Hay una frase común con la que no estoy de acuerdo: «Piensa mal y acertarás«.
A lo largo de mi vida, metido ya en los ochenta años, y, por ello, veterana, he comprobado que se acerca más a la verdad este otro dicho: «Piensa bien y acertarás«.
Puedo decir que nunca me he equivocado al pensar bien y me he equivocado, la mayoría de las veces, pensando mal.
Con un hecho añadido, cuando me he inclinado por lo negativo, no he podido asegurar que he acertado.
Las veces que no he comprobado mi equivocación, por no ser posible entrar en el interior de la persona que juzgaba, me he encontrado sin respuesta cierta.
Jesús nos dice que «nos hagamos como niños«.
Es importante entender que no nos pide que «seamos niños», sino que los imitemos.
¿En qué debo hacerlo? Hay una frase andaluza que define una filosofía de vida: «To er mundo es bueno«.
Cuando me paro ante un niño pequeño, se produce un hecho: para ganármelo, para conseguir su sonrisa, me tendré que poner a su altura; pues el niño tienen un sexto sentido que le hace aceptarme o «pasar de mi».
El niño pequeño se vuelve a su madre cuando necesita consuelo o cariño, porque sabe que lo encontrará; su madre lo va a recibir con un corazón totalmente limpio.
Otra característica del bebé es su mirada, la fija en la persona, lo hace de frente, no tiene nada que ocultar, tiene el corazón limpio; si encuentra amor, sonríe o ríe a carcajadas.
Esta misma mirada la he encontrado en muchos jóvenes que han encontrado el perdón del Padre, en los que han participado en Jornadas mundiales de la Juventud; también en abuelas que se encuentra con sus nietos; en monjes y monjas de clausura…es decir, en todas las personas que tienen el corazón limpio.
Cuando el corazón está limpio, brillan los ojos y la sonrisa es abierta.
Se puede simular la sonrisa, pero es imposible hacer que los ojos brillen si el corazón no está del todo limpio.
En la Biblia se describe el encuentro de Adán y Eva con el Señor después del pecado cometido al comer «del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal»; «se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos»…
Adán y Eva, al principio, tienen limpio el corazón y no temen a Dios, se encuentran con Él tranquilamente; sólo conocen el bien; pero, pecan y descubren el mal y lo hacen dentro de su corazón, que deja de estar limpio. Así es que se esconden para no enfrentarse al Señor.
Es importante hacer examen de conciencia para ver la limpieza del corazón; esto exige humildad para aceptar si algo no funciona.
Podemos ver el caso de David:
Betsabé es la mujer de Urías. David se encapricha de ella, que queda encinta.
David ordena que Urías muera en combate y así sucede.
Luego, se casa con ella.
El profeta Natán se presenta a David y le cuenta:
«Había dos hombres en un pueblo; uno rico y otro pobre.
El rico tenía muchos rebaños de ovejas y de bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado y había criado; y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo; era como su hija.
Llegó una visita a casa del rico y, no queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre e invitó a su huésped.
David montó en cólera y quiso condenar al rico a muerte.
Natán le hace ver que es su caso con relación a Urías.
David confiesa: «He pecado contra el Señor».
Natán le comunica que Dios le ha perdonado.
Conviene darse cuenta de la reacción de David, que reconoce su pecado.
Pienso que una condición necesaria para tener el corazón limpio es reconocer que no lo está y buscar el perdón del Padre.
Siempre lo encontraremos.
Me gustaría detenerme un poco en Pedro, era todo corazón y al mismo tiempo un líder.
Desde el principio se convierte en portavoz de los discípulos ante Jesús.
Jesús se aloja en su casa cuando está en Cafarnaúm.
Jesús pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?«. Y los discípulos nombran a varios profetas de los más conocidos.
Y Jesús vuelve a preguntar: «¿Y vosotros quién decís que soy yo?
Pedro toma la palabra, en nombre de todos, y le contesta:
«Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo».
Jesús le hace ver que es el Padre quien se lo ha revelado y le da las llaves del reino de Dios.
En Pedro encontramos el espíritu de la contradicción: pide a Jesús andar sobre las aguas y, luego, se asusta y se hunde; no duda en pedir ayuda a Jesús y se la da.
En la transfiguración propone a Jesús hacer tres tiendas.
En la última cena asegura a Jesús: «Aunque todos te abandonen, yo no lo haré», para negarle tres veces en casa de Caifás; luego llora amargamente.
Los grandes ejemplos de limpieza de corazón:
Jesús es Dios y hombre verdadero; como hombre tiene el corazón totalmente limpio, es igual a nosotros en todo menos en el pecado; pasó por la tierra haciendo el bien: curó enfermos, resucitó muertos, expulsó demonios.
La Virgen María es Inmaculada desde su Concepción; carece totalmente de pecado, tienen el corazón totalmente limpio; vive una vida aparentemente normal; los evangelios nos cuentan muy poco de ella; pero, al pié de la cruz, nos recibe a todos como hijos muy queridos, olvidando y perdonando que seamos la causa de la muerte de su Hijo en la Cruz.
Aquí en la Residencia en que vivo hay limpieza de corazón, abundan los momentos en que nos ayudamos unos a otros; nos preocupamos por los demás.
El personal, que nos atiende, pone en ello todo su corazón.
Estamos muy a gusto y reconocemos y agradecemos las atenciones que recibimos de todo corazón.