Todavía en algunas calles de mi pueblo-ciudad, por la noche, se puede ver la luna. Son esas calles silenciosas donde resuenan los pasos, y los vecinos se saludan tranquilos, porque cada uno sabe quien es el otro. La luna se asoma a los tejados y a las terrazas, y muestra una sonrisa burlona, a la vez que comprensiva, al ver colgado de un balcón a un muñeco vestido de rojo, que es el tótem que representa la Navidad Profana. Ese tótem se llama papá Noel, y es el emblema repetido hasta el aburrimiento en tiendas grandes y pequeñas.
En las antiguas mitologías de las tribus el tótem representaba generalmente a la naturaleza, o al espíritu de los animales. Eran los protectores de la aldea, y por esa causa se les erigía en grandes monolitos de piedra o de madera, a los que se les tenía destinado sus días festivos y sus ofrendas. Aquellas representaciones se fueron quedando en anécdotas de culturas pasadas que solo eran estudiadas por los antropólogos y poco más.
Después, siglos atrás, la Navidad fue catequesis narrada con palabras y figuras de barro representando a la Sagrada Familia de Belén, gracias a una reina española María Amalia de Sajonia, que solo lo puso un año, pues murió al año siguiente en septiembre de 1760. Pero su esposo el rey Carlos III cumplió la promesa que le hizo de que hermoseara Madrid, además de conseguir que los artesanos y ceramistas españoles compitieran con los napolitanos en la elaboración de las figuras del belén.
Desde el principio del cristianismo el nacimiento del Niño de Belén estuvo presente entre los cristianos, desde las catacumbas hasta la Edad Media, sin pasar por alto las iglesias bizantinas del siglo V, donde en sus mosaicos se podían ver a la mula, el buey, la estrella, la Virgen con el Niño y San José. El solsticio del invierno no se concebía sin la celebración del nacimiento de Dios. En los monasterios alemanes la recreación de los belenes fue una práctica extendida pasando posteriormente a Italia.
De todos es sabido que San Francisco de Asís fue el primero que tuvo la idea de representar un belén viviente. Así los belenes fueron la seña inequívoca de la Navidad. Se da la circunstancia de que en España los primeros poemas completos en romance castellano son villancicos. Villancico se deriva de sencillas canciones de villanos. El villano era el que habitaba el llano, en una aldea o villa sin ninguna distinción.
Los habitantes de las villas, celebraban la Nochebuena cantando al son del almirez, de la botella de cristal, de la zambomba, la sartén y cualquier utensilio que junto a sus voces, componían la más hermosa y sencilla sinfonía de Navidad. De ahí también fueron naciendo los dulces, las comidas caseras tradicionales, y la costumbre de ir a la iglesia a celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. Eran otros tiempos donde cabían todos, los viejos, los jóvenes y los niños. De aquellas reuniones nacieron cuentos navideños, contados oralmente, que eran trasmitidos de generación en generación, y que pasado el tiempo fueron recopilados por escritores avispados, conscientes de la belleza de aquellas narraciones.
Aquella otra Navidad carecía de luces espectaculares, de copiosas cenas atestadas de alimentos, donde primaba más el valor del encuentro que el ajetreo de ir y venir comprando lo que no es necesario. Todo se quedó en el ayer, se han salvado los villancicos, la ingenuidad de los niños, y la luna, que sigue asomándose a las calles para ver como nace un año más el Niño Jesús. La Virgen continua llamándose María, San José no ha tirado su callado, y debe de alimentar a la mula y al buey con la paja y la cebada, porque también comparten el portal y el establo.
El muñeco de rojo vestido como un enano de los cuentos de hadas, se ha incorporado a la Navidad hace unos cuantos años, gracias al invento de un dibujante Habdon Sundblom, que le fue encargado por la Compañía de Coca- Cola para la Navidad de 1930 como tótem de su publicidad. Desde entonces la Navidad se ha ido convirtiendo en una compra masiva de tonterías, y los gobernantes de las ciudades, bajo la ley de la apariencia, gastan el dinero de los sufridos contribuyentes en iluminar las calles con renos exportados, y cascadas de accesorios que representan estrellas, campanas, y una serie interminable de figuras inútiles que tapan la cara de la luna y la luz de las verdaderas estrellas.
Lo que no muestran los corregidores actuales, es esa otra cara de los que no les sobra mucho para llegar al final de mes, los que acuden a los albergues municipales, los que engrosan las listas de los parados, y los ancianos que se aparcan en las residencias porque no quedan estéticos debajo de tantas luces.
A pesar de todo sigo creyendo en la canción cantada por los ángeles en la Nochebuena y repito en silencio !Gloria a Dios en lo alto de los cielos¡ !Paz sobre la tierra¡ !Bienaventuranza entre las personas de buena voluntad¡
Y siento esa paz cuando mi nieto mira la luna desde su cochecito, y me dice con sus dos años, que la luna nos sigue por las calles.
Paz, repito, y rezo, dando gracias a Dios, por tener la suerte de ser un habitante más de esas villas, que todavía entonan la sinfonía del villancico, sin poseer otro privilegio que el de seguir formando parte de una gran familia, donde Dios, sigue siendo el Niño de Belén, representado en cualquier niño, hombre o mujer del mundo.