciones de extrema pobreza… amenaza subrepticia, pero real, para la paz, la cual, socavando la dignidad del hombre, constituye un serio atentado al valor de la vida y perjudica gravemente el desarrollo pacífico de la sociedad.»
– Si quieres la paz, haz algo por ella. Haz algo, por favor, aunque sea pequeño: un paso, un gesto, un esfuerzo. No te contentes con hablar de la paz, constrúyela; pon siquiera un ladrillo en este gran edificio. Pero un ladrillo cada día, un paso y un gesto cada día; que también tú puedas ser catalogado entre los constructores de la paz, porque serás bienaventurado.
Si quieres la paz, construye la paz. Pero no te acostumbres a hacerlo tú solo. Es mucho más bonito y eficaz conjuntar los esfuerzos; más humano y más cristiano. No te creas protagonista de nada, ni mucho menos de nadie. Tú, sencillamente, un humilde servidor de la paz, o si quieres de la PAZ -con mayúsculas-, un servidor esforzado, dialogante y humilde, un servidor que pide ayuda y la ofrece, un servidor que valora los esfuerzos de todos, un servidor capaz de colaborar con todos.
– Si quieres la paz, empieza por ofrecerla ahora mismo, en la eucaristía. No la des con rutina y con frialdad. Y cuando la des al hermano que está junto a ti piensa que él representa a todos los hermanos…
La eucaristía te pacifica. Da gracias a Dios, que te ha pacificado enteramente. Ya no tienes heridas odiosas ni resentimiento alguno. Ya te brota el perdón espontáneamente. Tu corazón desborda de ternura v misericordia para todos.